Parada al costado de la ruta Colleen Stan, de veinte años, se acomodó la mochila y entrecerró los ojos para ver bien los autos que venían. Ya había dejado pasar a dos que se habían ofrecido a llevarla. En uno de los que se detuvieron había dos hombres en el asiento delantero. Ni lo pensó, agradeció y dijo que esperaría otro vehículo. El siguiente que paró fue otro hombre. Colleen no era ingenua y también lo dejó ir.
Ella quería viajar de Eugene, Oregón, hasta Westwood en el norte de California, porque en los próximos días sería la fiesta de cumpleaños de una amiga cercana. En 1977 no había redes sociales, ni GPS, ni WhatsApp, ni nada parecido y hacer dedo no parecía algo demasiado peligroso. Eran los años del hippismo y de la buena onda. Era frecuente ver a los jóvenes apostados en la banquina de las rutas haciendo el clásico gesto con el dedo para ser levantados por gente solidaria.
Colleen, que no tenía auto ni dinero, ya había logrado recorrer unos 500 kilómetros y tenía por delante otros 150. Escudriñó el camino y fijó la vista en un punto en el horizonte que se acercaba. El punto resultó ser un Dodge Colt azul cupé. El conductor amablemente aminoró su marcha y salió del asfalto.
Colleen ya tenía experiencia haciendo dedo, por ello, cuando vio que al lado del que manejaba había una mujer joven con un bebé en brazos se dijo: “Acá sí me subo. Nada más seguro que una familia”. Confiada se introdujo en el asiento trasero del auto de dos puertas. Al volante, iba un joven de 24 años con anteojos y cara inofensiva llamado Cameron Hooker. A su lado, estaba su mujer Janice con el hijo de ambos.
Era el jueves 19 de mayo de 1977 y Colleen acababa de cometer el error que le arruinaría la vida.
Un poco más adelante pararon a cargar nafta, ella aprovechó para ir al baño. Él le había transmitido mala vibra, era un poco raro y todo el tiempo la miraba por el espejo retrovisor. Pero intentó calmarse. Pensó que estaba siendo demasiado desconfiada. “Una voz dentro de mí, me decía corré, saltá por la ventana y no vuelvas atrás”, rebobinó años después. Pero Colleen no le llevó el apunte a su voz. Se tranquilizó pensando que el hombre no le haría nada frente a su mujer y su hijo y volvió al auto. Esta vez, cuando se sentó en el asiento trasero, observó que a su lado había una extraña caja de madera con dos agujeros a los lados. No dijo nada. Colleen no podía saber que era de esas cosas que usan los sadomasoquistas ni que ella sería la destinataria.
Janice le ofreció un chocolate y la joven se distrajo.
Dos kilómetros más adelante la familia empezó a hablar de unas cuevas de hielo espectaculares que estaban cerca. Dijeron que tenían ganas de hacer una rápida visita. Colleen no se opuso. Cameron salió de la autopista y se adentró por un camino de tierra solitario. De repente detuvo el auto y apagó el motor. Los miedos de Colleen reaparecieron… ¿Qué pasaba ahora?
No demoró en darse cuenta de que había comenzado la temida pesadilla. Janice bajó del auto con el bebé en brazos y se alejó. Cameron procedió a amenazar a Colleen apoyando un cuchillo en su garganta. Le ordenó que pusiera sus manos en alto. La esposó, le vendó los ojos y la amordazó. Luego le colocó esa horrenda y pesada caja en la cabeza.
El cuadrado insonorizado, con tela dentro, había sido confeccionado por un carpintero a pedido de Cameron quien sabe con qué excusa. Le apretaba demasiado el cuello y apenas si podía respirar. Colleen quedó a oscuras. Una vez dentro del coche Cameron la tapó con una bolsa de dormir y retomaron el camino. Colleen se ahogaba y por eso intentaba no llorar. Sentía que iban por un camino serpenteante de montaña. Luego, la pareja y el bebé bajaron a cenar en algún lado. La dejaron en el auto. Cuando volvieron, Cameron condujo hasta su casa en el número 1140 de la calle Oak, en Red Bluff, California.
Aquí Colleen pasaría los siguientes años negros de su vida.
Los Hooker habían salido con una misión: cazar una víctima. Lo habían logrado. Ahora la tenían secuestrada para satisfacer los malvados y perversos deseos de Cameron.
Dos víctimas, la misma estrategia
Mucho antes del secuestro, Cameron Hooker, que trabajaba como empleado en un aserradero, y Janice, habían llegado a un acuerdo. Capturarían a una joven que sería una esclava sexual para reemplazar el papel de Janice en la pareja.
