Reflexiones desde el encierro. En arresto domiciliario

Reflexiones desde el encierro. En arresto domiciliario

RESURRECCIONES, Pablo Neruda

Si alguna vez vivo otra vez
será de la misma manera
porque se puede repetir
mi nacimiento equivocado.
y salir con otra corteza
cantando la misma tonada.

Y por eso, por si sucede,
(…)
me veo obligado a nacer,
no quiero ser un elefante,
ni un camello desvencijado,
sino un modesto langostino,
una gota roja del mar.

Quiero hacer en el agua amarga
las mismas equivocaciones:
ser sacudido por la ola
como ya lo fui por el tiempo
y ser devorado por fin
por dentaduras del abismo,
así como fue mi experiencia
de negros dientes literarios.

Pasear con antenas de cobre
en las antárticas arenas
del litoral que amé y viví,
deslizar un escalofrío
entre las algas asustadas,
sobrevivir bajo los peces
escondiendo el caparazón
de mi complicada estructura,
así es como sobreviví
a las tristezas de la tierra.

De nuevo en el encierro. Esta vez en mi casa. Decidí no usar pijamas durante el día. Me vestía como si fuera a trabajar. Un día, después de una larga y agotadora noche, no tenía fuerzas para levantarme. Mientras me debatía si seguir postrada en la cama o hacer un esfuerzo y sacudirme, me dije: “Mu-Kien levántate y vístete”. A pura voluntad, me levanté. El baño rico baño de agua caliente me permitió recobrar fuerzas.
Los días de “arresto domiciliario” fueron más largos. Para no sentirme presa, hacía largas caminatas por cada rincón de nuestra casa, algo que no le gustaba a la señora que me ayuda y es mi brazo derecho, porque iba descubriendo rincones que reclamaban más limpieza. La televisión fue mi aliada. No tenía ganas de escribir ni leer. Entonces, como autómata encendía el aparato y buscaba los programas de cocina y de arreglos de casa. No estaba de humor para series policíacas ni programas de opinión.
Y así en esta larga monotonía pasaron los días. Las largas horas me permitieron reflexionar sobre la aventura de vivir. Me convencí, una vez más, que es dura, desafiante y satisfactoria. Cada día tiene su afán, cada día es una aventura, cada día un reto cotidiano lleno de sorpresas.
Me pregunté si me dieran la oportunidad de nacer de nuevo, si elegiría la vida que por azar me ha tocado vivir, y de la cual ya he agotado 63 años. Me contesté: sí. Mis elecciones, erradas o acertadas, me dieron experiencias imborrables e inolvidables. Mis errores me hicieron crecer, mis aciertos me incentivaron a seguir, mis dudas me hicieron más fuerte. ¿Volvería como mujer? ¡Sí, claro que sí! Haber nacido mujer de ascendencia oriental me permitió conocer dos maneras claras de exclusión abierta o soterrada, que se convirtieron en objetivos a vencer. Si me dieran la oportunidad de renacer, optaría, ¡otra vez!, por ser maestra. Adoro los abrazos de los otrora niños o jóvenes, convertidos en mujeres y hombres, que recuerdan con cariño las horas que pasamos juntos intentado redescubrir el pasado. Volvería a escribir, porque lo amo. Las palabras elegidas, convertidas en intérpretes de mis pensamientos y sentimientos, constituyen mi aliento cotidiano.
Si me permitieran nacer otra vez, cambiaría algunas cosas. Borraría mis años mozos, cuando intentaba abrazar el mundo todo entero, atropellando quizás y sin darme cuenta. Trabajaría menos y disfrutaría más. Ahora me doy cuenta de los goces perdidos porque estaba sumida en la lectura o en la escritura de algún proyecto de libro. Si me ofrecieran esa nueva oportunidad, estaría más tiempo con los míos. Y en cada oportunidad que esté con ellos, les diría lo mucho que los amo. Buscaría más a los amigos. Crearía los momentos para vernos y ponernos al día.
Si volviera a nacer, leería más poesía, más novelas, y dejaría algunas lecturas obligadas por el simple momento de saberme informada. Dejaría de preocuparme si no he revisado o comprado la última obra de un autor. Abandonaría la angustia de tener tantas informaciones. Tarde me di cuenta que en la cotidianidad de cada día existe ¡tanta belleza! Recuperaría el tiempo perdido en lecturas innecesarias para contemplar el mar, las nubes, las montañas, las flores, la lluvia, los pájaros que acuden a tu patio para alimentarse del néctar de las flores.
Si me dieran la oportunidad de renacer, recuperaría el tiempo perdido con personas indeseables y molestas. Me alejaría de forma inmediata de los eruditos que hacen gala de su supuesta erudición, demostrando su gran saber, sin importar que no fuera el momento ni el lugar. Ahora me doy cuenta que ya no tengo paciencia para perder el tiempo con esos indeseables sabihondos.
Si me dieran la oportunidad de revistar mis pasos, dejaría de angustiarme por no ser delgada, por vivir toda la vida y todos los días, intentado ser lo que no pude ser. Volvería a ser amante del buen vestir, del buen comer, del buen beber y del buen compartir con amigos verdaderos. Volvería a ser directa, sin poses hipócritas. Volvería a rechazar a los que te buscan por interés. Volvería a ser espontánea, a sabiendas que a veces mi espontaneidad me ha generado problemas y dificultades con algunas personas.
Si volviera a nacer, volvería a escribir estos Encuentros, porque durante estos años, he podido escribir lo que siento y pienso. Porque a través de estas palabras, sin saberlo y sin proponérmelo, he llegado a algunos corazones. Porque estos Encuentros me ayudan a vivir, a ser y a renacer también.
Durante los largos días de mi encierro, me dediqué a descubrir la belleza de mi entorno. Las orquídeas que florecieron en el patio, el pajarito que llega cada mañana a beber de las flores del árbol que nos da sombra, a ver la luz del día como símbolo de esperanza, a ver las nubes como escenario maravilloso para la imaginación; pero, sobre todo, aprendí a NO HACER NADA. Aprendí a dejarme llevar por el día. Aprendí a querer a mi cuerpo y cuidarlo. Aprendí a disfrutar el ocio sin remordimientos.
A veces, es necesario, hacer un alto, detenerse para pensar sobre cada paso que diste en el camino de tu vida. Me siento feliz de haber vivido más de seis décadas. Me siento feliz de mis canas, de mis arrugas, de mis manchas, porque esos son los signos indiscutible de que puedo decir a viva voz: ¡Sí, he vivido!

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