S.O.S. a padres deficientes

<p>S.O.S. a padres deficientes</p>

ATAHUALPA SOÑÉ M.
Todo tipo de educación requiere de una parte de extensión más allá del hogar y de los progenitores. La inmensa ayuda y despliegue realizado por los padres se hace mucho más urgente cuando la misma toca un débil mental en la familia.

El progreso de un niño va a depender de lo que los padres perciban más o menos, en cuanto a que su hijo resulte ser distinto, el que quieran notarlo antes o después; no es indiferente en qué momento dicha situación se produzca.

Resulta importante que los padres reconozcan lo antes posible el estado de su hijo, para que a su vez dicho hijo sea tratado de la manera más pronta posible.

Resulta difícil la manera cómo se realiza la primera confrontación con la dolencia del hijo. Muchos padres reciben este momento como una herida difícil de curar.

El encaramiento con la realidad habrá de tener por metas y objetivos el que los padres se coloquen en disposición de fomentar sus capacidades, lo cual sólo es posible cuando los padres sienten que los especialistas, no son los jueces del destino de sus hijos, sino, verdaderos aliados consumidos por la misma y ardiente llama de la preocupación del bienestar que requieren estos niños.

Los padres son los educadores más importantes del niño. Los niños pertenecen a sus padres. Poseen los padres antes sus hijos los derechos más importantes y por lo tanto, los deberes más importantes. Los educadores profesionales nunca podremos sustituir la educación familiar, sólo la complementamos.

Sin la debida cooperación de los padres resulta difícil la labor educadora, amén en contra de la voluntad de los mismos. Necesitamos a los padres y ellos sienten de manera clara que necesitan al educador. De aquí se desprende la absoluta necesidad de colaboración. Somos como educadores, su refugio, su esperanza, frente a los cuestionamientos que se refieren al hijo y a su problemática.

Cuando un pedagogo terapeuta intenta cambiar a los padres, incurre en un grave error. No es su misión cambiar a los padres, sino ayudarles. Toda ayuda debe partir en primer lugar, por empezar por el punto de encuentro de la realidad del problema. El plano de ayuda ha de realizarse sobre la base de comprender, lo que los padres comprenden, es decir poder ver las cosas y sus preocupaciones tal y cómo él los ve.

Los pedagogos terapeutas, debemos ver grandes los que son pequeños problemas, y dejar aparentemente sin ver, los que son grandes. Si no logro hacer esto, de nada sirve el que comprenda más.

El que realmente desea ayudar, debe someterse en primer lugar a aquél a quién quiere ayudar, al mismo tiempo asumir que ayudar no es dominar sino servir; ayudar no consiste en ser más dominador siendo más paciente. La ayuda implica el estar dispuesto a reconocer que podemos estar equivocados.

No tendrá que significar que la colaboración entre padres y especialistas tengan que mantenerse en una línea enteramente uniforme. No puede pedirse que los padres sientan, piensen y crean lo mismo que el especialista de la pedagogía. La vida es una variedad multiforme, aquel que quiera unificar dicha variedad termina equivocado.

Al recibir en consulta un padre o una madre, hablamos con un adulto el cual tiene ya su experiencia, su naturaleza y su estructura fija. Es precisamente por donde debemos iniciar nuestro trabajo.

Resulta igual de funesto el tratar de iniciar por un nivel más bajo de lo que se corresponde. El trabajo debe empezar en el punto en que precisamente se hallan los padres.

La vida, la duradera acción en común con nosotros en la educación o en la enseñanza del niño, mostrará poco a poco a los padres, dónde está su hijo y dónde y cómo se le puede ayudar.

Hemos de consignar el cuidado al juzgar y sobre todo al condenar a los padres. Esto así, porque no debemos olvidar lo difícil que les habrá resultado llegar hasta nosotros. Tampoco debemos extrañarnos de que el contacto con nosotros no les produzca una verdadera alegría. Es una verdadera evidencia, el que los padres de niños débiles mentales les están unidos con un cariño muchas veces extraordinario. Pero este amor instintivo, no les ayuda a vencer las dificultades que todo este mecanismo trae consigo.

La mayor parte de los padres resultan profanos en el campo de la educación. La experiencia en el trato con débiles mentales se encuentra limitada en general a un único caso: Su hijo.

La educación se hace cada vez más difícil dentro del constante caos sociológico de nuestros tiempos. Si un educador profesional desea erigirse en maestro de los padres, tiene que divorciarse para no seguir la misma senda.

La comunidad con los padres debiera dar al débil mental lo mismo que al sano, una sensación de protección, una acumulación de amor que lleguen muy lejos en su vida. Este sentido de entrega le proporciona al débil mental un equilibrio tal que no puede ser sustituido por ninguna otra cosa. En la educación de los padres lo más importante es el amor específico que procede de la única unión con su hijo, y que hemos de denominar “amor paterno” o “amor materno”.

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