Al momento de abordar posturas sobre el sistema político, la democracia y los problemas actuales, surge en el estado de ánimo de la gente la percepción de la lejanía entre los(as) ciudadanos(as) y las organizaciones políticas (o los políticos).
Es común la pregunta: ¿Los(as) ciudadanos(as) se sienten representados por sus políticos?
Se supone, que un sistema democrático debe cumplir con el anhelo de que los procesos electorales (elecciones, referéndum, plebiscitos, entre otros) sean una vía para que los intereses políticos y los problemas colectivos de la ciudadanía cumplan con garantizar la cercanía y una mayor legitimidad en la representación de los(as) ciudadanos(as) que han participado en determinar quién(es) debe(n) ostentar un cargo de elección popular. Sin dudas, esa legitimidad y el poder recibido reside de la representatividad y de los efectos del proceso electoral.
Advertimos en la teoría política dos formas de representación: la representación – delegación como la capacidad que tiene el político de cumplir con el mandato o su habilidad para conseguir los objetivos de sus electores; y la representación – fotografía, consistente en encarnar fielmente los intereses de quienes se representa. Es decir, además de ser exigible para los líderes políticos su capacidad para defender los intereses colectivos de sus representados, también, le es atribuible que sus posturas y decisiones sean lo mas idénticas posibles al universo de sus representados.
No hay dudas que la brecha entre la delegación y asumir posturas idénticas al universo de los electores está en crisis, lo que cuestiona la representatividad.
Aunque suponemos que las elecciones deben ser el canal para materializar la confianza de los(as) ciudadanos(as) y los políticos electos en cargos populares, es evidente la afirmación de que grandes desigualdades imperan –persisten- en nuestro sistema electoral, entre ellas: el financiamiento sucio, la cultura política de lealtades a cualquier precio, la falta de programas de los partidos políticos, las pugnas internas de las organizaciones políticas, etc.
Esto evidencia intereses distintos; mientras las organizaciones políticas y sus cúpulas se enfrascan en una lucha por el poder, y los políticos cada vez buscan más dominio de las instituciones, por el contrario, los(as) ciudadanos(as) persisten en las soluciones de problemas colectivos, y ven el poder como un instrumento para mejorar las condiciones de vida de la gente.
El historiador e intelectual francés Pierre Rosanvallon, en su obra “la legitimidad democrática” (2010), llama a esto como “democracia de elección”, vista como el interés exclusivo que busca colocar en el poder a determinadas personas y a desplazar del mismo a otras, o lo que popularmente Daddy Yankee parafraseó en su regueton como “quitate tu pa ´ponerme yo”. Imagínese usted, desde la profunda reflexión de Pierre Rosanvallon a una bailable y agradable música urbana de Daddy Yankee. No se sorprenda, así se va moviendo nuestra democracia, entre lo popular y lo enigmático (misterio de difícil interpretación).
Y aquí encontramos la respuesta a nuestra pregunta inicial, la razón por la que se percibe una desafección política y de que los(as) ciudadanos(as) no se sienten representados por sus políticos: cuando el interés de las organizaciones –partidos– políticas y los políticos es meramente la conquista del poder se privilegia el apoyo electoral por encima de la coherencia ideológica y la mística partidaria; mientras que los(as) ciudadanos(as) mantienen el anhelo de la solución de problemas colectivos y de que su vos sea representada por los funcionarios electos. Es decir, nuestros dirigentes y representantes otorgan mayor visibilidad a sus intereses particulares que prevalecen sobre aquello que verdaderamente aprecia la gente.