Proclamada hace 72 años, la República Popular China es el fenómeno socioeconómico más relevante e influyente del siglo XXI. Bajo conducción del Partido Comunista, eje de su espectacular conversión, hoy por hoy, es protagonista de primer orden en el escenario mundial. El Partido fue crucial en la derrota japonesa y el triunfo en la guerra civil que condujo a la proclamación del nuevo país el 1 de octubre de 1949.
El camino, iniciado fue convulso y complejo, lleno de hostilidades, aislamiento y amigos que dejaron de serlo. Bloqueado vio, sin amilanarse, sus derechos soberanos usurpados con financiamiento de grandes potencias y beneplácito casi planetario. Así, cercada, jurándose que nunca más volvería a ser humillada, empezó a forjarse un desarrollo autóctono plagado de dificultades pero superando errores y amenazas.
Quizás la primera prueba del potencial inagotable e indetenible del nuevo país fue cuando en solo 15 años, en 1964, a pesar de los intentos de ahogarla, sorprendió al mundo al convertirse en potencia nuclear. La suerte estaba echada.
Pasarían otros 15 años para que la nación, albergando una de las poblaciones más grandes y pobres del mundo, iniciase un proceso espectacular de “apertura y reforma” sentando las bases del más excepcional proceso de desarrollo económico y social jamás registrado en la historia. Se forjaba el “socialismo con características chinas”.
Lo que grandes potencias de nuestra época han requerido 200 años, China lo ha logrado en apenas 41. Mientras la mayor parte de la humanidad la admira, reconoce y le ofrece amistad, otros, con incontrolables ambiciones, pero enanos de pensamiento, se asustan y tratan de denigrarla. Xi Jinping recordaba en ONU, días atrás, que el mundo es muy grande con espacio para todos, no importa cuán poderosos sean.
Es cierto, pero se está evidenciando, lamentablemente, que unos están dispuestos a convivir en armonía, en tanto a algunos el miedo los paraliza y aturde. Es tal la influencia de este coloso, que es referencia, para, que, críticos pretendiendo competir, amenazando, diseñan sus políticas y metas internas con la esperanza de frenarlo. Bajo condiciones permanentes de reformas y aperturas, con una clase media enorme, es tal la intensidad de sus fuerzas internas que, más temprano que tarde, habrá de convertirse en la economía más grande, ofreciendo, no obstante, contribuir a un mundo de paz y bienestar compartido para todos, sin pretensiones hegemónicas.
Como hombre forjado en el pensamiento de José Martí, asumo la máxima martiana: “Honor a quien honor merece”.