Sobre el canibalismo en la literatura dramática argentina

Sobre el canibalismo en la literatura dramática argentina

Por: BIENVENIDA POLANCO DÍAZ

Con el desfile de las tropas que exilaron a Perón a mediados de la década de los 50 reapareció el elemento grotesco en la escritura teatral de Argentina.

Producto de esta etapa es “Una libra de carne”, pieza que en múltiples ocasiones ha sido representada por diferentes grupos de teatro en la República Dominicana. Alcanzó un extraordinario éxito en su tiempo en todas las ciudades de América Latina y actualmente es considerada un clásico y magnífica muestra del teatro hispanoamericano influenciado directamente por el expresionismo alemán en una adaptación del famoso juicio de Shakespeare en El mercader de Venecia.

El realismo crítico que ha caracterizado una significativa parte de la mejor literatura dramática argentina ha sido el reflejo de la disposición, a su vez fiscalizadora, de los autores frente a su realidad y la línea de estilo dominante: la de la imaginación deformadora.

Una escritura testimonial

Una mirada retrospectiva a la escritura teatral latinoamericana de finales del siglo XIX y principios del XX, nos mostrará una referencia a aquellas capitales europeas con las que se había mantenido nexos tanto desde la colonia como posteriormente durante los procesos de independencia.
París y Madrid principalmente constituían el paradigma de la cultura frente a los cuales cualquier producto propio se veía con cierta candidez.

El grotesco argentino, el teatro bufo cubano, el sainete costumbrista o satírico propio de cada nación, creaban un punto aparte frente a los productos literarios recibidos desde Europa a través de compañías comerciales itinerantes, generalmente españolas. Frente a este panorama surgen los cortes de violencia, las dictaduras y la miseria creciente; estadios estos que crean en la juventud una inquietud renovadora que en el acontecer mismo de los grandes sucesos logra encontrar el paralelismo de un reflejo inmediato. Ya en pleno siglo veinte, la primera guerra mundial y sus derivaciones literarias vinieron a romper un obstinado ‘Realismo’ superficial y anecdótico y proveyó de armas a nuestros dramaturgos latinoamericanos para ensayar nuevas posibilidades.

Aparecieron por primera vez piezas en las que se movían nuevas propuestas escénicas irreales convocadas por estímulos oníricos que sobreponían a los hechos tomados de la vida circundante inmediata, los imperativos que el mundo subconsciente señala al comportamiento humano.

Muchos autores se adscribieron a esta modalidad y otros sólo a medias en un proceso de desprendimiento de la realidad circunstancial.

Sin embargo, un núcleo importante de dramaturgos consolidó un teatro realista de examen sociológico y político que recogía los acentos del drama regionalista de inicios de siglo pero elaborado con mayor sabiduría, no sólo en lo concerniente a la congruencia psicológica de los caracteres, sino, sobre todo en la densidad crítica, dialéctica o abiertamente polémica, dirigida a enjuiciar los sistemas de gobierno, los personajes inscritos dentro de las clases dirigentes y los nuevos hábitos adquiridos después de las grandes guerras, en contacto con un mundo que se expandió rápidamente con la Industrialización.

A partir de entonces la imagen cultural de las distintas naciones fue adquiriendo una diversificación nacida de sus más recientes y también diversas experiencias históricas.

Así, en las naciones del extremo Sur un fenómeno relevante fue el choque causado por las sucesivas inmigraciones de europeos que acudieron al llamado de los gobiernos sudamericanos a poblar vastas extensiones de territorio consolidándose una cultura especial en la que se fundieron formas de vida de criollos e inmigrantes. El teatro argentino por ejemplo, absorbió esa problemática de manera testimonial.

El ‘Teatro Grotesco’ argentino

De ahí el laberinto de los personajes de Armando Discépolo, creador del denominado ‘Género grotesco’. el cual partiendo de la temática puramente costumbrista implicó una distorsión de la realidad presentando aspectos cómicos y trágicos de la vida para denunciar la injusticia o un sentimiento de frustración.

