Todo indica, dado que los haitianos han convertido la construcción del canal en el río Masacre en un asunto nacional por el que muchos dicen estar dispuestos a morir, que esa obra no se va a detener como ha solicitado el Gobierno dominicano, que ha recurrido al cierre de sus fronteras como medio de presión para alcanzar un objetivo que con el paso de los días se vislumbra cada vez más difuso y lejano.
El respaldo ofrecido a la construcción de ese canal por el más conocido y temible de los jefes de bandas criminales que gobiernan el caos de aquel lado de la frontera, el célebre Barbecue, complica aun más el panorama para las autoridades dominicanas, que el único lujo que no se pueden permitir en esta crisis es darle tiempo al tiempo, jugar a cuál de los dos países cede primero, conocida la importancia estratégica del comercio con nuestros vecinos.
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Porque resulta evidente, aunque el tono y la firmeza mostrada por el presidente Luis Abinader no han dejado lugar a las dudas sobre su determinación de no dejarse tumbar el pulso por los “incontrolables” y “provocadores” que patrocinan ese canal, que nuestras fronteras no pueden permanecer cerradas a cal y canto de manera indefinida.
Y no tanto por los enormes perjuicios económicos que sufrirían importantes sectores de nuestra economía, como por la enorme peligrosidad que implica para la seguridad nacional acorralar a un pueblo hambreado, con nada que perder, que en su desesperación por echarle algo al estómago puede ver “chiquiticos” los carros de asalto y demás armamentos enviados “por si acaso” a la frontera.
Por eso es tan importante que se inicie cuanto antes un diálogo entre ambas partes, que se sienten a discutir y negociar con el auxilio de un mediador como árbitro y testigo, como propuso ayer en Nueva York la vocera del Departamento de Estado Kristina Rosales Kostrucova. Eso permitiría flexibilizar las restricciones en la frontera, evitando que se conviertan en una olla de presión que puede explotarnos en la cara.