Una cruel tuberculosis consumió con sus garras la vida de un genio de la literatura española a principios del siglo XX. Me refiero al inmortal poeta y dramaturgo Miguel Hernández. De su autoría son estos conmovedores versos: “Llegó con tres heridas/ la del amor/ la de la muerte/ la de la vida. Con tres heridas viene, / la de la vida, / la del amor, / la de la muerte. Con tres heridas yo, / la de la vida, /la de la muerte, / la del amor”
Tenía que ser precisamente ahora cuando la humanidad contempla incrédula el vertiginoso curso que siguen los enormes avances tecnológicos de la ciencia computacional cuántica, en su derivada inteligencia artificial en su variante de red neuronal profunda, cuando desviamos sus fines humanísticos y los dirigimos para la autodestrucción mundial. De poco han servido las aterradoras experiencias de dos grandes guerras mundiales con su frío saldo de millones de víctimas mortales.
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Los esperanzados en el triunfo del bien sobre el mal tenemos más que razones suficientes para estar preocupados.
Más de un continente se encuentra en pie de guerra con un número de víctimas mortales contabilizadas en decenas y centenares de miles. La industria guerrerista se encuentra de pláceme, sus maquinarias siguen generando de modo acelerado ultramodernos equipos dotados con una fina precisión capaz de selectivamente estallar su enorme poder explosivo con saldo mortífero de una a centenares de vidas. Lo tenebroso del asunto es la variedad de armas letales con que se cuenta desde las hijas tradicionales de la pólvora, las de naturaleza química, biológica y nuclear. Mientras muchos con pocos dineros dedican sus vidas a descubrir y a aplicar terapias para prevenir, curar o paliar las infecciones, el cáncer y el hambre. Otros poderosos y afortunados cuentan con infinitos consorcios financieros que los dedican a la invención y ensamblaje de potentes armamentos capaces de hacer temblar el terreno donde caen.
La emigración forzada que trata de huir del fantasma del hambre y de la desesperanza es una alternativa suicida tanto marítima como terrestre. Pocos son quienes con éxito rompen la barrera fronteriza que divide a las naciones desarrolladas del mundo de los pobres. En un país de magros recursos una familia que se enferma es una segura candidata para sucumbir. La enfermedad es hoy por hoy una fiel compañera inseparable de los descamisados sin techo ni pan que llevar oportunamente a la boca. ¡Cuán distinta sería la humanidad si las riquezas disponibles se invirtieran en convertir la tierra en un planeta virtuoso atado con bucle solidario, fraterno, ecológicamente habitable, éticamente respirable, moralmente vestido y con la verdad como su idioma universal. Hoy hablamos de paz haciendo la guerra, decimos amor y sembramos el odio, proclamamos la igualdad y agrandamos las distancias sociales y étnicas. La hipocresía sigue venciendo a la sinceridad. Ahora resulta imposible distinguir la verdad de la mentira, lo real de lo virtual. Sócrates nos resultaría oportuno con su legendaria expresión de “Ni yo sé que nada sé”. Sigue herida de muerte la paz mundial. Aún estamos a tiempo para evitar una tercera conflagración mundial. Contribuyamos con la paz universal. ¿Qué os parece si empezamos por el vecino pueblo haitiano?