El elemento cómico y aún optimista de la incomunicación había producido el sainete argentino, y el elemento trágico y ridículo de esa imaginación produjo el grotesco. Al cerrarles las puertas a los personajes del grotesco, se abría una ventana al sueño.

La acción -aunque inútil- es el rasgo fundamentalmente diferenciador entre el grotesco argentino y el teatro del absurdo europeo, en particular el del italiano Pirandello.
En la denominada »década infame» de 1930 -un período de especial miseria para las clases media y proletaria- nacía, por ejemplo, el movimiento de ‘Teatros independientes’ argentinos.

El vasto movimiento llegó a crear más de 300 teatros independientes en toda la nación, con sus actores, directores, sus espacios escénicos, sus autores y su público, y hasta cierto punto logró forjar una política cultural a contramano de la oficial.

Las farsas satíricas de Agustín Cuzzani con su idioma cerrado, incomunicable, son reveladores de una sociedad desquiciada a través de un agudo sentido del humor, entre las que sobresalen El centroforward murió al amanecer, y Para que se cumplan las escrituras.

En esta etapa, la realidad conservadora dio lugar a un teatro psicológicamente cerrado y clásicamente conservador encontrando autores que descubren en ella un cierto equilibrio de la miseria. Pero al mismo tiempo, falto de una teoría e integrado a una concreta y práctica realidad social, se origina el ‘Teatro del pueblo’ desde el que destaca Roberto Arlt, hijo de inmigrantes.

La llegada del peronismo al poder en 1943 provee a la nación Argentina de una nueva sensación de equilibrio. Movimiento integrador, por lo menos temporalmente, restituyó a la gente una idea de coherencia y de totalidad y encontró a sí mismo un autor: Carlos Gorostiza.

La temática de las clases media y proletaria en ascenso y el tono optimista que aportó el peronismo se insertaba en los cuadros de familia y amigos del barrio propios de la dramaturgia de este escritor.

Clásicos de la literatura caníbal

Una necesidad de defensa de la agresión externa originó igualmente las Historias para ser contadas, de Osvaldo Dragún.

La proyección internacional de este dramaturgo argentino es de todos conocida. En sus obras se esconde el sentido del humor crítico y ácido, cruel y grotesco, tras una actitud escéptica mediante la que logra mostrar una visión de la historia deformada, ridícula y caníbal.

A partir de aquí los matices fundamentales de los últimos autores argentinos importantes -Alberto Adellach, Griselda Gambaro, Ricardo Monti, Guillermo Gentile- quiebran definitivamente la posibilidad que aún exhibió lo grotesco en las obras de Discépolo y aún en cierta medida las piezas de Cuzzani y las Historias para ser contadas; se convierten ya en verdadero canibalismo extremo y la agresividad sobrevive en el escenario a base de sangre y carne.

Esta especie de «dieta social» nos la brinda La nona, de Roberto Cossa -N.1934-, en la que el personaje central es una anciana que se lo come todo, hasta la gente. Se trata de una tragicomedia que se publicó en 1977, considerada una de las obras más trascendentales del teatro argentino; se estrenó durante un período caracterizado por la inestabilidad política y social pero al contrario de la suerte que sufrieron otras obras escritas bajo algún tipo de censura, La Nona supo salvar esa barrera gracias a su estilo simbólico y reflexivo en el que subyace su carga crítica, y además consiguió una gran acogida en numerosísimas representaciones que se han realizado en el exterior del país suramericano.

En La cabecera de la mesa, de Ricardo Halac –N.1935-, un padre de familia responsable decide operarse, vestirse de mujer y abandonar sus obligaciones entre estas, la cabecera de la mesa. Después de él todos sus amigos responsables, valerosos, ejemplares deciden también convertirse en mujeres. Es una clara renuncia de aquello que puede ser atacado. El grotesco hizo su reaparición en el teatro argentino con una crueldad metafísica llevada al límite, concreta, vampiresca, feroz y monstruosa que aunque exagerada, ha pretendido expresar desde el arte el tipo de influencia que la sociedad ejerce en los últimos tiempos sobre los exiliados internos y externos de esta grandiosa y sufrida nación sudamericana.