SANTO DOMINGO. — La ciudad colonial más antigua de América se ha volcado a reparar calles y renovar las fachadas de sus construcciones antiguas.
El plan de Santo Domingo es rejuvenecer su cara y atraer a varios de los cientos de miles de turistas que prefieren pasar su tiempo en la playa que en las calles de la capital dominicana.
Los dueños de negocios están encantados mientras las autoridades invierten millones para cambiar la imagen del centro histórico y generar un ambiente cosmopolita. Los residentes de la ciudad, sin embargo, miran el plan con cautela, temerosos de ser marginados y no poder hacer frente a los altos precios tras la llegada de elegantes restaurantes y comercios destinados a los viajeros.
«Para nosotros a veces es traumático», dice Pedro del Castillo, quien encabeza la asociación de residentes. «Parece que esa es la finalidad: que nosotros los residentes nos vayamos de aquí».
Con un préstamo de 120 millones de dólares del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), de los cuales 90 millones aún están pendientes de aprobación en el Congreso, las autoridades de turismo dominicanas realizan el proyecto de restauración de la ciudad más ambicioso de las últimas décadas.
El proyecto busca revalorar el centro histórico con sus viejos edificios de piedra y balcones de madera, pero sobre todo atraer inversiones, nuevos residentes y crear un complemento a la afamada oferta de playas del país, asegura Maribel Villalona, la arquitecta encargada del programa.
De los cinco millones de turistas que llegan anualmente a República Dominicana, sólo 14% visita la ciudad colonial y un escaso 3% pasa la noche en ella, según el BID.
Con los 30 millones de dólares del crédito del BID invertidos hasta ahora, la ciudad ha comenzado a rejuvenecer: 800 casas fueron pintadas, 200 fachadas antiguas se restauraron y se instalaron nuevos sistemas de agua potable y de alumbrado público.
Además, la iniciativa privada ha incrementado su presencia: desde 2012 se han instalado cerca de 325 nuevos negocios, incluidos como cafés, restaurantes, museos, lujosos condominios, hostales y siete nuevos hoteles boutique.
Por ahora, el gobierno ha pintado fachadas sólo de viviendas de personas de clase media o de escasos recursos. A la gente con altos ingresos le ha dado un plazo para que hagan su propia restauración.
Ángelo Louis, un barbero de 19 años, no ve del todo bien el plan. El joven renta un local de unos ocho metros cuadrados sin baño en la calle El Conde por unos 350 dólares y deberá desalojarlo en breve porque el edificio donde se ubica será restaurado.
«Eso nos va a dar fuerte a nosotros», dice.
La colonización de América comenzó en Santo Domingo, fundada entre 1496 y 1498 por Bartolomé Colón, hermano de Cristóbal Colón. En un kilómetro cuadrado dentro de lo que fue la ciudad amurallada, aún están edificios que conservan rasgos del siglo XVI, como la primera catedral, la pierna calle adoquinada y el primer palacio del continente.
Davide Botti, un italiano de 25 años, pasó siete días junto con su amigo Riccardo en la ciudad colonial, aunque también se dieron tiempo para ir a la playa. «Es un lugar rico de historia», dice.
«Para nosotros la ciudad colonial era más importante que la playa», comenta Riccardo, quien no quiso dar su apellido. «La gente puede encontrar mar lindo en todo el Caribe: la ciudad colonial es única».
Pese a su riqueza histórica, la ciudad vivió décadas de abandono, sobre todo después de la guerra civil de 1965, cuando muchos de sus residentes se mudaron a los modernos centros residenciales de la capital.
Para conmemorar el V Centenario de la llegada de Colón a América, algunas edificaciones fueron restauradas en 1992, pero con poco impacto en los residentes y apenas sirvió para atraer turistas.
La ciudad «es como un diamante que necesitaba pulirse», dice Silvanh Riedl, gerente del hotel boutique Billini, que abrió en 2014 tras diez años de trabajos de restauración de una casona colonial. La familia de Riedl, propietaria del emblemático hotel Montana de Haití, también instaló un condominio de 20 lujosos departamentos.
Villalona, la responsable del proyecto, dice que en los próximos meses se planea iniciar una segunda fase para mejorar las viviendas pobres y dar créditos a los pequeños negocios.
«Nosotros apostamos a que no sólo se quede el que vive aquí, sino que venga mucha más gente a vivir», insiste la arquitecta Villalona, quien confía que inversionistas conviertan inmuebles restaurados en viviendas de mediano costo.
Aun así, los cambios que se han hecho, y los que vienen, siguen sin satisfacer a todos en la zona colonial.
«Cuando me di cuenta, ya estaba pintada», recuerda Ruth Mejía, molesta porque las autoridades no la consultaron para pintar la fachada de su casa, a escasos pasos de las ruinas abandonadas de lo que fue el primer monasterio de América.
Fidel Pérez es un fotógrafo que tiene previsto casarse pronto y sabe que los 300 o 400 dólares que puede destinar para el pago de alquiler apenas es suficiente para rentar una pequeña habitación, por lo que deberá emigrar a algún barrio aledaño por primera vez en sus 48 años.
Le gustaría que el proyecto de renovación beneficiara a los residentes con empleos o negocios, pero no lo ve con optimismo.
«Hasta ahora estamos viendo el partido desde las gradas», dice.