Cameron, adicto a la pornografía violenta, solía practicar con ella el bondage, una especie de juego erótico que consiste en inmovilizar al otro. También la obligaba a otras prácticas como el ménage à trois y el sadomasoquismo en general. Cameron solía colgarla desde sus muñecas para azotarla con su látigo. Janice (quien se había casado con él el 18 de enero de 1975) habría encontrado en el secuestro la posibilidad de escapar de esa dolorosa trampa en la que estaba involucrada. Con la excusa de que no podía resultar lastimada porque debía cuidar a su hijo, finalmente, lo convenció. Él le prometió, a cambio, que no habría con la secuestrada penetración sexual.
Pero hay que contar que la primera víctima raptada no había sido Colleen.
El 31 de enero de 1976, a las cuatro de la tarde, los Hooker pararon en la avenida Mangrove de la ciudad de Chico, California, y subieron a su Dodge Colt a una joven que hacía autostop: Marie Elizabeth “Marliz” Spannhake. De largo pelo castaño y bellos ojos azules, Marliz se dirigía a Río Linda Avenue.
Marliz tenía 19 años, trabajaba como modelo y vivía con su novio. Al llegar a dónde iba, ella saludó, abrió la puerta, pero de pronto Cameron cambió de idea y la agarró con fuerza de las muñecas. La metió de nuevo dentro del auto.
Listo, ya era un secuestro.
Una vez en la casa de la pareja, Cameron la desnudó y la colgó de unas vigas y procedió a violarla durante todo un día. Luego, le disparó perdigones al estómago. Terminó estrangulándola. Ni Janice pudo explicar, años más tarde, por qué su marido la mató.
La enterraron cerca del Parque Nacional Volcánico Lassen, en California, en una tumba superficial. Marliz nunca sería hallada.
Las sospechas por su desaparición apuntaron a su novio con quien se había peleado poco antes de salir. Error.
Colleen Stan era, entonces, la segunda víctima. Apenas llegaron a la casa, bajaron del auto y Cameron la empujó dentro de la casa donde le sacó la caja de la cabeza. El alivio duró poco. La condujo con empujones hacia al sótano de la vivienda. Le vendó los ojos y la colgó con unas correas de cuero de unas tuberías. Luego, se dedicó a quitarle cada prenda de ropa. Colleen temblaba. No entendía que vendría después. Hooker, que estaba sosteniéndola con su pecho mientras la desvestía, se alejó y la dejó suspendida por su peso. Estar colgada de sus manos resultó ser muy doloroso. Colleen empezó a gritar y a suplicar. Cameron se exasperó y le dijo que le cortaría las cuerdas vocales como había hecho con su víctima anterior.
Salió del sótano y volvió con un látigo con el que empezó a golpearla. Colleen, por entre los pliegues de su venda, pudo ver una revista porno abierta donde se observaba una foto de una mujer colgada como ella.
Cameron la dejó suspendida veinte minutos más mientras él y Janice mantenían relaciones sexuales sobre una mesa situada debajo de ella.
Al terminar, su captor tuvo un gesto de piedad: le puso una caja debajo de los pies para que se apoyara y pudiera descansar.
En una gran caja bajo la cama
Terminado su frenesí sexual, Cameron la bajó del techo.
Al día siguiente, repitió las torturas y Colleen se desmayó. Después, siguieron otras más sofisticadas. La colocaba estirada, atada de pies y manos, en un potro de tortura que él mismo había fabricado. Esos primeros días la mantuvo desnuda y con los ojos vendados sobre ese aparato infernal o con la caja puesta en la cabeza. La obligó al sexo oral y evitó el vaginal para no romper la promesa que le había hecho a Janice. Pero sorteó su juramento ejerciendo la penetración tanto vaginal como anal con elementos.
Después de unas semanas vino lo peor. Cameron había construido una caja de madera de 1.80 en la que la obligó a meterse. Tenía un par de orificios por donde entraba el aire. Una vez cerrada la caja iba debajo de la cama de agua de los Hooker.
En esa especie de ataúd Colleen pasaría encerrada 23 horas por día. La 24 era la que transcurría siendo violada.
Solo en el primer mes de maltrato, Colleen bajó diez kilos.
Mientras tanto su familia la buscaba. Sus padres estaban separados y ambos vivían en Riverside. Colleen había estado casada de los 17 a los 18 años con Tom Smith, de 22. Cuatro días después de su desaparición, los amigos que vivían con ella en Eugene llamaron a su familia. Incluso llamaron a Westwood a la casa de la cumpleañera. Ella les dijo que su amiga nunca había llegado. Fueron a denunciar su desaparición y Tom fue el primer sospechoso. Quedó descartado porque había estado en Ohio.
