En esta sociedad nuestra en que la palabra es utilizada no para que sea escuchada, sino para enfrentar al adversario hasta destruirlo. En esta sociedad de diálogos sordos. En esta sociedad donde los padres gritan a sus hijos, pero no dialogan con ellos; donde los intelectuales defienden sus pequeñas parcelas y nichos del saber, sin intentar buscar la riqueza del intercambio creativo.
En esta sociedad donde la diferencia es vista como un estigma. En esta sociedad en que mis razones son más válidas que las del otro. En esta sociedad de sordera aguda, de ceguera implacable, se necesita hoy más que nunca aplicar una verdadera Etica de la discusión. Creo que para lograrlo se necesita educar de forma distinta, y trabajar desde la primera infancia. ¡Qué reto para la educación! ¡La educación debe transformarse! ¡Impulsar un verdadero cambio de paradigma! ¿Podremos tal vez así ver la transformación de esta sociedad, poderosamente egoísta e individualista?
Aquellas personas que han asumido la enseñanza como una forma de vida, debemos iniciar nuestro propio proceso de cambio interno. Convencernos que más que enseñar nuestra tarea, debe ser de acompañar. Asumir que somos seres imperfectos, capaces de equivocarnos. Convencernos que no somos ni debemos ser enciclopedias vivientes del saber, sino personas con algunos conocimientos y experiencias. Debemos reconocernos como seres humanos limitados, quienes conscientes de sus propias limitaciones, impulsamos la búsqueda colectiva de la verdad.
Buscando en el Internet me encontré con un interesante trabajo de Miguel Martínez Martínez, quien desde su perspectiva académica define el nuevo paradigma educativo. Afirma que el profesor es ante todo un animador y debe ser un experto en la mayéutica. ¡Oh, Sócrates cuánto te debemos!. Este diálogo creativo es un instrumento, un recurso pedagógico que permite buscar situaciones problemáticas de la vida para proponerla a sus alumnos. Las situaciones que se recreen con los alumnos, sigue afirmando, deberán tener en cuenta todas las dimensiones del ser humano: inteligencia, sensibilidad y cuerpo. Martínez afirma que el nuevo paradigma de la educación tiene que referirse no solo al nuevo profesor, sino también al nuevo alumno. Un nuevo alumno que deberá buscar las soluciones trabajando con la información que está por todas partes en su ambiente. La creatividad, afirma, deberá presentarse como un proceso lúdico colectivo, al estilo de los diálogos de Platón, o los jardines de infancia de Fröbel y Montessori.
Martínez afirma que el nuevo paradigma educativo debe contribuir al fomento de la cooperación y sobre todo al trabajo en equipo. Coincido con el autor cuando defiende que la educación no puede ni debe fomentar la competitividad y la rivalidad, por los sentimientos negativos que generan. La colaboración enseña que la complementariedad es un elemento clave para avanzar, pues nadie tiene la capacidad para agotar la realidad con una sola perspectiva, punto de vista o enfoque. La verdadera lección del principio de complementariedad, la que puede ser traducida a muchos campos del conocimiento y de la educación, es sin duda esta riqueza de lo real complejo, que desborda toda lengua, toda estructura lógica o formal, toda clarificación conceptual o ideológica.
Yo soy de las que sostiene que una nueva visión de la educación debe respetar y fomentar la diversidad, enseñando que en la diferencia está la mayor riqueza que posee la humanidad. La única vía para lograr este proceso de asunción de la pluralidad es el diálogo como el verdadero instrumento pedagógico.
Si tomamos en cuenta esas características tal vez podamos abandonar nuestras viejas prácticas educativas que no hacen más que deshumanizar, pero que sobre todo reducen el aprendizaje a la repetición de verdades memorizadas, pero no asumidas.
El espacio no me permite seguir soñando con la llamada Ética de la discusión, creo que los maestros tenemos muchos retos y debilidades y complejos que vencer. De todas maneras pienso que esa nueva ética debía ser un norte para guiar el mundo, no sólo un reto para la educación.