El país tiene un gasto tributario del 4,5% del PIB en sistema tributario que aporta menos del 15% del PIB.
Los incentivos fiscales deben ser orientados a compensar las externalidades negativas que desalientan el crecimiento y la creación de empleos
Plantearse la eliminación de un plumazo del sistema incentivos fiscales que ofrece el país a empresas de varios sectores de la economía podría ser una imprudencia, pero negarse a su revisión, cuando el país se aboca a una reforma tributaria que no debe ser más de lo mismo y las voces más autorizadas sobre el tema (Banco Mundial, Banco Interamericano de Desarrollo y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe) y las propias externalidades de ese régimen así lo aconsejan, es faltar a la sensatez.
Lo que da sentido a los incentivos son sus externalidades, que deben justifican la renuncia al cobro de impuestos (en el caso dominicano, el gasto tributario es equivalente a 4,5% del PIB en sistema tributario que aporta menos del 15% del PIB, con un gasto fiscal de alrededor del 20% del PIB).
“Si la inversión generara externalidades positivas (es decir, si el retorno social fuera mayor que el privado) el incentivo corregiría la falla de mercado solo si fuese de una magnitud equivalente a la diferencia entre ambos retornos”, establece un estudio del BID sobre la eficacia de los incentivos fiscales.
Pero un estudio del Banco Mundial sobre la promoción del crecimiento en el Caribe, da la alerta de que rara vez se analiza el monto de esa diferencia para establecer la magnitud del incentivo.
Y específicamente señala que un análisis con microdatos para El Salvador y República Dominicana permite concluir que las empresas que reciben incentivos tendrían utilidades (medidas como porcentaje de las ventas y antes del impuesto a la renta) iguales o superiores a las de empresas sin beneficios dentro del mismo país.
El estudio lleva a conclusiones que deberían ser ponderadas en el marco de la reforma fiscal.
En primer lugar, concluye en que los incentivos fiscales Los incentivos fiscales pueden abordar las externalidades negativas que limitan las inversiones, determinan su localización y desalientan la creación de empleos, pero no deben constituirse en un sustituto deficiente de un sistema fiscal disfuncional.
El estudio es más explícito aún al afirmar que los incentivos no deben ser utilizados “como Deus ex machina que resolverá todas las deficiencias estructurales de la economía. Los incentivos fiscales no son y no pueden ser un sustituto de las reformas estructurales.
Ante esa realidad, plantea que los países deberían considerar la racionalización de su sistema fiscal y, finalmente, pensar en la introducción de un sistema de incentivos fiscales modernos y rentables, que se oriente a compensar las externalidades negativas que desalientan el crecimiento y la creación de empleos de calidad”.
Son planteamientos que no deben ser asumidos como una verdad absoluta, pero tienen fundamentos que debe ser considerados en el marco de la reforma fiscal.
Se impone que evitemos dejar rendija alguna por la cual se cuele la insensatez.