El planeta tierra en el imaginario visual del Homo sapiens está integrado por agua, suelo, subsuelo, minerales, animales y vegetales. Pudiésemos argumentar que se trata de una visión simplista si lo mirásemos desde el centro del sol, a través de un poderoso telescopio. Colocados fuera de nuestra atmósfera, y ya en el espacio sideral, una vez convertidos en observadores veríamos mayormente aire y océanos, amén de algunas zonas terrestres revestidas por una cada vez más reducida vegetación. Hasta donde se tiene conocimiento, ninguna otra especie animal ha sido capaz de generar tantos cambios globales en tan corto tiempo, similar a como lo ha hecho la especie humana.
Organizados en naciones, potentes grupos de individuos han logrado ocupar y controlar inmensos territorios y mares, generando conflictos bélicos cuyos máximos exponentes del pasado siglo XX fueron la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial. El viejo continente europeo fue el epicentro de ambas conflagraciones, expandiéndose estas a otras latitudes geográficas, provocando millones de víctimas mortales, así como otros tantos con graves lesiones temporales y permanentes, incluyendo la destrucción de grandes ciudades, fábricas, escuelas, hospitales, viviendas, carreteras, puentes y zonas rurales.
Armas químicas debutaron con el escenario global sangriento comprendido entre 1914 y 1918. A su vez, dos potentes explosiones nucleares acaecidas secuencialmente el 6 y 9 de agosto de 1945 en las ciudades industriales japonesas de Hiroshima y Nagasaki marcaron el fin de la última guerra mundial de la pasada centuria.
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La guerra de Corea tuvo como escenario al continente asiático, extendiéndose desde junio de 1950 hasta julio de 1953, concluyendo con la división de la Península Coreana en las nuevas Repúblicas de Corea del Norte y Corea del Sur. En ese mismo continente, el territorio de Vietnam fue escenario de una costosa guerra que tuvo una duración de veinte años. Agreguemos de colofón la Guerra del Golfo Pérsico, la más corta, ocurrida entre agosto de 1990 y febrero de 1991.
Algunos estudiosos de la materia asocian esta “explosión de misiles” con una lucha por el dominio de los pozos petrolíferos de la región.
Hagamos un simple cálculo matemático y evaluemos los daños materiales y humanos sufridos en los conflictos armados del siglo XX. Ahora convirtamos esas pérdidas del pasado en recursos económicos disponibles para las atenciones de salud y alimentación de la población mundial. ¿Qué sucedería si en lugar de trabajar para armarnos hasta los dientes, uniéramos los esfuerzos para combatir las pandemias, enfrentar las enfermedades catastróficas, ponerle coto al hambre y reducir los efectos dañinos del cambio climático?
Algunos dirían que lo planteado es una utopía. ¿Qué sería del porvenir de la humanidad de no contar con mentes altruistas proyectadas hacia el futuro? ¿Existirían los Estados Unidos de hoy, sin la visión y acción pretérita de Abraham Lincoln? ¿Qué sería de la América del Sur sin soñadores de la categoría de Simón Bolívar, Antonio Sucre, O’Higgins, o un José de San Martín? ¿Existiría la India como la conocemos hoy sin la visión que de ella tuvo en vida Mahatma Gandi? Mucho ha significado en la sociedad norteamericana de hoy el sueño de ayer de Martin Luther King junior.
¿Qué sería de los y las dominicanas de hoy sin el sueño de Juan Pablo Duarte?