Reflexiones sueltas: la soledad es una gran compañera

Reflexiones sueltas: la soledad es una gran compañera

SILENCIO
Así como del fondo de la música
brota una nota
que mientras vibra crece y se adelgaza
hasta que en otra música enmudece,
brota del fondo del silencio
otro silencio, aguda torre, espada,
y sube y crece y nos suspende
y mientras sube caen
recuerdos, esperanzas,
las pequeñas mentiras y las grandes,
y queremos gritar y en la garganta
se desvanece el grito:
desembocamos al silencio
en donde los silencios enmudecen.

La pandemia me ha obligado a amar la soledad. Antes, cuando el ritmo era acelerado y pleno de actividades fuera de la casa, la buscaba para encontrar la paz y el sosiego. Esos momentos maravillosos de introspección colmaban mi existencia y me hacían olvidar el trajinar cotidiano.

Hoy, encerrada en la casa, laborando intensamente desde mi pequeño estudio, la soledad se ha convertido en mi fiel compañera. Me he acostumbrado a hablar a nombres sin rostros en las reuniones por zoom; mis oídos se han entrenado a escuchar las voces que se entrecortan a veces porque el internet de tanta demanda se resiente.

He tenido que habituarme a ver a mis amigos y familiares por la pantalla chica de la computadora o de mi celular.

Algunos amigos me han dicho que soy estricta con las restricciones autoimpuestas. Es posible.

Un hecho incontrovertible es que la pandemia del COVID sigue, y que los contagios han aumentado. Pienso que debemos mirarnos en el espejo de Chile, país que a pesar de haber vacunado en tiempo récord a casi toda la población, el número de contagiado se disparó, porque la gente bajó la guardia.

El gobierno tuvo que imponer de nuevo grandes medidas restrictivas. ¿Por qué no somos capaces de entender la gravedad de esta situación?

La humanidad no ha aprendido todavía de esta experiencia del COVID. Veía estupefacta cómo en Madrid, España, el pueblo se volcó hacia Sol, la plaza emblemática de las salidas nocturnas.

Sin mascarillas y en medio de una muchedumbre gritaba: “Vamos a beber con libertad”.

Lo mismo ha ocurrido en otras poblaciones españolas, y en otras naciones europeas “civilizadas”, teniendo los gobiernos que volver a tomar medidas restrictivas. ¿Qué pasa en este en este mundo banalizado, superficial y a veces absurdo?

A veces me pregunto si no es mejor estar en mi burbuja personal. Leyendo mis libros, escribiendo para aprender. Envuelta en mis múltiples tareas de dar clases, organizar seminarios, conversar con colegas que tienen las mismas inquietudes que yo.

Contemplar la vida y la naturaleza, ser testigo del florecimiento de mis orquídeas, desde que aparece el primer brote hasta que se convierte luego en hermosa flor.
Sin interacción con el mundo. Juntándome solo con mi pequeño mundo.

Es una forma de olvidarme de las idioteces de algunas personas. Un mecanismo de protección para no escuchar a los insolentes que se creen sabios; o a los funcionarios vacíos y sin discursos con el único propósito de complacer al jefe. No soporto a los lacayos que están prestos a moverse, a rodar hasta la primera fila para hacerse notar por los detentores de turno del poder político.

Ya tengo 65 años, caminando para mis 66. Llevo mis años con orgullo. Durante esta larga vida he hecho lo que he amado y creído. Dedicado mi vida a educar, a formar parte activa de la sociedad civil desde mis pequeños espacios. Proclamando a los cuatro vientos lo que siento y pienso; enarbolando críticas incómodas a algunas personas; aceptando a los que me critican.

He cometido errores; me he equivocado en muchas oportunidades; he tenido que callar cuando sabía que mis palabras caerían en el vacío.

En mis tiempos de administradora académica, he sobrevivido a las largas jornadas de reuniones vacías, donde muchos se expresaban solo con el simple propósito de demostrar cuánto sabían; otros sencillamente callaban y asentían temerosos a las posiciones dominantes, eran veletas guiadas por el viento del poder.

Ahora que dejé la vida administrativa, y me he dedicado a mis pasiones: investigar, escribir, dar clases, me doy cuenta de muchas cosas. Ya no soy temeraria, ya no quiero hipocresías, ya no soporto a la gente que me buscaba por lo que representaba o podía representar. Solo quiero estar con aquellos con quienes comparto intereses, amor y amistad.

Termino estas reflexiones sueltas con el hermosísimo poema de Mario Andrade: Mi alma tiene prisa. La mía también tiene prisa y avidez de vivir sin ataduras y sin hipocresías.

“Conté mis años y descubrí, que tengo menos tiempo para vivir de aquí en adelante, que el que viví hasta ahora…

Me siento como aquel niño que ganó un paquete de dulces: los primeros los comió con agrado, pero, cuando percibió que quedaban pocos, comenzó a saborearlos profundamente.
Ya no tengo tiempo para reuniones interminables, donde se discuten estatutos, normas, procedimientos y reglamentos internos, sabiendo que no se va a lograr nada.

Ya no tengo tiempo para soportar a personas absurdas que, a pesar de su edad cronológica, no han crecido.

Ya no tengo tiempo para lidiar con mediocridades.
No quiero estar en reuniones donde desfilan egos inflados.
No tolero a manipuladores y oportunistas.

Me molestan los envidiosos, que tratan de desacreditar a los más capaces, para apropiarse de sus lugares, talentos y logros.

Las personas no discuten contenidos, apenas los títulos.
Mi tiempo es escaso como para discutir títulos.
Quiero la esencia, mi alma tiene prisa…
Sin muchos dulces en el paquete…
Quiero vivir al lado de gente humana, …muy humana.
Que sepa reír de sus errores.
Que no se envanezca con sus triunfos.
Que no se considere electa, antes de la hora.
Que no huya, de sus responsabilidades.

Que defienda, la dignidad humana.
Y que desee tan sólo andar del lado de la verdad y la honradez.
Lo esencial es lo que hace que la vida valga la pena.
Quiero rodearme de gente, que sepa tocar el corazón de las personas…
Gente a quienes los golpes duros de la vida, le enseñaron a crecer con toques suaves en el alma.

Sí…
tengo prisa… -por vivir con la intensidad que sólo la madurez puede dar.
Pretendo no desperdiciar parte alguna de los dulces que me quedan…
Estoy seguro que serán más exquisitos que los que hasta ahora he comido.

Mi meta es llegar al final satisfecho y en paz con mis seres queridos y con mi conciencia.
Tenemos dos vidas y, la segunda comienza cuando te das cuenta que sólo tienes una…

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