Son datos del informe “Health Service Monitor 2022” que ha realizado Ipsos, empresa de investigación de mercados y encuestas a nivel mundial, con motivo del Día Mundial de la Salud Mental que se conmemora este 10 de octubre y en el que tratan varios aspectos, uno de ellos la medicación.
Entre los problemas de salud mental de las sociedades desarrolladas destacan el estrés, la ansiedad y la depresión y para ellos la medicación es uno de los recursos habituales.
El 63% de las personas, a nivel global, afirma que se ha sentido estresada en el último año hasta tal punto de afectarle en cómo viven su día a día, un dato que baja hasta el 33% en el caso de España.
Además, 3 de cada 10 personas a nivel mundial aseguran haberse sentido deprimidos y sin fuerzas en los últimos meses. En España es 1 de cada 5 los que dicen haber estado así, el segundo dato más bajo de Europa después de los Países Bajos (16%).
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Pero esto no quita para que en España 1 de cada 5 personas tomen medicación para estos problemas concretos de salud mental, en línea con las cifras de la mayoría de los países europeos.
Pensamientos suicidas y ayuda profesional
La cifra más alarmante a nivel global es que un cuarto de la población declara haber experimentado pensamientos suicidas o de autolesión.
En el caso de España, es el 11%, de nuevo en línea con la mayoría de países europeos, aunque es cierto que países como Portugal (4%), Rumanía (5%), Países Bajos (5%) presentan cifras más inferiores.
Sin embargo, solo el 16% en el mundo busca ayuda profesional, porcentaje similar al de España, un 18%.
Hablar con familia y amigos sobre las preocupaciones y problemas alrededor de la salud mental parece una opción más elegida, tanto a nivel mundial (31% de media), como a nivel España, donde casi 4 de cada 10 personas reconoce haber hablado con familiares y amigos sobre el tema en el último año, siendo el segundo país europeo que más lo hace, después de Suecia.
En términos sociodemográficos, las personas menores de 35 años, las mujeres, los no casados y quienes tienen ingresos más bajos, son los que más dicen padecer enfermedades relacionadas con la salud mental.
Más atención a la salud física que a la mental
Aunque la preocupación por la salud mental ha ido en aumento los datos indican que la salud física está más presente en la vida de la gente.
A nivel global, de media, el 58% de la población afirma pensar a menudo en su salud mental, un porcentaje que sube hasta el 70% cuando se refiere a la salud física. Unos datos muy similares a los de España, 56% y 70% respectivamente.
La percepción de la ciudadanía española es que, en el ámbito hospitalario, a la salud física (44%) se le da más importancia que a la mental (19%) y solo el 23% de la población considera que se tratan de forma equitativa.
El estudio, una encuesta a 23.507 adultos de 34 países, destaca que parece que ante los ojos de la gente se ha mejorado en este sentido respecto al año anterior, al aumentar en 7 puntos la percepción de que el sistema nacional de salud le da ahora más relevancia a la salud mental.
Estigma, rechazo y salud mental
Así se desprende del estudio “El estigma social provoca aislamiento y soledad en las personas con enfermedades mentales, personas sin hogar o con discapacidad intelectual”, realizado por la Cátedra de Grupo 5 y la Universidad Complutense de Madrid contra el Estigma.
Durante la investigación se ha realizado un estudio cualitativo (6 grupos focales y entrevistas en profundidad) en las poblaciones de interés (salud mental, discapacidad intelectual y situación sin hogar), así como una encuesta cuantitativa con una muestra de 2.775 personas.
Dirigido por Manuel Muñoz López, catedrático de Evaluación y Diagnóstico Psicológico, el informe reseña entre sus conclusiones el hecho de que en salud mental existe un estigma diferencial por profesiones y “son los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado, el personal de seguridad y del ámbito judicial y sanitario, quienes lideran el ranking de atribuciones estigmatizantes”.
Por el contrario, “el profesorado no universitario, los profesionales de servicios sociales o las personas que realizan acciones de voluntariado muestran mejores puntuaciones en acercamiento y desestigmatización”.
Estigma y salud mental
En relación al tema de la salud mental llama la atención el resultado de que un 65% rechaza vivir con una persona con trastorno mental, y de que a un 40% no le gustaría que sus hijos se relacionasen con personas con problemas de salud mental.
Sin embargo, entre las personas encuestadas un 21% reconoce tener o haber tenido problemas de salud mental alguna vez en su vida.
Un porcentaje similar, 1 de cada 4 personas, dice convivir con una persona con problemas de salud mental.
Respecto a la disposición para hablar de problemas de salud mental, casi la totalidad (un 96,5%) se muestra dispuesto a compartir experiencias; algo que según concluye el estudio puede ser un factor protector clave.
La mayoría de las personas considera que sí es necesario informar de la presencia de problemas de salud mental cuando una persona ha cometido un delito (68.7%), siendo este un aspecto claramente estigmatizador.
