Los recién llegados aceptaron la interpretación naif de la historia nacional
Los vi llegar. Yo estaba desde mucho antes. Llegaron con los ímpetus de la juventud. Los vimos como el natural e importante relevo. Tenían fuerza, ambiciones, luchaban, a través del partido, por ascender en la organización para subir en la escala social. Constituyeron la savia nueva que impulsaba la necesidad de modernización del grupo.
Eran bienvenidos porque representaban el futuro, solo había un pero: el techo de probados y eficientes dirigentes que produjeron el triunfo de diciembre de 1962.
En la ocasión se impuso el poder del pueblo contra la disposición de la tutumpocracia que aspiraba a mantener sus mecanismos de explotación, acelerados ahora por el afán de suplantar a Trujillo en los negocios, en la industria, en el comercio, en la tenencia de la tierra.
Estos jóvenes que llegaban algunos, aguerridos, dispuestos a progresar y ascender mediante el mecanismo de adquirir altas posiciones políticas aceptaron la quisonda que inventó Juan Bosch para alejar el pueblo del poder.
Los recién llegados aceptaron la interpretación naif de la historia nacional contenida en los folletos y en los cursillos de adiestramiento en obediencia irrestricta que demandaba el maestro, líder, conductor y guía.
Hacían galas de su limpia hoja de vida llena de inexperiencia. A poco de que Leonel Fernández llegará al poder, escribí que era difícil que un cadete comandara un batallón, un cuerpo de ejército o el conjunto de las Fuerzas Armadas.
Entrar al castillo por la puerta de los sirvientes, con ropas de sirvientes, a pies o con desvencijados carros de conchar en los barrios periféricos, es un salto al vacío que marea a quienes carezcan de la educación hogareña y los ejemplos de padres y madres quienes, antes que nada enseñan con su ejemplo que uno se arropa hasta donde le alcanza su sábana.
Khalil Gibran Khalil, el inmenso poeta libanés relata que un día su visir llegó feliz, despreocupado, satisfecho, pese a los graves problemas que afrontaba el Gobierno y le dijo al rey que todo el pueblo estaba feliz porque bebía agua del pozo. Al otro día el rey bebió agua del pozo y estaba igual que sus súbditos.
Cuando aquellos jóvenes de antes se liberaron de la tutela de los experimentados veteranos no solo saciaron su sed en el pozo sino que olvidaron la vieja consigna y la invirtieron, ahora practicaron el dinero contra vergüenza. El fruto de esa involución solo da desprestigio y cárcel. Eso sembraron.