Hoy tenemos una situación con Haití de la cual no se observa ningún avance.
Mientras las autoridades se vuelven buche y pluma no más, privando en guapetones para ser héroes del momento, la realidad es que ni el cierre de la frontera, ni el despliegue de armamento militar ha parado la desviación del río, ni la presión de la ONU, ni la emigración ilegal.
El tema de Haití lo que parece es una obra teatral en cuyo guión se le otorga a un personaje la oportunidad de decir lo que el nacionalismo espera, quitándole la culpa de las acciones inversas a su discurso que hacen los demás implicados en el conflicto, bajo su anuencia.
La irracionalidad que existe respecto al tema haitiano, en sentido general, siempre me ha llamado la atención, sobre todo, porque tengo tanta familia que ha emigrado a otros países, además, de mi propia experiencia viviendo fuera de República Dominicana por algunos años de mi juventud, en dos ocasiones diferentes.
Es imposible para nosotros los dominicanos, que a penas podemos sostener a este país, cargar con otro en las condiciones en las que se encuentra. Pero lo que si es una realidad es que somos dos países compartimos una isla y que debemos de saber y sentirnos en esta circunstancia como la potencia de esta isla -como tal- dentro de la insignificancia que a grosso modo eso representaría a nivel mundial. Creo que esa mentalidad nos ayudaría a superar ese pensamiento que dejaron los criollos descendientes de españoles, en el entendido de que unos por allá y otros por acá, y así la fiesta se lleva en paz.
Si de esa manera funcionara el mundo, entonces ¿por qué a los Estados Unidos le tuvo que importar que a Cuba llegaran misiles rusos en el 1962 o a Rusia que le llegue armamento a Ucrania en la ultima década? Sencillamente porque no existe tal cosa en el planeta como que vete para tu lado que yo me voy para el mío. La especie humana se mantiene constantemente en búsqueda de oportunidades de mejor vida, intercambiamos manifestaciones culturales mostrando interés y disfrutando lo que se produce en otros países, y mejor aún, establecemos amistades, relaciones amorosas y familiares con personas por encima de las barreras fronterizas.
La soberanía de los países y sus controles migratorios son importantes, incluso, sentir que no existen controles ni transparencia respecto a la cantidad de visas de turismo o de trabajo que se entregan a extranjeros causa en poblaciones como las nuestras, mucha inseguridad. Sin embargo, observo que al no reconocer nuestro lugar en la geografía y la importancia del mismo, no hemos aprendido a negociar en política internacional como siempre han hecho los ingleses -para poner un ejemplo- más bien nos hemos quedado con el imaginario y las prácticas de una España antigua. No se trata de ni de ignorar a Haití, ni de cargar con sus problemas, se trata de convertir esta situación en una oportunidad a largo plazo.
No podemos recibir refugiados, pero si podemos presionar para que se abran campamentos de refugiados haitianos en zonas dentro de su propio país que queden cercana a nuestra frontera y brindarles asistencia dentro de nuestras posibilidades.
¿Por qué no negociamos el desmantelamiento de las bandas armadas, el establecimiento de un gobierno haitiano que cumpla acuerdos con República Dominicana y algún mecanismo de intercambio profesional y técnico que permita un entendimiento en lo que sí puede estar a nuestro alcance y lo que no? ¿Es obligatorio atender parturientas aquí en vez de que se construya una buena maternidad en Haití aunque necesite personal dominicano en un principio?
Estamos lejos de ser buenos estadistas, porque arrastramos los complejos personales a visiones globales. No es nada fácil lidiar con el subdesarrollo, mientras la manos de los países mas desarrollados insisten en buscar soluciones arbitrarias que no resuelven más que sus falsos sentimientos de culpa.