Sin equidad no hay democracia

Sin equidad no hay democracia

A lo largo de la vida política, tras el yugo trujillista, un objetable desconocimiento de límites ha aparecido con insistencia en las competiciones partidarias dominicanas dejadas las más de la veces a la libre compra-venta de adhesiones en el curso de campañas y particular énfasis en los actos finales, a pie de urnas, en los mismos lugares a los que se asiste posteriormente para un primer sondeo confiable de resultados. Los recursos del Estado han sido los más empleados para ejercer un proselitismo desigual sobre la colectividad sin registro de antecedentes de que las ilegalidades comprendidas en algunos abusos de poder fueran impedidas en alguna medida por las instituciones de orden electoral, gubernamental o judicial llamadas a actuar en función de lo que ordena la Constitución y trazan normas adjetivas para conferir autenticidad a la democracia.

Sectores representativos de la sociedad y del partidarismo se organizan para promover el adecentamiento de las prácticas políticas; que las justas electorales se desarrollen y cumplan sus fines sin los desequilibrios y distorsiones que antes lograron vigencia. Para catalogarlas de libres y democráticas no debería bastar con permitirles a los ciudadanos introducir sin obstáculos boletas en las urnas. Es imprescindible que el uso de dinero y de los resortes de poder, que tan efectivo resulta, no sobrepasen agudamente con promoción y movilizaciones a los candidatos de oposición.
Carro propio o las de Caín

Un importante disuasivo al uso privado de vehículos debe provenir de la colectivización del transporte. Las innovaciones e inversiones del Estado para lograrla no han sido suficientes aunque incluyen las favorables formas de viajar en vagones de metro y en autobuses. En ellos parece estar un mejor futuro para el Gran Santo Domingo, hoy densa y traumáticamente transitado por automóviles cuya posesión puede ser imprescindible para moverse funcionalmente: ¿Quién no tiene derecho a ello?
En otras ciudades, las congestiones de tránsito suceden cuando el transporte público institucionalizado desaparece por huelgas de los operarios u otras causas poco frecuentes en las urbes. Muchos automovilistas en todas partes viven motivados a dejar los autos en casa y recurrir de manera permanente a eficientes sistemas colectivos.

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