Cuando se llega al suicidio, es el resultado de haber llegado al punto de “no retorno”; donde la persona de forma impulsiva ha decidido el atentado contra sí mismo. Previo a esto, se vive una sensación de minusvalía, de sensación de soledad, de vacío existencial, de impotencia, desesperanza y de fracaso total; acompañado de sentimientos de culpa, de derrota y visión en túnel, del que cree que no podrá salir y que nadie le podrá ayudar. Antes del suicidio, se fueron organizando unos síntomas que apuntaba a la depresión: tristeza, desánimo, desinterés, pérdida de la energía, cansancio, bloqueo mental, sensación de llorar, aislamiento, pérdida de peso, dolores corporales, imposibilidad de dormir bien, sentimientos e ideas derrotistas, ideas infravaloradas, incapacidad para solucionar problemas, etc. Cuando se tiene más de dos semanas o meses sintiéndose en esta condición, hay que diagnosticar un episodio depresivo.
Sin embargo, existen factores de riesgos y factores protectores que pueden agravar o solucionar o impedir que el suicidio ocurra. El riesgo es la probabilidad que uno tiene de padecer un daño, que puede ser físico, psicológico, económico, social, familiar o personal. Hay personas más vulnerables que otras a sufrir riesgos y quedar atrapadas por el riesgo; ejemplo: los de trastorno en su personalidad, los que tienen poca inteligencia cognitiva, social, emocional y espiritual; los que han roto vínculos y apegos con familias, los desempleados, los que tienen algún problema de adicción, los que no han podido organizar un proyecto de vida viable y sostenido, los que tienen baja autoestima y actitudes derrotistas, o las que tienen baja tolerancia a las frustraciones o pobre incapacidad para manejar los estresores psicosociales de forma adaptativa y funcional.
En los adolescentes los riesgos psicosociales se deben a conflictos con los padres, rechazo de amigos, bullying amoroso, cambios corporales, miedo o inseguridad social, baja autoestima y pobre auto-concepto, problemas de educación psicosexual, abuso de drogas, presión a tener relaciones sexuales, etc.
En los adultos, esos riesgos están dados por conflictos de parejas, crisis económicas, pérdida del estatus social, endeudamiento e incapacidad para organizar su vida de forma responsable, infidelidad, abuso de drogas, depresión, acoso moral, falta de habilidad y destreza en manejar conflictos, etc. En la vida se dan unas series de circunstancias que presionan o desajustan y, cuando no, ponen a prueba nuestra madurez e inteligencia para saber qué hacer cuando otros no saben qué hacer. En cada etapa de nuestras vidas se vivirán experiencias desagradables, riesgos y situaciones riesgosas en las que hay que estar preparados para aceptar pérdidas, fracasos, tener que ceder, aprender a retirarse, o vivir la experiencia de adoptar el distanciamiento emocional positivo, de espacios tóxicos o de personas tóxicas que pueden hacernos daños. No todos los adultos saben lidiar la presión de esta vida hedonista, competitiva, relativista y líquida como diría Zygmunt Bauman.
Estos son tiempos de crisis en los valores, de la insensibilidad humana, del desapego colectivo, de la individualidad, del éxito en función de lo material; pero también, son tiempos de la crisis en lo afectivo, en lo espiritual, en los vínculos y en lo estructural de la vida; donde para el mercado lo que vale es el consumo, el dinero plástico, el confort y la capacidad para demostrar. Son todas estas realidades que han llevado al humano a padecer de angustia, depresión, miedos, trastornos, desajustes y crisis en la identidad generalizada.
La mejor salida a todo esto es buscar la ayuda; aceptar que se tiene un problema o una condición que no me deja ser feliz, que no permite funcionar en la vida de forma equilibrada, y satisfecha. El suicidio se puede prevenir y la depresión se trata y se supera. Es buscar la ayuda a tiempo, dejarse ayudar y fiscalizar para poder superarlos.