La historia del Premio Nacional de Literatura que auspicia la Fundación Corripio Inc., que preside don José Luis Corripio Estrada, su inspirador y mecenas, está surcada de episodios memorables y aconteceres diversos que han protagonizado, desde 1990 hasta el presente, los ganadores del codiciado galardón.
En esta oportunidad, sobreponiéndonos a un año de pandemia que ha puesto en jaque la salud, la economía y el bienestar colectivos, afectando de manera particular la cultura, el Premio Nacional de Literatura continúa invicto su ruta, que culmina en esta sencilla ceremonia, la cual demuestra una clara conciencia de su patrocinador sobre la situación actual y el respeto a los protocolos sanitarios.
El Premio Nacional de Literatura 2021 ha sido otorgado a don Manuel Mora Serrano, Manolito para sus amigos, una figura legendaria de las letras nacionales, quien durante décadas ha venido realizando sustanciosas contribuciones en poesía, narrativa, ensayo, periodismo y crítica literaria, sin desmayar un minuto ni desviarse un ápice de lo que ha sido su meta: esa búsqueda de esencias para trazar un perfil de la dominicanidad, transformado también en un maestro de las nuevas generaciones, que cuentan con su guía para orientar sus pasos.
Manuel Mora Serrano, oriundo de Pimentel (1933), es abogado y ha sido fiscalizador de los Juzgados de Paz de Pimentel, Mao y Villa Altagracia; juez de Paz en Pimentel y juez de Instrucción de San Pedro de Macorís. Asimismo, es maestro, periodista, autor de «Revelaciones», una columna que mantuvo entre 1971 y 2017.
Y algo no menos importante en su existencia, como lo es ser padre de unas hijas que han seguido sus pasos en el campo de la creación literaria: Taiana, Odaína, Maricécili y Ana Patricia, procreadas con su esposa, doña Josefina Ramis Bruno, ya fallecida.
Él, que ha confesado no tener «licenciatura ni doctorado en letras», ha sabido ampliar las fronteras de otros artífices literarios que convirtieron su pueblo natal en motivo creador.
Pienso en Héctor Incháustegui Cabral, aquel poeta insomne y fumador que dedicó a su amado Baní los más descarnados textos en «Poemas de una sola angustia»(1940). Evoco también a Pedro Mir, otro poeta ilustre, que supo exaltar en «Hay un país en el mundo» (1949) al San Pedro de Macorís del azúcar amargo, los braceros oprimidos y los campesinos sin tierra.
Manolito, por su parte, ha encontrado en sus recorridos por los rincones más apartados del país las motivaciones para realizar una obra abundante y polifacética, convirtiéndose en explorador y trotamundos, desde aquellos tiempos en que viajaba a las provincias más variadas en compañía de su entrañable amigo, el recordado poeta sorprendido Freddy Gatón Arce, paradigma de rigor y de andanzas literarias, hasta el testimonio contenido en la novela histórica «Revelaciones de Pimentel»(2008).
Todavía recuerdo, como si hubiera sido ayer, aquel encuentro inolvidable con Manolito en Monte Cristi, en noviembre de 1997, cuando mi compañera Ida y yo viajamos para escuchar aManuel Rueda en un coloquio organizado en el Club de Comercio de aquella ciudad olvidada, donde el autor de «La criatura terrestre»(1963) leyó algunos sonetos que había escrito en homenaje a su provincia. Como parte de esa experiencia, sostuvimos unas plácidas conversaciones en un hotel de aquel pueblo de salinas y cambrones, donde Manolito fue pródigo en anécdotas.
Nuestro galardonado es un escritor consagrado a su quehacer; un hombre expansivo y franco, con gran sentido del humor, conocido como amante de la buena cocina, quien se ha definido como un «ermitaño de la literatura» que escribe «en soledad, lejos del clamor y de las parafernalias de este siglo», y busca descubrir los secretos de la palabra escrita, desde que publicó su primer libro, «Juego de dominó» (1973).
Pero es también un buceador en la obra de sus predecesores, como lo ha hecho con incisiva claridad en un libro indispensable, al analizar el Criollismo y el Modernismo, que tuvieron aquí tantos cultores; así como el Postumismo y el Vedrinismo, dos movimientos de principios del siglo veinte que repercutieron en el panorama de la literatura dominicana posterior.
El primero, acaudillado por Domingo Moreno Jimenes, sumo pontífice de una poesía de tierra adentro, inédita hasta entonces, poblada de términos locales y humildes, pero también de elevación metafísica y alcance social. El segundo, liderado por Vigil Díaz, hacedor de una obra breve pero innovadora, sembrada de piruetas verbales que proclamaban su acercamiento a las vanguardias de principios de siglo.
En 1979, nuestro autor recibió el Premio Siboney de Literatura por su novela «Goeíza», «novela escénica», como la llamó, que fue una auténtica revelación y una obra pionera inspirada en la mitología aborigen y el mundo mágico de las ciguapas y las leyendas taínas; una «novela circular», según la crítica, impregnada, por sus personajes y peripecias, de la tradición clásica griega y española, elaborada con un lenguaje novedoso y desconocido en la narrativa criolla.
A partir de entonces, nuestro autor no ha dejado de escribir y publicar libros de poesía, narrativa y ensayo, desde «Decir Samán» (1984) hasta «La Luisa» (2016), su novela más ambiciosa hasta ahora; libros dedicados a la enseñanza, como «Español 6: Literatura dominicana e hispanoamericana»(1978), que sirvió como texto para la educación media; y sus valiosas antologías de Domingo Moreno Jimenes, que nos han ayudado a comprender mejor, por sus precisiones literarias e históricas, el legado local del maestro postumista y su trascendencia universal.
El Premio Nacional de Literatura 2021 conferido a Manuel Mora Serrano constituye un acto de justicia con uno de los patriarcas de las letras nacionales, largamente esperado por los entendidos y el público lector, además de ser, con toda propiedad, el galardón que ha suscitado el aplauso unánime de la sociedad dominicana. ¡Enhorabuena!