La anexión a España, solicitada por Pedro Santana-1861- había lacerado el alma nacional. El paso de república a colonia fue traumático y convocó, desde el inicio, a los valientes republicanos.
Mañana es día para recordar el comienzo de la guerra que persiguió la Restauración de la República, acción que “brotó de las entrañas del pueblo dominicano con el vigor de un torrente impetuoso” -Juan Bosch-.
Con el izamiento de la bandera en Capotillo, el 16 de agosto de 1863, se inicia el movimiento que obligó a la reina Isabel II a derogar la anexión y a ordenar el regreso de las tropas a España, mediante decreto real, firmado el 3 de marzo de 1865.
Agosto ha sido establecido en la Constitución de la República como el mes para la rendición de cuentas de los presidentes del Senado y de la Cámara de Diputados.
El 16 de agosto es el día pautado para la elección de los bufetes directivos de las cámaras y para inaugurar la segunda legislatura ordinaria.
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El presidente de la República no tiene que rendir cuentas ni presentar las memorias de su gestión ahora. Lo hizo el 27 de febrero cuando comenzó la primera legislatura del año. Pero al jefe de Estado y de Gobierno le gusta rendir cuentas cada día, en cada tanda, a cada momento. Tanto le gusta que hasta ofreció pistas del contenido del discurso que pronunciará mañana en Santiago.
Escogió el corazón del Cibao para el acto, más como estratégico para la campaña electoral que como símbolo de la guerra restauradora que culminó, el 13 de septiembre, en esa plaza. Significativo hubiera sido trasladarse a Dajabón y desde Capotillo hacer sus proclamas.
A pesar de la exposición continua, de asumir la vocería de su Gobierno, el jefe de Estado es más dado al monólogo con pretensión de cercanía.
El efecto es asombroso, la percepción es que la comunicación es óptima.
Dispuesto a perseguir su segundo mandato, alude y provoca a una oposición más cercana a sus favores, que levantisca. Sabe que debe tener algo más que molinos de viento enfrente para demostrar su fuerza. Las objeciones le disgustan, por eso remite a Google y a los organismos internacionales para que validen las cifras de la recuperación.
Ninguno puede arrebatarle el cetro ético. Reniega de la solemnidad, pero aspira a la imponencia. Si el Estado era Luis XIV, la institucionalidad y el decoro descansan en él, como fundador de la patria nueva.
El presidencialismo funciona. El colectivo ama los presidentes, le fascina el poder, repta aspirando el influjo del mandamás. Imposible desconocer esa realidad. A los mandatarios, aunque asuman distintas poses, también les fascina el ejercicio del mando.
Aporten o apártense, exigió el presidente a la diezmada oposición. Pero ya no es necesario aportar, él ha logrado el bienestar. A nadie pedirá sacrificios ni colaboración. Suyo es el éxito. El país es “un oasis de desarrollo y paz”, afirmó el martes pasado y repetirá en Santiago. Estupenda alegoría. Vale advertir, empero, cuanto de espejismo tienen en el desierto algunos de esos mágicos espacios.