Lo que quiero es conocer a Cristo, sentir en mí el poder de su resurrección y la solidaridad en sus sufrimientos; haciéndome semejante a él en su muerte, espero llegar a la resurrección de los muertos. Filipenses 3: 10-11.
Debemos saber que hay un propósito en todo; es decir, la razón por la cual Dios permitió o ha permitido que situaciones difíciles nos sucedan, estremeciéndonos hasta el punto de ver nuestro corazón despedazarse. El hecho de que nos sucedan no quiere decir que Él no nos quiere o que se olvidó de nosotros. Estas cosas tienen que suceder para que nuestro carácter sea perfeccionado a la manera de Cristo, porque solamente alcanzaremos parecernos a Él en la medida que aprendamos a morir con Él.
El hombre que no ha desarrollado el carácter no podrá alcanzar su llamado, porque no tendrá la fortaleza para enfrentar al enemigo que se opone a que lleguemos a nuestro destino. El carácter se desarrolla con mucho dolor, padecimiento, sufrimiento, agonía e impotencia al no poder hacer que las cosas cambien. Cuando suceden estas cosas no debemos quejarnos ni lamentarnos, solamente darle la gloria a Él y decirle «Hágase Tu voluntad».
Son momentos cuando debemos buscar más Su Presencia por medio de ayuno, oración, cilicio; porque éstos nos ayudarán a fortalecernos y ser más sensibles a Su voz, anulando los deseos de la carne que quieren que nos rebelemos de nuestra situación.
No desmayemos hasta que la obra Él la termine en nosotros y podamos coronarnos con el carácter de Cristo, el cual mostrará nuestro propósito cumplido cuando hayamos sido semejantes en Su muerte y en Su resurrección.