Recientemente fueron publicadas en el periódico Hoy las declaraciones del arzobispo de Sidney, quien afirmó que la Iglesia católica en Australia encubrió sacerdotes pedófilos para evitar escándalos y proteger así la reputación de la iglesia.
Ante este hecho, lejos de juzgar, debemos reflexionar y sentirnos confrontados.
Creemos que ha llegado la hora de que las personas que pronunciamos el nombre de Dios en nuestras bocas, sin importar la institución a la que pertenezcamos, seamos conscientes de que las motivaciones de nuestros hechos, pueden aparentar ser las mejores, las más correctas, pero Dios, que conoce el corazón y hasta las intenciones de los pensamientos, no puede ser engañado. Dios no puede ser burlado.
Es Él quien escudriña la mente, que prueba el corazón, para dar a cada uno, según el fruto de sus obras.
Es el Señor el que nos examina, el que conoce nuestro sentarnos y nuestro levantarnos, el que escudriña nuestro andar y nuestro reposo.
En este tiempo, donde la humanidad está inclinada de continuo al mal, todos los que hablamos en nombre de Dios, tenemos un mayor compromiso de integridad, de mostrar el carácter de Jesús, a través de la transparencia, de la humildad, de la mansedumbre, del amor, para poder ser genuinos canales de bendición y que nuestras voces no sean como metal que resuena, o címbalo que retiñe.
Ya basta de hipocresías, de aparentar ser lo que no somos y de hablar de lo que no vivimos.
Pensemos más allá de la reputación frente a los hombres. Tengamos muy presente que, en el día señalado, Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala.