Joan Manuel Serrat, el poeta que más lejos llevó su «Mediterráneo» natal, cruzando todos los mares y llegando a ser probablemente el más universal de los cantantes melódicos catalanes, anunció este jueves que dice adiós a los escenarios.
Autor de la banda sonora de millones de vidas, Serrat siempre tuvo una relación muy cercana con su publico y, como él mismo reconoce hoy, va a tener que «controlarse mucho» para que no le superen las emociones en la gira de despedida que llevará a cabo a lo largo de 2022.
Humano y cercano, Serrat es universal y, a la vez «profundamente provinciano» porque, como dijo en una ocasión, «es la única manera que tiene un hombre de convertirse en internacional».
El «latinoamericano de Barcelona», como él mismo se define, siempre ha reivindicado sus orígenes humildes en el barrio del Poble Sec (Barcelona, noreste de España).
En la casa donde nació, una placa conmemorativa recuerda el acontecimiento y los vecinos del barrio se sienten muy orgullos del «noi del Poble Sec», que empezó tocando en casa de sus padres con guitarras que le prestaban, hasta que un día su padre le regaló una.
Una guitarra con la que fue a los estudios de Radio Barcelona a cantar sus primeras canciones, porque un amigo le dijo que el periodista Salvador Escamilla tenía un programa «donde presenta gente nueva».
«Sirves para esto, te lo digo yo. Piensa en el éxito, la pasta, la esperanza de una vida sexual más satisfactoria», le dijo su compañero en la mili Jordi Romeva, «que utilizaba argumentos sólidos y alentadores», según Serrat, que ha cantado su amor por las mujeres en centenares de canciones.
En ese programa empezó todo. Sus canciones gustaron y enseguida pasó a formar parte de «Els Setze Jutges», el grupo que impulsó la ‘Nova Cançó’ y trabajó para normalizar el uso del catalán en la música, cuando todavía estaba vivo el dictador Francisco Franco.
En catalán, Serrat le cantó a la «tieta», a sus veinte años, a la madrugada y a las palabras de amor, y sus primeras canciones en castellano vinieron poco después, con el álbum «La Paloma».
Una decisión que algunos entendieron como una traición a la lucha por recuperar la lengua catalana que Franco había enterrado bajo años de opresión.
Pero Serrat ama su lengua materna, como demostró cuando intentó llevarla a Eurovisión en 1968. Le propuso al director de TVE, Juan José Rosón, cantar en catalán en el popular festival, y cuando este le contestó «Serrat, ¿usted qué quiere ser, un artista internacional o un artista provinciano?, aplicó su máxima de provinciano universal y se negó a representar a España.
Después criticó los fusilamientos del régimen franquista y tuvo que abandonar su amado Mediterráneo para exiliarse en México, donde siguió cantándole al amor y a aquellas pequeñas cosas.
Como él mismo recuerda en el libro «Algo personal», «mientras en España mis discos se quemaban en la calle con un resucitado acto de fe, México me abrió las puertas de su casa y su corazón».
Allí empezó una larga historia de amor entre Latinoamérica y Serrat que ha durado toda la vida.
Con un pie en cada lado del Atlántico, todas sus giras posteriores han pisado varios continentes, como también lo hizo la última, titulada «Mediterráneo da capo», con la que celebró el 47 aniversario de su aclamado disco «Mediterráneo».
Hizo bien en no esperar al 50 aniversario, porque le habría sorprendido la pandemia y habría tenido que anular conciertos, como de hecho le ocurrió a todos los músicos y también a él, que reconoce que estos últimos meses alejado de los escenarios han influido en su decisión de decir adiós.
Serrat ha tenido una fructífera carrera durante la que ha grabado más de 500 canciones y más de 40 discos, ha participado en cinco películas, ha sido reconocido con el Grammy Latino honorífico y ha recibido el Premio Nacional de Músicas Actuales y la Orden del Águila Azteca, entre otros muchos premios.
El número de conciertos que ha ofrecido y de kilómetros que ha recorrido en sus giras es incontable, como también lo es, y probablemente mucho más importante para él, la cantidad de gente que ha llorado con sus canciones o que se ha emocionado con sus poemas y la cantidad de parejas que se han enamorado bajo el influjo de su música.
Un legado inmaterial que perdurará cuando, dentro de un año, dé su adiós definitivo al público, desde el Palau Sant Jordi de su Barcelona natal.