Los versos del Capitán: 8 de septiembre [Poema -Texto completo.]
Pablo Neruda
8 DE SEPTIEMBRE
Hoy, este día fue una copa plena,
hoy, este día fue la inmensa ola,
hoy, fue toda la tierra.
Hoy el mar tempestuoso
nos levantó en un beso tan alto que temblamos
a la luz de un relámpago
y, atados, descendimos
a sumergirnos sin desenlazarnos.
Hoy nuestros cuerpos se hicieron extensos,
crecieron hasta el límite del mundo
y rodaron fundiéndose
en una sola gota
de cera o meteoro.
Entre tú y yo se abrió una nueva puerta
y alguien, sin rostro aún,
allí nos esperaba.
Me cuentan que nací un 8 de septiembre de 1955 en la tarde. Mi hermano Ping Jan, con quien comparto la fecha de nacimiento, estaba feliz frente a su pequeño bizcocho con sus cuatro velas encendidas mientras los demás entonaban la canción del “cumpleaños feliz”, cuando de repente se oyó una voz que desde lejos gritaba: “Es una niña”. Todos corrieron hacia la habitación principal de la casa. La comadrona (pues antes se nacía con esta buena señora en el hogar familiar) sonreía conmigo en los brazos, mientras mamá se reponía del largo proceso de parto. El pequeño niño se quedó solito con su bizcocho. Tengo ya 63 años y mi hermano llegó a los 67 años. Y desde que nací no ha pasado un año en que él no me haga la historia una y otra vez. Tanto lo marcó ese episodio que no lo olvida ni lo olvidará nunca.
Anhelaba llegar a los 60 años para poder exigir el privilegio de que los demás me rindieran culto y respeto. Según la cultura china, nacer es solo un privilegio del azar; vivir es el mérito de la persistencia y la capacidad de poder sortear todas las adversidades y obstáculos. Para vivir hay que cumplir años, y al hacerlo, envejecemos irremediablemente. ¡Qué privilegio siento de saber y sentir que he vivido!
Después de haber celebrado mis 60 años con más platillos que bombos, ya he llegado a la irremediable edad en que uno piensa que han transcurrido más años de los que me quedan por vivir. Llegué a los 63 años. Oficialmente soy una señora mayor, y mi cuerpo lo sabe, aunque mi espíritu no quiera doblegarse.
Durante esas seis décadas y tres años que he podido vivir, he caminado mucho; he andado por caminos abruptos y difíciles; por senderos hermosos, pero cortos; y por otros que he tenido que construir paso a paso, piedra a piedra, ilusión tras ilusión, sueños tras sueños, desengaños tras desengaños, lágrimas de risas y dolor, de tropiezos tras tropiezos, pero he seguido la ruta que siempre quise. Y si en el camino me equivoqué, fueron míos mis errores, producto de mis propias decisiones tomadas en plena libertad.
Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese:
un intento de vida;
un juego al escondite con mi ser.
Pero yo estaba hecha de presentes,
y mis pies planos sobre la tierra promisora
no resistían caminar hacia atrás,
y seguían adelante, adelante,
burlando las cenizas para alcanzar el beso
de los senderos nuevos. Julia de Burgos
La vida me privó de muchas cosas. Mi vientre fue incapaz de concebir. Pero mi corazón me regaló dos hijos que me han hecho abuela. Siempre quise ser delgada, influenciada quizás por la corriente occidental que endiosa a las flacas y esbeltas. Con el tiempo aprendí a quererme como soy: medio gordita y con rasgos asiáticos.
Cuando mi cuerpo comenzó a manifestar problemas serios de salud, producto de mi mejor amigo que no me abandona ni en las buenas ni en las malas, el Sr. Asma-Severo, aprendí a lidiar con mi condición. En ese momento decidí ser feliz. La felicidad como estadio del alma es algo pasajero. Por esta razón, tomé la decisión que solo echaría los pleitos de principios; pues todo lo demás resulta secundario ante las cosas importantes de la vida.
Con el paso del tiempo aprendí también cuáles son las verdaderas cosas importantes: la familia, los amigos, tus creencias y tus principios. El resto puede ser necesario, pero no imprescindible. El reconocimiento es un aliciente, pero no deja de ser pasajero. Lo que resta es el amor filial que podemos y debemos construir. El éxito profesional es una etapa de vida, que te llena, que te satisface, que te alimenta para proseguir el camino. Pero no lo es todo. Aprender el equilibrio vital me costó sangre y fuego. Creo que lo he logrado, aunque he tropezado muchas veces.
Ya no tengo tiempo para cosas intrascendentes. Me aburre sobremanera la gente complicada, que no es capaz de reconocerse limitada, que busca en el conflicto el motivo de su existencia. Se me ha agotado la paciencia con este tipo de personas. A ellas las alejo de mi vida.
Ya no me queda tiempo para nimiedades. Quiero que en los años o meses que me restan por vivir, estar al lado de gente positiva, que cree en la capacidad del otro, que busca construir, no destruir. Quiero estar al lado de aquellos que quieran superarse, que deseen crecer, que sueñan, que luchan, que aspiran.
Ya no me quedan nuevos sueños que cumplir. Tengo viejos sueños inconclusos que deseo alcanzar antes de mi despedida. Pero si no los puedo lograr, no hay problemas. Quiero seguir aprendiendo para poder enseñar. Deseo seguir escribiendo lo que siento y pienso, porque es un desahogo, una forma de vivir.
Deseo hacer las cosas que no pude hacer porque estaba muy ocupada cumpliendo múltiples tareas: tener tiempo para contemplar el atardecer, esperar a los zumbadores que acuden al pequeño estanque colgado con agua dulce, ver los rayos del sol cuando suben y cuando se ocultan, sentir la brisa del mar y la montaña. Quiero seguir sintiendo los olores de la vida: del café de la mañana, del pan recién hecho, del croissant recién caliente para que se derrita en tu boca, del aroma de un caldo bien condimentado, en fin, de esas pequeñas-grandes cosas que las prisas te obligan a obviar.
Deseo seguir viviendo al lado de mi familia. Estar con ella en las buenas y las malas. Pasar mis últimos días con Rafael, mi compañero de vida y sueños. Ver crecer a los nietos y ser parte de sus vidas. En fin, seguir viviendo con sueños y con esperanzas, aunque algunas han sido dolorosamente lastimadas.