En un pasado no muy lejano, las relaciones humanas eran de largo aliento y la devoción de los súbditos a la autoridad política era más duradera.
Hoy en día, por las opciones disponibles, los derechos adquiridos, la impaciencia por alcanzar objetivos y la comunicación instantánea, las relaciones humanas, incluidas las políticas, experimentan mayores vaivenes.
Es pues cada vez más difícil encontrar razones o beneficios suficientes para mantener activo el entusiasmo político. Los apegos tienden a ser efímeros y los defectos pesan más que las virtudes.
En las democracias electorales, los cambios en las preferencias políticas se denominan realineamiento cuando tienen cierta duración.
En la República Dominicana, si partimos de 1978, la llegada del PRD al poder en la transición política de aquel año pudo haber implicado un realineamiento electoral de cierta duración, pero las fuertes tensiones internas en ese partido y la crisis económica trajeron la derrota en apenas ocho años.
Balaguer retornó al poder en 1986, y aunque estuvo hasta 1996, esos 10 años no representaron un realineamiento electoral propiamente.
Mantuvo el poder con su tradicional base de apoyo y con prácticas fraudulentas en 1990 y 1994 (en ese entonces se ganaba con mayoría simple).
Cuatro años de Gobierno del PLD (1996-2004) y cuatro del PRD (2000-2004), tampoco marcaron un claro realineamiento electoral. Fueron Gobiernos cortos.
El primer realineamiento electoral se produjo a partir del 2004, cuando el PLD pudo asegurar 16 años consecutivos en el poder.
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La base de apoyo electoral del peledeísmo provino inicialmente de dos sectores fundamentales: la masa electoral balaguerista que el propio Balaguer había ayudado a transferir a ese partido por la alianza electoral de 1996, y la clase media urbana que había quedado negativamente impactada con la crisis financiera de 2003-2004, y se volcó contra el PRD.
Ya en el poder, el PLD desarrolló una base propia con crecimiento y estabilidad macroeconómica, obras de infraestructura y la ampliación del Estado asistencial. De ahí que obtuviera en el 2016 su mayor apoyo electoral con 62 por ciento.
La derrota del PLD en el 2020 marcó un desplazamiento de votantes hacia el PRM, que obtuvo 52.5%, asegurando victoria en primera vuelta, pero en el contexto de una abstención muy alta de 44% (14% mayor que lo acostumbrado).
El desafío ahora del PRM es lograr una reelección en el 2024 para mostrar músculo electoral y proyectar la posibilidad de un nuevo realineamiento electoral.
En las elecciones de 2020, el PRM ganó fundamentalmente con el voto de sectores de capas medias urbanas que habían apoyado anteriormente el PLD. El tema aglutinador anti-peledeísta fue el combate a la corrupción y la impunidad.
Para conservar esa base electoral, el Gobierno tiene que responder a la expectativa de que combate la corrupción e impulsa cambios en la administración del Estado para hacerlo más eficiente y transparente; y, además, garantizar derechos democráticos.
Para ampliar su base electoral, necesita políticas públicas que alivien la carga económica que la pandemia y los problemas internacionales han impuesto a la población por la inflación y precarización del trabajo.
He ahí tareas y retos del Partido Revolucionario Moderno (PRM).