Son hijas de la precariedad pero también del abandono y el abuso. Están perdidas, creyendo que la calle es su mejor opción, porque en casa no tienen orientación.
Con padres ausentes, que buscan el pan o no están pendientes de ellas, se refugian en el alcohol, las drogas y el sexo porque es “divertido” y “rentable”: levantan unos pesos y resuelven los problemas del hambre y los caprichos, mientras creen que al abusar de ellas les hacen un favor.
Tras leer las declaraciones de C.M., la menor de 16 años abusada por Aderly Ramírez Oviedo (Rochy RD), debemos pensar en lo que sucede en los barrios: las niñas son “usadas” como carne de cañón por pedófilos que les entregan dos o tres pesos a cambio de prostituirse.
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C.M. cuenta sin rubor que fumó hookah, bebió vino, se bañó en un jacuzzi y tuvo relaciones con Rochy, justo después que él lo hiciera con su esposa. También cuenta que duerme fuera de su casa, que su madre trabaja en un restaurante y hace Uber, que la golpea en un intento de controlarla y que su padre está preso por homicidio y la envió con quienes la iban a “ayudar”. Con un círculo familiar fallido, en un barrio en el que son presas del “dinero fácil”, esas niñas sueñan con vivir mejor y creen que entregando el cuerpo lo lograrán. Toca educarlas y salvarlas de esa realidad.