Reflexiones sobre la tesis del Colón genovés… y cristiano

Reflexiones sobre la tesis del Colón genovés… y cristiano

Hay dos eventos anudados que marcan el tránsito de Europa desde la Edad Media a la Edad Moderna: la toma de Constantinopla por los turcos, en 1453, y la expedición colombina de 1492, que unió, bajo el pendón de Castilla, ambas orillas del Atlántico. En términos historiográficos, el último de ambos años destaca por englobar varios de los hitos más trascendentales de toda la historia de España: la toma de Granada por los Reyes Católicos (2 de enero), la promulgación del edicto de expulsión de los judíos (31 de marzo) y el momento del contacto con el continente “americano” (12 de octubre).

Por lo que toca al segundo de estos sucesos, a la población afectada se le otorgó, como fecha final para abandonar las posesiones castellanas, el día 31 de julio. En lo referente al destino escogido por las víctimas de este nuevo Éxodo, debe decirse que fue bastante diverso y estuvo condicionado, fundamentalmente, por cuestiones de cercanía. Así, encontramos que los judíos de Castilla optaron por instalarse en Portugal, donde fueron acogidos por el rey Juan II (1481-1495) hasta el momento de la expulsión decretada en 1497 por su sucesor Manuel I (1495-1527), mientras que los de Álava y Aragón pasaron a Navarra, desde donde fueron a su vez expulsados en 1498 por Juan III (1484-1512). Otros, en cambio, se asentaron en Flandes, en Italia y en lugares un tanto más exóticos, como el Imperio Otomano o el Norte de África. En cualquier caso, hay que aclarar que no se trató de un hecho aislado, pues para fines de la Edad Media los judíos ya habían sido expulsados de casi todo el occidente cristiano.

Hubo, no obstante, quienes eligieron la fórmula de la “integración” civil y política, sustrayéndose de los inenarrables rigores del exilio. A estos tocaría, naturalmente, la no menos difícil tarea de ocultar su origen e intentar eludir el ojo atento, peligroso y ubicuo del Santo Oficio. Y todo, porque a partir de 1492 la defensa del dogma se convirtió en una cuestión de estado. Puesto en marcha, este proceso de unificación territorial propendía a la construcción de un nuevo orden social, mediante la implementación de la homogeneidad religiosa.

Cuesta creer, por tanto, que la monarquía católica, económicamente exhausta tras la Guerra de Granada y empeñada en imponer el máximo religioso en todos sus dominios, accediera a financiar y a poner en manos de un judío sefardita una parte tan importante de su proyecto de expansión geográfica y ecuménica. Resulta curioso, también, que las capitulaciones suscritas entre soberana y explorador otorgasen los títulos de virrey, gobernador y almirante vitalicio de la mar océana, con carácter hereditario y facultad para designar a los funcionarios auxiliares y el derecho a obtener un 10% de los beneficios que se generasen, a un individuo que no estuviese en posición de acreditar limpieza de sangre por los cuatro costados. Por si todo esto fuera poco, la carta de confirmación de privilegios de 1493 autorizaba a Colón al uso del real sello, delegando en cabeza del almirante el poder de los monarcas. Esto, sin contar que se le permitió utilizar el tratamiento de don, de uso exclusivo -hasta entonces- entre los reyes, sus parientes más cercanos y las altas dignidades eclesiásticas.

Mueve a suspicacia, además, que la Bulas alejandrinas confiasen la promoción de la fe cristiana en las “nuevas” tierras a una empresa encabezada por un judío. Que Colón hubiese sido judío y que Alejandro VI, un papa español, no se haya enterado, es algo que casi entra en el género de la ficción.

En definitiva, la reciente publicación de la investigación encabezada por el médico forense José Antonio Lorente deja más dudas que respuestas. Y no sólo porque el material objeto de estudio estuviese deteriorado y contaminado. Según Michael Waas, director asociado de la división de investigación sefardita de Jewish Gen “el hecho de que se identificara específicamente el haplogrupo mitocondrial de su hijo [Hernando] como evidencia del supuesto linaje de Colón, es una completa tergiversación de la herramienta, pues el ADN mitocondrial sólo se transmite de madre a hijo”. Por lo que se refiere al cromosoma Y, las investigaciones realizadas suelen siempre arrojar coincidencias entre los linajes judíos y de otros pueblos del Mediterráneo. Ya fuera por el perenne intercambio de bienes, ya por el secular cruce de razas, lo cierto es que dicha cuenca era -y sigue siendo- una verdadera autopista genética, lo que impide atribuir rasgos exclusivos a una región y, por ende, a una población específica.

