Superando desafíos: La historia de Rosa Molina Paulino

Superando desafíos: La historia de Rosa Molina Paulino

Rosa Isabel Molina Paulino nació el 30 de julio de 1946 en Río Verde Arriba, en la Vega, República Dominicana. Su infancia transcurrió en un entorno humilde en el campo, donde su familia trabajaba la tierra para subsistir.

Siendo la mayor de diez hermanos, Rosa creció en un ambiente de esfuerzo y solidaridad, donde aprender a valorar cada recurso era fundamental para sobrevivir.

A pesar de las precariedades económicas, Rosa recuerda haber tenido una niñez bonita, llena de juegos y la alegría de compartir con sus hermanos.

Su familia vivía de lo que sembraban en la tierra de sus abuelos y su papá rifaba números de la Lotería Nacional para obtener ingresos adicionales.

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Caminaba descalza a la escuela con la mitad de un lápiz y la mitad de un cuaderno. Las otras dos mitades eran para que otro de sus hermanitos también tuviera con qué estudiar. Apenas cursó el quinto grado de primaria.

Obtuvo su certificado de 8vo. a través de las Escuelas Radiofónicas de Radio Santa María.

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Se casó a los 19 años con un muchacho que pasaba por su calle en un motor en trayecto hacia el colegio de los Salesianos en Moca, allí estudiaba agronomía.

Ramón de Jesús Molina fue “quien se la llevó” para Santiago y dejó el instituto para trabajar en la entonces Secretaría de Agricultura. Enfrentaron los desafíos que implicaba la búsqueda del sustento para su creciente familia.

A pesar de las dificultades, lograron establecerse en La Herradura, donde tuvieron su primera hija.
Regresaron a Río Verde Arriba y pusieron un colmado, que lo quebraron los fiaos a los familiares circundantes y volvieron a Santiago.

Cuando su esposo perdió el trabajo con el cambio de Gobierno en el 1978, Rosa le manifestó su determinación de mudarse a la Capital, “porque ahí es que hacen los cheques”.

Se instaló en casa de una tía, que vivía en los Jardines del Norte. Arrimada, enfrentó la adversidad con determinación y valentía, para construir una vida desde cero. Los hijos y el esposo quedaron en casa de su madre.

Rosa trabajó en la casa de su tía, quien le decía Kuky, a cambio de alojamiento y comida. Su esposo se le unió luego, cuando consiguió un trabajo en una empresa denominada Productos Estrella.

Más tarde sería chófer en una empresa llamada Central de Refrigeración y de un boricua.

Alquilaron una pieza en un sector cercano y trajeron a sus tres hijos mayores a vivir con ellos. Los inscribieron en la escuela Fray Ramón Pané.

Doña Rosa endurece la mirada y aprieta los labios cuando cuenta que el dueño de la pieza comenzaba a hostigarla con el pago del alquiler desde el día antes de la fecha acordada.

Gracias a su perseverancia, lograron construir una modesta vivienda en un solar donado por una vecina generosa, a la que ella solía colarle café cuando la visitaba en las tardes y quien fue testigo de la imprudencia del propietario.

Así fue como levantaron una pequeña casa de tablas, la cobijaron con hojas de zinc y fijaron su domicilio en La Yagüita, en las inmediaciones de la Universidad Nacional Pedro Heríquez Ureña (Unphu).

Respira profundo y cuenta que la más pequeña se tragó una bola de fuego “y se le alojó en los pulmones” falleció al día siguiente en el hospital de La Vega, donde fueron en búsqueda de una segunda opinión.

Soñaba con tener un pedacito de su Río Verde Arriba en la Capital. Un lugar para cultivar hortalizas y criar par de gallinas. Además, había apostado con sus hermanos que ella conseguiría casa en Santo Domingo primero que ellos.

De momento, lo que consiguió fue que la desalojaran y la llevaran para una Sabana Perdida donde entonces no había tendido eléctrico ni alcantarillado ni calles, solo diez casas modestas en lontananza.

Le dijo al inspector de Bienes Nacionales que los recibió que, si el solar que tenía la mata de aguacate no tenía dueño, se lo asignara a ella. Y desde entonces se ha comido mucho aguacate.

Cuando su primera hija debía viajar al Distrito Nacional a estudiar en La Perito, a veces solo le reunía 15 centavos de los 25 que necesitaba para pasaje y comida. Por eso, Evangelina Marina en muchas ocasiones tuvo que caminar a pie desde el cementerio de la Av. Máximo Gómez hasta el Liceo Víctor Estrella Liz.

Al final, la joven se casó y emigró a los Estados Unidos donde todavía reside, al igual que sus dos hermanos Luis Ramón y Ramón de Jesús.

Ramoncito no quería que le hablaran a Kuky del rumor de que el Instituto Agrario Dominicano (IAD) estaba repartiendo unos terrenos en Mancebo, San Felipe, Villa Mella, pero al parecer, un amigo de ambos entendió que eso era un mandado. Se lo comentó a doña Kuky y ella inmediatamente cogió para allá en la cola de un motor.

Ella no solo consiguió cinco tareas de tierra -porque llegó tarde, afirma- en el Proyecto para el Desarrollo Productivo AC-450, sino que le propuso a sus vecinos que en caso de querer vender que lo hicieran a terceros, sino entre ellos.

“Me vendían el pedacito que tenían para curarse”. Así es como Rosa ya va por 86 tareas, donde cultiva la tierra y cría animales de granja.

A pesar de su limitada educación formal, se convirtió en la presidenta de la Cooperativa de Servicios Múltiples de Mancebo, que lidera con determinación y sabiduría.

En el 2015 cofundó el proyecto apícola para las mujeres, que a la fecha posee 250 colmenas, mediante un financiamiento del Gobierno.

El esposo de doña Kuky murió próximo a su cita en el Consulado Americano. Ella es residente, pero le anda huyendo al clima y cuidando la tierra.

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