René Rodríguez Soriano (Constanza, República Dominicana, 1950 – Houston, Texas, 2020) fue uno de los pocos escritores dominicanos que se dedicó por entero a su arte. Es parte de nuestros creadores que surgieron en la última década del 1970. Su primer libro, “Raíces, con dos comienzos y un final” (1977), presenta la ruptura de los jóvenes a la poesía comprometida que había dominado el ambiente literario dominicano desde la revuelta de abril de 1965. Su estética se afianza en un libro de poemas “Textos detestados a destiempo con sabor a tiempo y de canción” (1979).
Eran los años del foquismo y la guerrilla urbana durante los tres gobiernos de Joaquín Balaguer, conocido como “los doce años”. La violencia de Estado y la contrarrevolución diezmaron a una parte de la juventud dominicana. Otra se atrincheró en la Universidad y en los clubes culturales y siguieron realizando actividades para difundir sus ideas sobre la política y la resolución de los principales problemas de un país que seguía siendo dominado por la cultura autoritaria del trujillato. Rodríguez Soriano presenta el ambiente de represión de esa época en su novela “El mal del tiempo” (Premio UCE, 2008).
La poesía de René Rodríguez Soriano, a partir de “Canciones rosa para una niña gris metal” (1983), deja ver una escritura distinta de la poesía e inaugura la década con una estética de corte amoroso o neorromántico que despide la poesía sesentista del compromiso social. Es uno de los textos que introduce el tema del bolero en la literatura dominicana y la técnica de la intertextualidad y la relación entre música popular y poesía. Este tema será trabajado por narradores como Marcio Veloz Maggiolo en “Ritos de cabaret” (1991) y Enriquillo Sánchez en “Musiquito” (1993), para solo citar algunas novelas.
La poesía de Rodríguez Soriano logra altura y novedad en las letras dominicanas con el libro “Muestra gratis” (1986) en el que ya integra el lenguaje contextualizado por la oralidad citadina. Predomina en esta obra la radio, la televisión y las hablas de la clase media dominicana. Ya había quedado atrás el tiempo épico que, como horizonte de espera, se abrió a la muerte del dictador y quedaba un mundo en crisis solo valorado por el mercado cuando la economía dominicana, que había tenido repunte en los años cincuenta, llegaba definitivamente a negar su modelo de producción.
En la poesía de Rodríguez Soriano es central, sin lugar a duda, un interés en la renovación expresiva, en la mirada a lo social y, de manera especial, al lenguaje de la poesía. No hay en el poeta una búsqueda de las cumbres de la poesía dominicana, sino en la poesía latinoamericana. Como creador sabe dónde se encuentran los lugares comunes. Elemento importante para valorar la particularidad de su obra.
En la década de los ochenta, se inicia como uno de los cuentistas más importantes de la República Dominicana de las últimas generaciones. Su trabajo escritural solo tiene precedente en Juan Bosch, José Mariano Sanz Lajara, Virgilio Díaz Grullón y José Alcántara Almánzar. Y si lo vemos todos estos escritores dentro del marco de los productores que han sido constante en la escritura y en la publicación, no exagero en decir que solo Bosch y Alcántara Almánzar lo superan en dedicación, calidad, permanencia y proyección en el cuento dominicano.
Se inaugura como narrador con el libro “Todos los juegos el juego” (1986), por realizar en él un homenaje al cuentista argentino Julio Cortázar. Entonces, los mentideros literarios lo encasillaron como un epígono del autor de “La autopista del sur”, pero los cuentos del dominicano buscan otros diálogos y lo fantástico en su escritura toca más a Felisberto Hernández. Ya en este texto se encuentra un interés por los juegos, la desestructuración del cuento canónico al estilo de Juan Bosch. Como lo hace en su poesía, Rodríguez Soriano muestra un interés constante por el lenguaje. Está consciente de que la obra literaria es una estética verbal.
El segundo libro de cuento lo posesiona como un narrador que desborda la poeticidad en las letras del país. Con “La radio y otros boleros” (1996) obtiene el reconocimiento máximo que se le da a un libro en la literatura dominicana, el Premio Nacional de Cuentos José Ramón López. En él trabaja los contextos sociales, la vida cotidiana, la ciudad, el tiempo y la intrahistoria de unos personajes afectados por la crisis de los ochenta; pero también reescribe la memoria y representa la distancia, la nostalgia de los tiempos de infancia, la radio, la vida maravillosa y, sobre todo, el amor y las mujeres en la ciudad de Santo Domingo.
Son emblemáticos en este libro los cuentos “La radio”, “Una muchacha llamada Josefina”, “Laura baila solo para mí”, “Casi nada ha cambiado, amor” y “Lucy in the sky with diamonds”. René Rodríguez ha dado a un tiempo de crisis una valoración mejor por su maravillosa prosa, por los espacios y personajes femeninos que parecen heterónimos. Son Luisa, Lucía, Claudia, Laura… con ellas vemos no solo otra cara del amor, de la búsqueda, la soledad, la distancia y el embellecimiento de un mundo negado por una vida social que invitaba a la emigración.
“Su nombre, Julia” (1991) no es solo el título de uno de los cuentos más emblemáticos del autor. Las referencias y la atmósfera remiten a la ciudad, su mundo, la búsqueda del amor. Así como los sentimientos, los contextos internacionales, la prensa, la vida de la clase media, la familia, la nostalgia de otros tiempos. La poesía. El torrente narrativo de Rodríguez Soriano junto a los variados nombres de “ella” o “de ellas”, parecen formar no un conjunto de cuentos, sino una novela hilvanada con historias. Narraciones novedosas, sencillas. El arte de narrar vuelve a encontrarse con los lectores. Hay en estos textos una cierta complicidad que se da solamente entre el mundo vivido y el esperado. La ciudad está ahí, la gente, los amigos, el arte, las lenguas y las fugas. “Alguien mueve los hilos del azar esta mañana de verano”, “Tú siempre caballero, abuelo”, “Julia, noviembre y estos papeles” y, por supuesto, “Su nombre, Julia” son los textos que nos hacen regresar a la casa de la dicha.
En 1998 publica en San Juan, Puerto Rico, el libro “El diablo no sabe por diablo” en el que integra un manojo de cuentos o narraciones cruzados por un mundo dominicano de los ochenta, la vida en la oficina, la publicidad, los amores no encontrados, la heteronomía de las mujeres y lo maravilloso dentro de lo cotidiano que ya constituyen su mundo narrativo. Las intertextualidades, las concomitancias culturales, aparecen aquí como apertura del mundo dominicano a otro mundo lleno de formas y perplejidades. “Y de repente tú, Isabel”, “Los santos inocentes” “Losing my religion”, “Perseguir a Rita” y “Manías de Piro” podrán integrar la lista de los más destacados (Continuará).