Como era de esperarse, por aquello de que las clases no se suicidan, los partidos políticos rechazaron, todos a una, la propuesta del senador Antonio Marte de disolver el Congreso Nacional, integrado por 222 legisladores repartidos entre el Senado y la Cámara de Diputados, para conformar otro que sea unicameral y que estaría integrado por tan solo 67 legisladores, lo que representaría un significativo ahorro para las finanzas nacionales.
Como era también de esperarse, los representantes de los partidos coinciden en que la propuesta del representante de Santiago Rodríguez carece de asidero jurídico ya que habría que modificar la Constitución de la República para llevarla a cabo, algo que –por cierto– no ignora el proponente.
Mas discutible es el argumento de que un congreso unicameral rompería el contrapeso “que por años ha contribuido a la preservación de la democracia en el país”, pues en los países donde existe una sola cámara, sobre todo en Europa, ese contrapeso funciona a la perfección.
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Además de que, en el caso particular de nuestra tropicalizada democracia, lo que nos ha enseñado la experiencia es que eso del contrapeso de los poderes se ve bonito en el papel, y se oye mucho mejor en los discursos y las proclamas de los políticos. Pero en la práctica, donde verdaderamente importa, no funciona porque el Congreso dominicano, sobre todo cuando es dominado por el partido de gobierno, es un sello gomígrafo del Poder Ejecutivo, que no se siente cómodo si no es de esa manera. ¿O por qué creen ustedes que Danilo Medina insistía tanto en que quería “su Congreso”?
Y si a eso usted le agrega que en la práctica tampoco cumple con el rol de fiscalización que le asigna la Constitución tendríamos que concluir que la ocurrencia de Antonio Marte, aunque carezca de “asidero jurídico” y necesite una modificación constitucional que nunca apoyarían los partidos, es una propuesta que a la luz de los hechos merece ser considerada.