Además, hay que tener en cuenta que hacer público un diagnóstico médico es constituyente de delito.
Uno de los puntos que denota la presencia de un estigma hacia las personas que tienen problemas de salud mental, según el estudio, hace referencia a las palabras empleadas para referirse a ellas y al uso de términos como locos, zumbados o enfermos, estigmatizante y poco inclusivo.
Respecto a las actitudes hacia las personas con problemas de salud mental, un 42,32% de las personas entrevistadas manifiestan tendencias autoritarias.
Factores como la coacción para que la persona se ponga en tratamiento (6,45/9), la creencia de que van a necesitar ayuda de forma recurrente (6,44/9) o la pena (5,88/9) aparecen también con puntuaciones medias/altas.
Concluyen además los investigadores que aquellas personas que conocen a alguien con esta condición tienden a estigmatizar mucho menos, con diferencias significativas cercanas al 50% con respecto a las personas que no tienen gente conocida con problemas de salud mental.
En relación con el género de la persona que responde, los resultados generales parecen apuntar a que los hombres son significativamente más autoritarios, mientras que las mujeres son más benevolentes y exponen mayores creencias de pena, peligrosidad y miedo.
Así, es menor el estigma hacia la mujer con un problema de salud mental y parece ser vista como más necesitada de ayuda, del mismo modo que se es más autoritario hacia ellas.
Mientras que, en el caso de los hombres con un problema de salud mental, parecen ser vistos como más peligrosos, generando así más miedo y culpa hacia ellos.
Estigma, rechazo y personas sin hogar
En cuanto a las personas sin hogar, el estudio señala en primer lugar que el 1,3 % de la población española (600.000 personas) habría estado en situación sin hogar.
También refiere que los datos apoyan una doble realidad: la invisibilización de un problema y, en segundo lugar, la idea de que las personas sin hogar no son un grupo estanco y estable, sino que es una condición que afecta a muchas personas de forma más permeable a lo largo del tiempo.
De forma complementaria, un 3,7% ha convivido con una persona que ha vivido en situación sin hogar y un 18,1% reconoce conocer a alguien en esa situación.
Según los autores del informe, uno de los puntos que denotan la presencia de un mayor estigma hacia estas personas hace referencia a palabras como indigente (16,2%), vagabundo (14,6%) o mendigo, empleadas para referirse a las personas afectadas.
Y en el caso de los medios de comunicación, señalan que un 50,7% de la muestra considera que habría que informar de esta situación cuando la persona comete un delito, a pesar de que la difusión pública de esa información puede considerarse un comportamiento estigmatizante.
Por condiciones sociodemográficas, los datos arrojan que los jóvenes muestran un nivel de distancia social más bajo que los mayores respecto a las personas sin hogar y puntuaciones más estigmatizantes en peligrosidad, miedo y culpa; mientras que el grupo de mayor edad muestra puntuaciones más estigmatizantes en las dimensiones de ayuda y coacción.
Por último, a mayor nivel de estudios, la intención de acercamiento hacia las personas sin hogar es más alta, a la vez que se reducen las atribuciones negativas.
En cuestión de género, los datos muestran que los hombres sin hogar son más estigmatizados, mientras que las mujeres estigmatizan menos y son más inclusivas.
Estigma, rechazo y discapacidad intelectual
En cuanto a la discapacidad intelectual, los datos de contacto directo señalan que 1 de cada 10 personas dice convivir con una persona con discapacidad intelectual, y la mayoría (64%) conocen a una persona con esta condición.
La buena disposición de las personas entrevistadas a hablar de la situación de discapacidad intelectual que pudiera estar viviendo otra persona (el 95,2% se muestra dispuesto a hablar del tema) es una buena señal.
De nuevo afirman los investigadores que uno de los aspectos que denotan la presencia de un estigma hacia las personas con discapacidad intelectual hace referencia a las palabras empleadas para referirse a las personas afectadas como, deficientes, retrasados, disminuidos o en menor presencia, subnormales o mongolos.
“En el caso de los medios de comunicación, resulta especialmente relevante que el 65% de la muestra espere que, ante la comisión de un delito, los medios de comunicación informen de la condición de persona con discapacidad intelectual”.
Y esto a pesar de que la inclusión de esa información vulnera en la mayoría de los casos la leyes de protección de datos, no aporta información relevante y refuerza la responsabilidad de los medios en la perpetuación de estereotipos, prejuicios y conductas discriminatorias.
En cuanto al género, las mujeres son percibidas con más necesidad de ayuda, y los hombres son más estigmatizados en actitudes de culpa, enfado, evitación y coacción.
Los tres colectivos objeto de esta investigación de la Universidad Complutense han sido sistemáticamente estigmatizados y discriminados a lo largo del tiempo, viendo reducidos considerablemente sus derechos y acceso a oportunidades sociales y sanitarias, según la OMS.