La tortura física de Colleen tenía también su correlato psicológico. Con el paso de los meses, Cameron la hizo creer que estaba siendo observada por una organización peligrosa llamada La Compañía. Sus integrantes eran muy poderosos y la torturarían, tanto a ella como a su familia, si no hacía caso en todo lo que él le decía. La amenaza surtió efecto. Poco a poco, le lavó el cerebro. Janice actuaba como su cómplice.
Cameron avanzaba todos los días un poco más en sus perversiones. En esos meses, Colleen aguantó de todo: quemaduras con fósforos, aplicaciones de electricidad, que quemara su pubis con una lámpara, latigazos, que le metiera la cabeza en una bañadera llena de agua hasta perder el aliento… Colleen temía que él no calculara bien el tiempo y terminara ahogándola. Cameron fotografiaba cada cosa que le hacía. Además, casi no le daba de comer y tenía que hacer, la mayoría de las veces, sus necesidades en la caja.
Desde un agujero en esa caja, a la altura de su cara, Colleen podía ver una foto. No era casual lo que veía. Años después le contó al medio ABC10 News que, desde el orificio, alcanzaba a ver una imagen de la anterior víctima de Cameron. En ese entonces ella no sabía su nombre, era Marie Elizabeth “Marliz” Spannhake.
A Janice debía llamarla “Señora”, a Cameron “Master”. No podía hablar si él no le daba antes su permiso. Incluso debía hacerle una reverencia antes de abrir la boca, arrodillarse y agachar la cabeza. Cameron le puso en el cuello un collar que demostraba que era una esclava.
Para evitar todos los horribles castigos que era capaz infligir ese hombre atroz, decidió someterse a sus deseos. Había sido dominada en cuerpo y alma.
Dos visitas y un retroceso
La primera vez que pudo bañarse fue casi tres meses después de su secuestro. Ya había perdido veinte kilos y había dejado de menstruar.
Hacia fin de año, él empezó a dejarla deambular por la casa haciendo tareas, totalmente desnuda.
Un año más tarde, en 1978, Janice tuvo una beba en esa cama que estaba sobre la caja en la que vivía aprisionada Colleen. “La familia” se agrandaba.
Como se mostraba sumisa y obediente, Cameron empezó a relajar sus controles. Temía que la salud de su esclava se deteriorara demasiado y se volviera inservible. Comenzó a dejarla salir al exterior para ejercitarse, trabajar en el jardín, ocuparse de los chicos de la pareja y, también, para ayudarlo a construir más calabozos en el sótano para nuevas esclavas sexuales. En la cabeza de Colleen no había lugar para cuestionamientos, debía sobrevivir y para ello hacía exactamente lo que le decían. Había vecinos, un teléfono, pero ella estaba anulada.
El terror la había convertido en una zombie total. Aun con la puerta abierta, no fantaseaba con escapar. Creía que si lo hacía todo podía empeorar para ella otra vez.
Ya no dormía siempre en la caja y cuando hacía mucho calor la dejaban tirarse en el piso del baño atada con una cadena al inodoro y lavarse los dientes una vez por día.
“La Compañía” la miraba, ella obedecía.
Durante el año 1980 Colleen empezó a decirle a Cameron que lo amaba. Era un intento para mejorar sus condiciones de vida. La frialdad que demostraba Colleen tranquilizaba a Cameron. Le construyó una caja más grande.
Tan seguro estaba Cameron de su sumisión y entrega que fue por demás audaz. Pergeñó un perverso juego. Le dio un arma, le apuntó al cuello y le dijo a Colleen que apretara el gatillo. Ella obedeció. El arma estaba descargada. La recompensa fue que la dejó escribir tres cartas a sus hermanas para hacerles saber que estaba viva. Por supuesto chequeó el contenido. Luego le permitió a Colleen llamar a su familia a principios de 1981. La instrucción fue que debía decirles que estaba cuidando los hijos de una pareja.
El 20 de marzo de 1981, Cameron la subió a su auto y la llevó a visitar a los Stan a la ciudad de Riverside. Visitaron a su abuela y a sus padres.
Habían pasado cuatro años cuando Colleen reapareció. Su familia no podía creer volverla a ver. Ella no les dijo nada de lo que pasaba realmente y presentó a Cameron como su novio bajo el nombre de Mike y dijo que trabajaba en informática.
Su padre la vio demacrada, pero no quiso preguntar, temía que lo que dijera cayera mal y ella se fuera. Todos los Stan pensaron que la joven se había sumado a una secta. La ropa artesanal que tenía puesta, la falta de comunicación por años… solo podía ser algo así. Temiendo que volviera a escapar, no la presionaron. Intentaron ser lo más cautos posible. La pareja se dejó fotografiar juntos por una de las hermanas de Colleen quien les aseguró que era feliz. Durmieron en la casa de la madre de Colleen y, por la mañana, se fueron.