Severo Cabral, hombre serio y bueno

Severo Cabral, hombre serio y bueno

Caricatura de Ángel Severo

El crimen contra Ángel Severo Cabral Ortiz ocurrió hace más de medio siglo y todavía no se ha establecido con certeza quienes ni por qué lo asesinaron. Desde el momento en que ocurrió el suceso, hasta el presente, abundan las versiones. Varias personas fueron apresadas e interrogadas. A nadie se culpó de la muerte.
Una importante calle de Santo Domingo lleva su nombre.
Apenas acabada la Revolución de 1965, el prominente dirigente de la Unión Cívica Nacional fue baleado por “desconocidos” que le impidieron sacar los ajuares de su residencia tras incendiar parte de los mismos y un automóvil de su propiedad. Había abandonado su casa al iniciarse la revuelta, el 24 de abril.
Volvió a su vivienda el 16 de octubre de ese año y, cuando salía, una persona le disparó una ráfaga desde un patio o una azotea, consignó El Caribe. Falleció cuando lo ingresaban al hospital Lithgow Ceara, hoy un centro académico de la UASD. La agresión al educador, abogado, agrimensor, ocurrió frente a su esposa y su hija Ada, quienes resultaron heridas, según el informe policial.
“Ha trascendido, sin embargo, que cuando se intentaba llevar al doctor Severo Cabral, ya herido, al hospital, su cuerpo cayó al pavimento a causa de un rápido vuelco de la ambulancia que emprendía la marcha rápidamente”, anotó El Caribe.
El informe médico reveló que presentaba cuatro heridas de balas, dos de ellas mortales por necesidad. Afirmaba que Ada Cabral resultó con herida de bala en el antebrazo derecho y contusiones y laceraciones en diversas partes del cuerpo.
Se aseguró que a Severo también le dispararon de entre la multitud al ser llevado a la ambulancia.
Durante un tiempo, en cada aniversario se recordaba el hecho, destacando que se ignoraban los autores, aunque en noviembre de 1965 el procurador general de la República declaró que “se conocían los nombres”, consignó El Caribe un año después.
El 16 de octubre de 1972, Gregorio García Castro escribió un artículo en Última Hora preguntando: “¿Quién mató a Severo Cabral?”, y contestaba: “Nadie lo sabe y según parece nunca resplandecerá la verdad de su muerte, ocurrida en la prima tarde del 16 de octubre de 1965, en la modesta casa que ocupaba en la calle Padre Billini”.
“Pero de lo que se sabe, luego de su muerte, es de su calidad como hombre y de su convencimiento en las ideas derechistas, aun cuando supo distinguir entre estas y la aberración de estas. De ahí su férvido antitrujillismo”.
“Era serio y bueno”. El doctor Ramón Cáceres Troncoso, reputado abogado, miembro del 14 de Junio por lo que estuvo preso y fue torturado durante la tiranía de Trujillo, fue amigo de Cabral y lo recuerda como “un hombre serio y bueno”.
Se conocieron cuando este regresó de su exilio. “Me esperaban en la Unión Cívica donde me nombraron vicesecretario. Cáceres estuvo poco tiempo en esa agrupación porque en una reunión un miembro del consejo directivo levantó su voz para hablar mal de su abuelo. “Me voy y no vuelvo nunca más, esa es una grosería”, exclamó. Pero su amistad con Cabral continuó hasta la muerte del que era entonces vicepresidente de la UCN.
“Severo era íntegro y no estaba de acuerdo con muchas cosas de la Unión Cívica, era más reformador, no era como Viriato Fiallo, para mí era más importante, yo le tenía mayor confianza. Además, era bueno, decente y muy valiente”, manifiesta, pese a reconocer virtudes en Viriato.
Cuando se produjo el ametrallamiento del parque Independencia, en enero de 1962, mientras manifestantes de la UCN pedían la renuncia del presidente Balaguer, Cabral y Cáceres recorrieron la zona y sus alrededores identificando muertos y heridos. “Lo traté mucho. Después, siendo yo embajador en Italia y él en Israel, lo invité dos o tres veces con su familia y los llevaba a recorridos por Roma”, recordó.
Cáceres Troncoso estaba en Miami cuando ocurrió su muerte. “Pero ya todo estaba en calma, casi lo sacaron de su casa y lo mataron en una ambulancia. He oído decir que fue un venezolano, hijo de un miembro de la seguridad de Juan Vicente Gómez, pero no puedo asegurar, eso se dijo”.
Resalta el valor de Severo. “Era el que más fuerte hablaba en la UCN”, y afirma que fue uno de los pocos que vio el cadáver del tirano. “Juan Tomás Díaz se lo enseñó”.
“Era extraordinariamente serio y extraordinariamente patriota”, enfatiza Cáceres, quien a sus 90 años acude a diario a su bufete. Hablaban del futuro del país y niega que Severo fuera reaccionario, como se afirma, tal vez por sus ataques al presidente Bosch. “No es verdad, quiso ir a Israel para ver cómo eran la producción y la propiedad en una tierra casi desértica. ¿Qué va a ser reaccionario? No era un hombre de izquierda, como tampoco yo”, añade.
García Castro anotó que “por la sinceridad con que exponía sus ideas”, Severo “se ganó la definición de extremista, de derecha” y escribió que Cabral “fue vilipendiado hasta por los cívicos”. Agregó que “siendo ministro triunviratario de Interior preconizó por el exterminio de los izquierdistas subversivos”.
Ramón Cáceres enfatiza: “Lo odiaban porque era recto y no entraba en pendejadas con nadie, tenía un carácter fuerte, pero era un hombre extraordinario. No fue un malvado, era de avance, de reforma agraria, pero de comunismo, nada, como yo…”.
Lo describe “alto, de buen tamaño, trato de gente, muy culto. Los cívicos podían ser brutos, pero no malos”.
“Increíblemente honrado”. Ángel Severo nació en San José de Ocoa el 21 de febrero de 1910, hijo de Heriberto Cabral Tejeda y Segunda Ortiz López, de Ponce. Fue agrimensor, doctor en Derecho, director y maestro de varias escuelas del país.
Estudió en el colegio Santo Tomás de Aquino, hizo bachillerato en La Normal y la carrera profesional en la Universidad de Santo Domingo.
Durante su participación en el complot para eliminar a Trujillo adoptó el seudónimo de “Plutarco”.
Trabajó, además, en Casa Vicini, fue secretario de Agricultura, síndico en San José de Ocoa, y primer secretario de la embajada dominicana en Washington y dirigente del partido Acción Revolucionaria.
Estuvo casado con Ada Gil, madre de sus hijos Hernán, Ada y Fedora.
“Era increíblemente honrado, hasta el punto de que murió en la pobreza, pese a que sirvió a un consorcio millonario y al más millonario de todos los patronos, el Estado”, sostuvo García Castro.

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