Ramón Oviedo atrae nuestro interés visual en los 90, por acercamientos casuales a su obra a través de coleccionistas que atesoraban la producción del artista con una religiosidad visual celosa.
Recuerdo que cada coleccionista pensaba tener lo más grande, lo mejor, lo excepcional de un maestro caracterizado por su personalidad silenciosa, su alto grado del trabajo y su comprometida visión de la humanidad con esperanza de justicia, paz y sobre todo libertad.
Con el tiempo, tuve la suerte inesperada de conocer a Tony Ocaña y poder acceder gracias a este encuentro al maestro.
Me impactó su sonrisa discreta esclarecida por el brillo de la inteligencia en sus ojos y el remanso callado de una picardía cargada de sabiduría popular.
Entendí entonces que su obra no podía ser diferente de lo que era, es decir el espejo vivo y ardiente de su visión del mundo.
En 1965 se impone con la obra “24 de abril” manifiesto de conciencia hecha arte, obra emblemática de la libertad, como lo fue para el mundo el “Guernica” de Picasso.
En nuestras investigaciones sobre la la sociedad dominicana, siempre hemos manifestado que esta obra representa el enlace visual con las vanguardias europeas, sobre todo con Picasso y lo conecta definitivamente con la trascendencia universal del arte con las luchas libertarias.
Esta pintura es un grito por la paz, un grito por la resistencia, utilizando como Picasso, el gris, como señalamiento del duelo colectivo.
Es a partir de esta obra que fuimos poco a poco instruyéndonos de su propuesta visual y accediendo a encuentros inolvidables con el maestro, tanto en la residencia de Ocaña, como en su taller de la ciudad oriental.
Su obra es un conjunto de investigaciones gráficas, con experimentos de formas y composiciones donde él demuestra su capacidad de cuestionar permanentemente su factura y evidenciar la intensidad de su imaginario.
Recordamos una de sus obras, “Etnia”, con una convivencia admirable de rasgados de líneas blancas en un fondo verde donde fusionan en un espacio negro personajes humanos perfilados en gesto de ritualidad y celebración por extensos brazos y piernas.
Aquí es la intensidad dramática que nos invita a evocar las escenas desesperadas de Bacon.
La narrativa visual de Oviedo conlleva una poética propia evolutiva, la imagen funciona como un mensaje reforzado por una semántica visual que el maestro sabe difundir con matices cromáticos.
En “Reacción bestial” impera la ternura de convivencia fraccionada en geometrías zoomorfas de cuerpos imprecisos que resaltan el blanco sobre un fondo de hallazgo en la profundidad de un lago o del mar.
Obra profundamente sutil que confirma la grandeza sicológica del artista con la obra, porque Oviedo cumple con una factura que transmite emoción y sentimiento.
Desde la perspectiva biográfica, las celebraciones de su Centenario, con la retrospectiva abierta al público desde el 7 de febrero en el Museo de Arte Moderno, va a permitir a toda la ciudadanía empoderarse con la obra de un maestro dominicano que ha trascendido en el mundo con exposiciones, coloquios, celebraciones que lo han posicionado en el conjunto de la producción artística latinoamericana, dialogante con todas la vanguardias internacionales.
Personalmente nos atrae el maestro que hemos conocido gracias a Tony Ocaña, reforzando nuestro respeto y admiración en su viaje a París, regresando de Florencia para donar su autorretrato a la Galería de los Uffizzi. Todavía nos mantenemos con el roce de los vientos del río Sena, cruzando el puente de Bercy para llegar al taller del maestro Vicente Pimentel, quien no pudo esconder su emoción al estrechar la mano de Oviedo.
Sabemos que durante todo este año se multiplican las celebraciones, los homenajes, los encuentros en torno a su obra y debo decir que a través del tiempo hemos identificado coleccionistas con gusto y pensamiento como Kelvin Naar, joven adquisidor, pero firme y seguro del Oviedo que tiene y que busca con su prudente y respetuosa lucidez.
Es el Oviedo de los coleccionistas buscadores de excepción e intimidad que nos atrae, en muchas de esas colecciones hemos encontrado el Oviedo sutil, secreto, íntimo y profundamente revolucionario en el sentido onírico de la palabra.
La retrospectiva del MAM, llevada bajo la responsabilidad de su nieto Omar Molina con la total entrega de las autoridades del Museo, permite tener una perspectiva de conjunto frente a 483 obras expuestas que permiten la posibilidad de conocer, reflexionar y pensar el conjunto de una producción artística de más de medio siglo.
Esta retrospectiva debe de ser empoderada por el conjunto de las instituciones educativas, enlazarla a la institucionalidad para que los Ministerios de Educación puedan crear programas de interacción con los maestros de artes, y preparar las nuevas generaciones a apoderarse de la obra, estableciendo tareas de encuentros, visitas y talleres formativos.
Sabemos ya que el Centro Perelló de Baní presentará la colección de Fernando Báez, lo que abre una puerta descentralizada para el público del sur, y esto nos alegra.
Hoy día más que nunca nos parece urgente llevar una mirada renovada sobre la obra del maestro y esperamos con alto optimismo que el museo le conceda un espacio con una curaduría impecable, íntima, selectiva y fiel al duende y al genio de un artista que no ha terminado de sorprendernos.
El arte es como una novela, que después de varias lecturas la saboreas más. Así es con las artes visuales, cuanto más las miras más trascienden.