POR MIGUEL D. MENA
La borradura del mural de Silvano Lora de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad Autónoma de Santo Domingo es un acto perverso. Es un acto de reversa, además. Es algo que escapa a lo meramente estético y nos confirma algo que ya sabíamos: que la vieja UASD ya no es aquél terreno de las ideas críticas sino el espacio de incubación del cuerpo sin rostro del dominicano proto-moderno.
El último camino escogido por Silvano Lora (1931-2003) dentro del arte fue el más riesgoso: el de muralista. El mismo tiene tres grandes enemigos: la naturaleza, el hombre, la historia.
Los murales de Silvano Lora siempre estuvieron haciéndose y borrándose: En los locales del viejo Partido Comunista, sindicatos, en la calle donde había necesidad de documentar la memoria, ahí estuvieron aquellos brochazos, ese color vívido, aquella esperanza.
Uno de los últimos grandes murales suyos, el que estaba en el viejo Ensanche Cucaracha, en la bajada de la Jacinto de la Concha, estuvo siendo devorado por las plantas y la mugre.
Como tantas obras parecidas, los murales de Silvano Lora no han tenido dolientes: ni la ciudad y su Ayuntamiento, ni las instituciones públicas, ni siquiera la sensibilidad de personas o asociaciones que asumieran su conservación con la conciencia de estar motivando al arte y la memoria histórica.
Estamos frente a uno de los más complejos, prolíficos y artistas monumentales del siglo XX. Ninguno como él para marcarnos, sacarnos y mostrarnos en estas venas por todo cabe.
En su juventud conoció los aromas del régimen y bien pronto asumió sus venenos, yéndose, exiliándose, rompiendo y recomponiendo la insularidad desde París.
La mitad del siglo XX marcó, paródicamente, su misma vida como artista, desde aquella exposición primera en la Alianza Francesa, en 1951, a la última, en el 2001.
Pudo sacar un gran nombre internacional, como uno de sus compañeros de generación y de irse del país, como Oscar de la Renta, pero no: su sensibilidad y compromiso lo condujeron a múltiples y profusos compromisos, que bien podrían conformar un grandísimo libro de aventuras.
Por todas partes había un Silvano Lora: en el mayo francés de 1968, el de los movimientos vanguardistas en Europa, el Arte Povera italiano, la imantación de los colores de los indios kuna en Panamá, la ruta de José Martí por los campos del Cibao y hasta la misma Santiago de Cuba, los performances que hasta por poco le cuestan la vida, como aquella demostración enfrente y en contra de las barcazas de los conquistadores en 1992, en el río Ozama.
Silvano Lora fue un Quijote inmenso. Eso lo pienso no sólo por su figura, más bien a lo Toulouse-Lautrec, sino por esa insistencia de hacer, de pensar, de trazar la desacralización del arte como el Arte.
Ahí estaba el Silvano de las acciones, las intervenciones: la Bienal Popular en la Negreta, la “poesía-objeto” en las Ferias del Libro –donde a veces hacía sus rabietas, como cuando le llevé un cuadro roto atravesado por un pantie, devolviéndomelo al acto porque penosamente no cumplía los requisitos ni como poemas ni como objeto, ¡y yo que entonces quería ser el Duchamp local!
Ahí Silvano vendía caricaturas –o cosas parecidas- a cinco pesos. Ahí estaban los sábados poéticos, que finalmente organizamos cada sábado en El Conde con Meriño, mientras alguno de nuestros pintores, grandes o pequeños, no importaba, hacía su obra frente al público. Ramón Oviedo, Cándido Bidó, Orlando Minicucci, José Mercader, Tony Capellán, Carlos Sangiovanni, fueron algunos de los artistas que permitieron hacer de tu obra el fondo sobre el cual venía el poema del reconocido o no, del poeta simple o el complejo, del habitante que nos hacía explotar de la risa o aún del imberbe que nos hacía partícipe de cualquier tragedia personal.
Ahí estaba el Silvano pintando, convocando, en la calle o en la galería, en su casa o en el local, produciendo máquinas para recordar y hacer algo del pasado algo más que la simple aglomeración de datos y nombres y rostros. Porque ahí tendremos que acceder, a la idea de que somos en la medida en que hubo una sombra, un respaldo, esa acción simple por la que el niño aquel lanzó los dados por donde luego lanzaría sus pasos.
De Silvano se conservarán sus grandes obras museísticas, el monumento al ajusticiamiento de Trujillo, sus trabajos sobre tela o papel, los que denuncian la estela letal del viejo imperialismo o los que se presentan en aquellos relojes tan valorados, que permiten hacer de la mano el depositario de tanta creatividad.
De Lora no se conservará aquello que nos devuelva a la dureza de lo que fuimos, a los años del terror doceañero, a esas fatigas por donde tanta sangre chorreaba y nos dolía.
No me extraña que la UASD no esté interesada en la conservación de este mural de Silvano Lora. Desde que estudiaba Sociología en sus recintos (1980-1986), no me inspiró confianza esa nueva clase yipetocrática que surgía al calor de los estribillos revolucionarios. Aquel “medio millón” que luego sería muchísimos millones, pedidos constantemente y como tradición y muchísimas veces para nada, tampoco me generaba identificación.
La UASD nunca fue el espacio real para la crítica. Sí hubo críticos que pudieron crear espacios en ella lo suficientemente densos como aportar ideas nuevas, como el Centro de Estudios de la Realidad Social Dominicana, del profesor Luis Gómez, e incluso las diversas revistas de la Facultad de Humanidades. Pero, fuera de ahí, poco había que hacer.
A la UASD le pusieron un día muros los mismos que hacían moteles. Otro día prohibieron entrar en pantalones cortos y chancletas y cualquier ajuar tropical a su gran Biblioteca Pedro Mir, como si hubiese que estar siempre uniformado para disfrutar los favores del aire acondicionado.
Ahora se borra el mural de Silvano. No tengo grandes ideas al respecto. Me gustaría lamentarlo, pero tampoco es suficiente. Sólo quiero recordar la figura de Silvano Lora como un testimonio de pasión y creatividad, y la naturaleza y proyecciones de los espacios dominicanos, de manera que las esperanzas y las tensiones puedan ser canalizadas por nuevas vías.
Trato de no escribir sobre aquello que finalmente afecta y desconsuela, pero en el caso de la actitud ante el legado de Silvano Lora no puedo más que preguntarme sobre la eficacia de comenzar a olvidar la UASD como aquel viejo espacio de los sueños y el nuevo de las torres.
Mientras el hacha va y viene, y a pesar de la naturaleza y las autoridades, con seguridad que seguirá habiendo un espíritu crítico e irreverente en el pensamiento y la imagen del dominicano.
Por ahí estará Silvano Lora.
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