El amor está en el cerebro, no en el corazón; en el corazón se siente los resultados. Cuando el estímulo, el placer, la seducción, la conquista, el coqueteo y otras cosas que hacen mover las tripas y los latidos cardiacos. El cerebro, es el primero en activar la dopamina, el neurotransmisor del placer, pero también activa exitoxina y endorfina, el sistema límbico y el hipotálamo.
Esas conexiones hacen que se activen las hormonas, los vasodilatadores y sistema simpático que son los que nos aceleran el corazón, nos cortan la saliva, nos hacen cambiar de color, los pelos de punta, un nerviosismo e intranquilidad que a veces hace que se le olvide lo que se iba a declarar. Paradójicamente, cerebro y corazón son los cómplices del amor. Aunque el mercado, la economía del comportamiento, las nuevas gratificaciones y los nuevos conceptos sociales y culturales han modificado los roles, el significado y la permanencia del amor y la amistad.
Literalmente, el amor no está en crisis, en crisis están las personas y las sociedades. Todo ha cambiado y era de esperarse, ya que todo es dinámico, modificable, de nuevo aprendizaje y de nuevas necesidades.
Hace décadas que el amor y la amistad eran para siempre, la durabilidad, la constancia y la permanencia en lo que se hacía y se creía tenía el concepto “para toda la vida”. Ahora el amor se debate en sobrevivir a lo “desechable” o el “nada para siempre” al concepto de “hay que renovar” o “no hay química” o “se cambia lo que da problema”.
De entrada, la belleza, la inteligencia, las habilidades, el carácter o destreza de una persona nos despierta admiración; hasta nos puede gustar y enamorarnos de forma sorpresiva o inesperada; allí, funcionan el cerebro y el corazón. Sin embargo, con el tiempo, los rasgos de la personalidad, el temperamento y carácter nos llevan a las relaciones complementadas.
La inteligencia emocional y social nos guía a la permanencia y a la necesidad de sentirnos que estamos con la pareja o amistad sana y funcional. Pero la inteligencia espiritual, le da el significado único, transcendente, oxigenante y perdurable a una relación existencialmente nutriente.
Repito, no es el amor que está en crisis, es el relativismo ético, el hedonismo, el concepto de lo desechable, la posverdad y las gratificaciones inmediatas que han cambiado las respuestas de las estructuras cerebrales, de las nuevas necesidades creadas, que han conquistado al ser humano, cambiando sus valores, su significado de vida y hasta los motivos y las razones existenciales.
Vivimos en el cortoplacismo, en la búsqueda del placer inmediato, de lo insustancial, lo ligero y lo banal, así, se sustituye el amor y o la amistad como algo para tirar y desechar; tal y cual pasa con los celulares, los electrodomésticos, las comidas rápidas o los dulces que vamos cambiando, en la medidas que venden otros, de fácil uso, o de sabores y colores más gustosos.
La existencia, la búsqueda del bienestar y la felicidad, lo han relacionado con el confort y la opulencia; con la belleza y la juventud; con el músculo y la fuerza. Ahora todos queremos ser jóvenes, musculosos, energizantes, competidores y malabaristas de una vida en la que nadie quiere descender, perder, cambiar o envejecer.
Hoy nos encontramos en el desafío de amar en el medio de una pandemia. De mantener amistades en medio de una crisis de valores y superficialidad. Ante todo, el amor existe, las amistades también; hay parejas felices, sanas y saludables; no perfectas ni ideales. Hay familias sanas y funcionales.
Pero el amor hay que mantenerlo, abonarlo, cuidarlo con la cultura de buenos tratos. La afectividad, el respeto, los vínculos, el apego y la reciprocidad son indispensables para el amor. El sexo y la sexualidad son para toda la vida.
Sabemos que existimos en un mundo desigual, deshumanizado, analfabeto emocional y del consumo. Cuide su cerebro, aliméntelo de conocimiento sano, sea creíble, objetivo, en el amor y la amistad. Son tiempos de crisis, de vacíos, de pobreza espiritual, de miserias humanas. Los que apuestan y creen el amor y la amistad, viven, fluyen, sienten y transmiten el amor y la afectividad con alegría, pasión y felicidad resonante.