Un análisis de datos de 1,5 millones de personas ha identificado 579 variantes genéticas asociadas a una predisposición a mantener diferentes comportamientos y trastornos relacionados con la autorregulación, entre ellos la adicción y los problemas de conducta infantil.
Con estos hallazgos, los investigadores han construido una puntuación de riesgo genético -un número que refleja la propensión genética general de una persona en función de cuántas variantes de riesgo porta- que predice una serie de resultados conductuales, médicos y sociales, como el trastorno por consumo de opioides o alcohol, el suicidio o las condenas penales.
El trabajo se publica en la revista Nature Neuroscience y ha sido realizado por un consorcio de 26 investigadores de 17 instituciones de Estados Unidos y Países Bajos.
La identificación de las más de 500 localizaciones en el genoma es importante, según los investigadores, porque proporciona una nueva visión en la comprensión de los comportamientos y trastornos relacionados con la autorregulación, denominados colectivamente “externalización”, y que tienen una responsabilidad genética compartida.
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La externalización se refiere a un espectro de comportamientos y trastornos relacionados con el control de los impulsos. En los años sesenta, el psicólogo Thomas Achenbach realizó un estudio sobre diferentes tipos de problemas emocionales y de comportamiento en niños.
A partir del mismo, habló de internalización, que se refiere a los problemas que los niños experimentan internamente, como sentirse tristes, preocupados o ansiosos, y de la externalización, relacionada con los problemas que los menores manifestaban externamente, como meterse en peleas o romper las reglas en la escuela o en casa.
En concreto, en el estudio que ahora se publica los científicos observaron que los genes asociados a la externalización se expresaban en el cerebro y estaban implicados en las vías biológicas vinculadas al neurodesarrollo; cada uno de manera individual muestra solo una asociación muy pequeña con los problemas de externalización, no un efecto determinista.
En este sentido, Danielle Dick, profesora de Psicología y Genética Humana y Molecular de la Universidad Commonwealth de Virginia, explica que este trabajo ilustra que los genes no codifican un trastorno o resultado concreto; “no hay genes ‘para’ el trastorno por consumo de sustancias o ‘para’ los problemas de conducta«.
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Pero, “los genes influyen en la forma en que nuestros cerebros están conectados, lo que puede hacernos más propensos a ciertos resultados«.
En este caso, “descubrimos que hay genes que influyen ampliamente en el autocontrol o la impulsividad, y que esta predisposición confiere entonces riesgo para una variedad de resultados en la vida».
“Esperamos que una mayor comprensión de cómo las diferencias genéticas individuales contribuyen a la vulnerabilidad pueda reducir el estigma y la culpa que rodea a muchos de estos comportamientos”, añade Dick.
Se sabe, explica la investigadora, que la regulación del comportamiento es un componente crítico de muchos resultados importantes en la vida, desde el consumo de sustancias y trastornos del comportamiento, hasta resultados médicos como la obesidad o educativos, como la finalización o no de la universidad.
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Caracterizar las contribuciones genéticas a la autorregulación puede ser útil de muchas maneras, apunta.
“Nos permite comprender mejor la biología que explica por qué algunas personas corren más riesgo, lo que puede ayudar al desarrollo de la medicación” y a poner en marcha programas de intervención temprana y prevención, resume.
Los investigadores señalaron, sin embargo, que tener un perfil de riesgo más elevado no es necesariamente algo malo.
“El ADN no es el destino; todos tenemos códigos genéticos únicos y todos corremos el riesgo de algo. Entender la predisposición de uno puede ser un estímulo, puede ayudar a las personas a comprender sus puntos fuertes y sus posibles retos, y actuar en consecuencia».