Volviendo sobre nuestros pasos, cabe preguntarse: ¿cómo habría logrado Colón evadir el dedo acusador de los malsines que pateaban los campos y ciudades de la península en busca de víctimas a quienes denunciar? ¿Admitirían los Reyes Católicos al hijo de un judío sefardita, en este caso a Diego Colón, entrar a la corte como paje al servicio del príncipe heredero? ¿Hasta qué punto es plausible creer que a ese mismo hijo se le permitiese emparentar, por vía de matrimonio, con los Álvarez de Toledo, una de las familias más poderosas e importantes del reino?[i]

Acuden en abono de esta tesis, tanto el testimonio de Lorenzo Galíndez de Carvajal, oidor y consejero de los Reyes Católicos quien le atribuyó al almirante origen genovés, como las informaciones de Gonzalo Fernández de Oviedo, paje del príncipe Juan junto con los hijos del “descubridor”, las cartas de Pedro Mártir de Anglería que le sindican como Colón “de la Liguria” y, finalmente, las pruebas de ingreso a la orden de Santiago, levantadas en 1535, a solicitud de Diego Colón de Toledo, nieto del primer almirante, que sitúan el origen familiar en Saona, cerca de Génova. Para más señas, en el careo que integra el expediente levantado al efecto, Diego Méndez, compañero de andanzas del almirante, afirma que ni a Cristóbal Colón ni a Felipa Moñyz les tocaba “raça de Judío ni converso ni de moro”. Un poco más adelante, el licenciado Rodrigo Barreda alega haber oído decir que Colón era “de la senioria de Génova de la ciudad de Saona” y añade que todos los genoveses a los que conoció le tenían por paisano.[ii]

Las interrogantes son demasiadas: ¿Por qué no se cita a los Colones en el Tizón de la Nobleza de España, obra en la que el cardenal Francisco de Mendoza y Bobadilla se dedica a desgranar una a una las principales casas de la nobleza titulada de la España aurisecular, con el propósito de aislar e identificar el elemento judío presente en cada una de ellas? ¿Bajo qué garantías podría el Colón judío volver a la península, si en 1499 se había decretado una real cédula que exigía como requisito a los interesados en regresar a declarar su conversión de manera pública, ante escribano y testigos? Sea como fuere, dicho instrumento resolvió que: “cualquier judío de cualquier origen, que fuere hallado en España, sería condenado a muerte y ejecutado, a menos que previamente hubiese dado a conocer su intención de convertirse al Cristianismo”[iii]

Por lo que toca a la naturaleza y el origen del apellido, es justo señalar que el de Colón no es precisamente del tipo de los que adoptaron los perseguidos a la hora de cambiar su identidad. Coincidiendo con las apreciaciones de Feierstein:

En la onomástica judeoespañola era muy frecuente la adopción de apellidos que correspondían a pueblos o lugares de origen. Hay otros patronímicos que derivan del nombre del padre, de la profesión que se ejercía o de características físicas… Y finalmente la inevitable fuente para alejar toda sospecha y destacar ostentativamente la índole confesional, la constituían los apellidos compuestos por San o Santa”[iv]

Mas allá de lo puramente anecdótico, en Santo Domingo, la polis desde donde primero se ejerció el control político y económico de las Indias, se instaló un grupo considerable -y por demás endogámico- de judíos, conversos, marranos, tornadizos y moriscos. Pero Colón, por más que se diga, no era uno de ellos…

[i] nieto y cortadellas, Rafael. Los descendientes de Cristóbal Colón. Sociedad Colombista Panamericana. La Habana, 1952.
[ii] r. de uhagon, Francisco. La patria de Colón según los documentos de las órdenes militares. Librería de Fernando Fe. Madrid, 1892.
[iii] suarez fernández, Luis. La expulsión de los judíos de España. Colección Sefarad 1. Editorial Mapfre. Madrid, 1992. Pág. 347.

[iv] fierstein, Ricardo. Historia de los judíos argentinos. Editorial Galerna. Buenos Aires, 2006. Pág. 33.

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