Este poemario me cayó, no del cielo, sino de un furtivo encuentro con la poeta Emegilda Encarnación Mora en la Sala Capitular de la alcaldía higüeyana, y luego de un breve intercambio de saludos, me obsequió los poemas que, en esta oportunidad comentaré como lector, sin ninguna pretensión crítica, más bien como quien disfruta de lectura de una poesía sencilla, sincera y vibrante de emoción:
Furia de amor huracanado
llueve
en el averno ahora
seduce este hechizo
que nos ciega
(p.17)
Estos cinco versos iniciales compuestos con la fuerza impulsora de ese huracán propio del trópico se adentran en el vientre, esta vez furiosamente húmedo del volcán Averno para acudir, de las manos de griegos y romanos, al fuego del cráter cerca de Cumas, Campania. Pero de acuerdo con la mitología romana, allí no brotaba lava: era la entrada al inframundo. La poeta sabe muy bien que el inframundo seduce y esconde un hechizo remoto y sombrío, que a final de cuentas nos deja ciego.
Ese tránsito al centro tectónico de la corteza de la tierra es el sueño inicial de la búsqueda alucinante para alcanzar la fugaz presencia de un príncipe con la naturalidad anhelante de quien clama en el desierto del amor, autoflagelándose con cabezazos en el muro de los lamentos.
Te busqué,
en las norias,
encima de la tierra,
En todo hueco
en el azul, en cada sapo,
dormida,
despierta
(p.21)
Esta poesía personal, ligera de equipaje y en un lenguaje natural, avanza hacia la intimidad de lo esencial y humano, transferible al mundo interior de las emociones en simple emotividad de quien alucina despierto:
Mi corazón ansioso
ya rendido, casi
te roza, pero tus
alas fueron más veloces
te esfumaste en un
halo de luz.
(p.23)
Comentando la voz estética y plural de Encarnación Mora, en el poemario Secreta apelación, el académico, mentor y guía del Ateneo Insular y el Movimiento Interiorista, Bruno Rosario Candelier ha expresado que “La relación entrañable que la autora percibe en la realidad sensorial de lo viviente y la realidad espiritual de la humanidad es una constante en su creación, mediante el conjuro del amor que todo lo transforma…”.
En “Odas a la mudanza”, la poeta da sentido a cada objeto de la casa para penetrar en el espíritu, o lo que ella llama de manera evocadora: “Es el alma de la casa”, ese devenir del tiempo que se acumula en huellas y querencias intrínsecas al apego del lugar, espacios que adquieren vida, al igual que los habitantes.
No es el techo
ni la cama
no son los enseres
Es el alma de la casa
es la empatía con el lugar
y su armonía
cada día allí
cada huella
viva en el polvo
encima y debajo de la alberca
Cada paso marcado
vivencias,
experiencia indeleble
en nuestro espíritu
con el alma del lugar y de las cosas.
(p.51)
Encarnación Mora es profesora de larga data y sabe que, a través de la historia, los humanos hemos sobrevivido, entre otras cosas, gracias al sentido de conservación fundado en cuatro elementos que nos sustentan: agua, aire, fuego y tierra.
Hoy, en una sociedad global signada por otros valores y con la proa puesta en dirección a la tecnología, la economía de mercado y el estilo de vida light, probablemente estos elementos de la naturaleza no tienen la magia ni la fuerza que tuvieron en la antigüedad; no obstante, están presentes en el diario vivir. El fuego—en el Diccionario de los Símbolos de Jean Chevalier, teólogo, escritor y filósofo francés, (1906-1993) —, es “sabiduría, alegría, iniciación, conversión, regeneración, destrucción, animación, protección”.
En ese mismo sentido, Rosario Candelierdice que “La poeta sanjuanera (e higüeyana) no olvida sus estudios agrícolas y por eso en sus poemas tiene en cuenta diversos aspectos vinculados a la tierra (…)”; y yo le agrego el agua, aire, fuego; y el éter o espíritu de la naturaleza, y en cada poema los desgrana o los entrelaza, ahora el fuego en el poema “Llama”:
Lama impetuosa
ven arde conmigo,
atisbemos juntas
Esta hoguera
que se extingue
empapa con tu lava
Enardecida
las frías cenizas
que rehúsan esparcirse.
(53)
El calor de los días, con su luz y sus sombras, es materia prima con la que la poeta teje breves textos audaces como un aguacero en cuaresma que se quema sobre la tierra y las piedras o simplemente se lo lleva el viento como esa “Lluvia ácida rodando/ en sus mejillas”, para desandar su propio escenario de mujer angustiada que se expone a que “Un soplo del viento/ clama mi piel” para alejarse aún más de la luz, y en una audaz y hermosa pincelada “Aumenta el fuego/ de esta infinita noche”.
A la poeta, el poema“Desconcierto” le llega como la primavera, solo que, en un halo de melancolía, ese día, en ese instante en que el poema se niega, en esencia, a brotar, a romper fuente para nacer a la vida. Y, sin embargo, recurre al fórceps como en un parto asistido en donde el lenguaje es descarnado, como quien dice: “aquí estoy”, pero no soy lo que tú quieres o esperabas:
Hace falta música
en este poema de la vida
Le hacen falta notas
quizás en voz de otro poeta suene mejor
Porque hoy escribo y no tengo lírica
para cantar al amor
Sus letras se han desdibujado y
mis sinfonías ya no son acordes.
(p.61)
Emenegilda Encarnación es un ser sensible a su entorno; nada le es ajeno, siempre alerta a los cambios y a los fenómenos de la naturaleza que tanto la estimulan y laceran. Ahora bien, siempre mide con vara y métrica justiciera, sin adentrarse en disquisiciones; el poema lo articula en un arrebato simple como el fogonazo de una fotografía en blanco y negro, puliendo esas zonas grises que no siempre las palabras captan; porque la memoria de la luz es óptica, es más semiótica que lingüística y ella transmite esa sensación que en su soledad enfrenta ante un arcoiris que se instala en su retina, en forma de poema en su retina.
Siguió las huellas
que dejó la lluvia
en mi cuerpo
Se posó en mi abanico
tan cerca
sumergí mis manos en él,
palpé sus colores
Me susurró que viene
del agua, del sol
del aire, del frío, de la tarde
la distancia y el cielo.
(p. 67)
En “Secreta apelación”, de Emenegilda, asistimos, en contrapuntos, a un acto poético donde la sencillez emocional se expresa en vivencias esenciales que están inscritas en las cadenas de ácido desoxirribonucleico de la naturaleza y del ser. Es un poco de la memoria y de las cosas en sus significados y alientos, cual metáfora luminosa y a la vez oscura, poniendo de relieve esa franja gris que nace del negro y el blanco, hoguera donde se cuece el poema.
Ficha:
Emenegilda Encarnación Mora(Barranca, San Juan de la Maguana, República Dominicana).Nació en 1965 y es profesora. En 2004,se integraal Ateneo Insular y al Movimiento Interiorista, en la ciudad Higüey. Ahí nace su andanza yvínculo con la literatura y la poesía. Actualmente coordinael Club de Lectura Salomé Ureña de Henríquez de Higüey. El poemarioSecreta apelaciónde 76 páginas, Editorial Santuario, Santo Domingo, República Dominicana, año 2020.