Reflexiones de las devociones altagracianas

Reflexiones de las devociones altagracianas

Hoy es un día muy especial para todos los dominicanos, incluso para los que no son creyentes, ni cristianos. Al estar consagrado a la devoción de Nuestra Señora de La Altagracia, madre de Nuestro Salvador, guarda un significado muy profundo en todas las generaciones dominicanas. Todas nuestras madres biológicas, por alguna causa u otra, imploraban el amparo o la intersección divina de la virgen María para un milagro. Esto fuera por el hijo enfermo o por la protección de la criatura que iba a nacer.
La devoción altagraciana de siglos en la fe criolla, se ha extendido más allá de nuestra frontera occidental. Hoy en Higüey, junto con miles de peregrinos dominicanos, se llena de los creyentes y fieles haitianos que vienen a honrar en la basílica a nuestra madre espiritual. Ellos en callada y apasionada reflexión ofrecen las gracias por la petición concedida o presentan las nuevas peticiones apoyadas en una creencia que da sus frutos por el fervor con que se demanda.
La tradición es muy rica para señalar el inicio de la devoción de la Virgen de La Altagracia. Esta fue recogida por el fenecido monseñor Juan Pepén. Él narra la historia de la hija de un comerciante higüeyano que le pidió a su padre que le trajera desde Santo Domingo un lienzo con la imagen de la virgen, como ella lo había soñado. Naturalmente el padre no la encontró y regresó apenado sin el pedido de la hija. Pernoctando donde unos amigos en su viaje de regreso narraba la pena que llevaba por no poder complacer a su hija. Pero allí se encontraba un anciano que sacó de su alforja un lienzo con la imagen de la Virgen, tal como la hija lo había solicitado. El anciano le entregó la imagen al apenado padre desapareciendo casi de inmediato. Y el emocionado comerciante llegó a Higüey y se lo entregó a la hija. Ella lo colocó en una mata de naranjo, donde luego se construyó el santuario que estuvo en servicio hasta los primeros años de la década de 1960. En ese año se abrió a la feligresía la ultra moderna Basílica en un imponente edificio cuya construcción se había iniciado en la década de 1950. Esto se logró en base a colectas populares a nivel nacional. Todavía le quedan algunos detalles inconclusos.
Otros evento milagroso con relación a la devoción altagraciana ocurrió el 21 de enero de 1691. Ese día las tropas dominico españolas derrotaron a las francesas, que buscaban la ocupación total de la isla, en la batalla de la Sabana Real o de La Limonada. Al principio de la batalla los vencedores, al verse en desventaja, imploraron a la virgen por una ayuda divina que contribuyera a vencer a sus adversarios. Y era porque una buena parte de los integrantes de esas tropas provenían de la región de Higüey. Desde esa ocasión se movió la fecha consagrada del 15 de agosto al 21 de enero.
Tengo un testimonio muy íntimo con relación a la participación divina de Nuestra Señora de La Altagracia en mi vida y la de mi familia. Mi madre Dolores Miniño se había casado en 1933 con mi padre Fabio Herrera Cabral. Durante los primeros años de matrimonio sufrió tres pérdidas sucesivas de embarazos casi al término de los mismos. Esas criaturas al nacer por las condiciones naturales de mi madre, que era de baja estatura, los niños venían enredados con el cordón umbilicar. Por más esfuerzos que se hacían, era imposible extraerlos vivos del útero materno. Mi madre, al quedar otra vez embarazada en el verano de 1938, se amparó con mucha fe en la protección de la Virgen y durante toda la evolución del embarazo estuvo bajo un cuidado y observación muy intenso. La gestación y desarrollo de la criatura se le dio un seguimiento esmerado. Llegado el tiempo, fue traída a la capital al hospital Padre Billini y estuvo asistida por el doctor Perdomo. El 21 de marzo de 1939 llegaba yo, su hijo anhelado al mundo, para un enorme alivio de mi madre quien le había prometido a la Virgen llevarme a Higüey como una promesa, la cual cumplió a los pocos meses. Desde entonces la devoción a la Virgen era muy viva en el hogar de mis padres de manera que la fe mariana ocupaba un lugar de principalía en nuestra casa de Baní de aquellos años de la década del 40 del siglo pasado.

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