Siempre septiembre Lucas llegó a nuestras vidas

Siempre septiembre  Lucas llegó a nuestras vidas

Oda a la Vida
La noche entera
con un hacha
me ha golpeado el dolor,
pero el sueño
pasó lavando como un agua oscura
piedras ensangrentadas.
Hoy de nuevo estoy vivo.
De nuevo
te levanto,
vida,
sobre mis hombros.

Oh vida, copa clara,
de pronto
te llenas
de agua sucia,
de vino muerto,
de agonía, de pérdidas,
de sobrecogedoras telarañas,
y muchos creen
que ese color de infierno
guardarás para siempre.

No es cierto.

Pasa una noche lenta,
pasa un solo minuto
y todo cambia.
Se llena
de transparencia
la copa de la vida.
El trabajo espacioso
nos espera.
De un solo golpe nacen las palomas.
Se establece la luz sobre la tierra.

Vida, los pobres
poetas
te creyeron amarga,
no salieron contigo
de la cama
con el viento del mundo.

Recibieron los golpes
sin buscarte,
se barrenaron
un agujero negro
y fueron sumergiéndose
en el luto
de un pozo solitario.

No es verdad, vida,
eres
bella
como la que yo amo
y entre los senos tienes
olor a menta.

Vida,
eres
una máquina plena,
felicidad, sonido
de tormenta, ternura
de aceite delicado.

Vida,
eres como una viña:
atesoras la luz y la repartes
transformada en racimo.

el que de ti reniega
que espere
un minuto, una noche,
un año corto o largo,
que salga
de su soledad mentirosa,
que indague y luche, junte
sus manos a otras manos,
que no adopte ni halague
a la desdicha,
que la rechace dándole
forma de muro,
como a la piedra los picapedreros,
que corte la desdicha
y se haga con ella
pantalones.
La vida nos espera
a todos
los que amamos
el salvaje
olor a mar y menta
que tiene entre los senos. Pablo Neruda
La vida y la muerte son dos caras de la misma moneda. Constituyen el Yin y el Yan existencial. El 20 de septiembre de 2017 acompañábamos a Peng Sien a su última morada, y ese mismo día nuestro esperado y muy amado Lucas Mota Toribio cumplía un año de vida. Paradojas, ironías y contradicciones de la vida. Llorábamos al hermano y reíamos con el hermoso niño alegre en que se ha convertido Lucas.
Hace unos días que nuestro Lucas cumplió dos años. Ha crecido, habla de todo, aunque no pueda pronunciar las palabras. Nos ha alegrado la vida. Junto a sus dos primos ha colmado de felicidad mis días. No le puedo pedir más a la vida. Esos tres pequeños seres que han ido creciendo se han convertido en tres nuevas razones para seguir viviendo. El primero, Rafael Eduardo es un adolescente ya. Sus preocupaciones son otras. Sus conversaciones con sus abuelos son de alto nivel. Sus inquietudes son muchas, más de la que imaginé. Andrés es un niño de 6 años demasiado activo para mis fuerzas. Creo que su madre fue a la NASA a buscar las pilas de su sistema. Y por eso nunca se agota. Estar con los tres, atender a cada uno en sus necesidades individuales es una tarea titánica, que me deja exhausta, pero feliz. Cuando estoy con ellos mi voluntad se pierde, soy una muñeca de trapo que hace lo que ellos quieran. Me peinan -despeinan-, me ponen a correr, a jugar con carritos, dinosaurios, aviones y cuanto se les ocurra. Agradezco al destino esos tres regalos del cielo, porque ellos han completado mi plenitud en el atardecer de mi existencia.
Lucas nos llama “Alelo y Alela”, su manera infantil de decirnos abuelo y abuela. Cuando lo visito me pide que me siente a su lado en el suelo: “Lela sentá aquí” y con sus manos me señala el piso. Me siento, no sin muchas dificultades, y comenzamos a jugar. Se me olvida todo a su lado. Vuelvo a ser niña, aunque mis huesos y rodillas se resientan. Cuando me abraza y me da golpes cariñosos en la espalda soy una mujer verdaderamente feliz. Cuando llego y comienza a brincar de alegría por mi llegada, me derrito toda entera. Cuando me habla con su muy particular lenguaje, entablamos una conversación en dos idiomas distintos, y, sin entendernos, conversamos largamente. Yo digo que sí, pongo cara de asombro pretendiendo que comprendí su jeringonza y él se ríe. Pienso que Lucas sabe que jugamos a entendernos. A veces nos pasamos un largo tiempo mirando a Pepa, él pidiendo galletas y comiendo, y yo dándoselas a pesar que a su madre no le gusta. Cuando llora porque me voy, miro al cielo y le doy gracias por ese amor incondicional y sincero que ambos nos profesamos.
Y así, en este septiembre particular, vida y muerte se conjugan de manera especial. Aprendí a fuerza de dolor, que se puede reír y llorar en un mismo día; que las risas y las lágrimas se complementan. Todavía, cuando pienso en Peng Sien, no paro de llorar; pero cuando veo a Lucas y el hermoso niño en que se ha convertido; cuando estoy con mis otros dos nietos, me siento dichosa de formar parte del Yin y Yan existencial.
Con el paso del tiempo he comprendido ¡tantas cosas! Uno de mis mayores aprendizajes es vivir el día intensamente, pero sin las prisas de antes. Intenso es mi día porque camino para ejercitarme y en esa caminata soy capaz de disfrutar lo pequeño y grande que es el mundo. Intenso porque soy feliz cuando veo a una de mis orquídeas florecer erguida y caprichosa. Intenso porque he decidido llamar a mis amigos y expresarles todo lo que siento por ellos. Decidí dar gracias por todo, a los que me ayudan a hacer menos difícil mis tareas; dar gracias a los que me acompañan y me quieren; dar gracias por mi larga familia ampliada que se hace más grande cada día porque los sobrinos ya se casan y tienen hijos. Tengo 24 años dando gracias por los hijos heredados, la familia que hemos construido y la bendición de los tres nietos. Doy gracias incluso por aquellos que me enfrentan, que me atacan, que me hieren, porque con sus actitudes me han hecho una mujer más fuerte. En fin, doy gracias por la dicha de estar todavía en esta tierra. Por el regalo de existir.

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