El grito es de muerte, familias, allegados, esperan el aviso fúnebre
Cuando le comenté a Margarita Cordero las consecuencias de tantas despedidas, el saldo de ausencias que acongoja y sorprende, la secuencia de la pandemia y de la lejanía.
Cuando describí el efecto del adiós de esa legión de amigos que podía contar virtudes, defectos, hazañas y caídas, gustos y disgustos.
Esa que compartió sueños, fracasos, logros y desventuras. Parientes, profesores, compañeros de trabajo, condiscípulos, superiores jerárquicos en los espacios laborales, amistades entrañables, cómplices de silencios y comprensión en la vocería. Cuando intenté describir cómo se desvanece el grupo de testigos, escribanos de historias vividas; cómo las circunstancias adversas diluyen el universo de afectos, la periodista y amiga, presente en cada desafío, con la contundencia que le caracteriza, reaccionó con un envío.
Su respuesta está en los párrafos de una lectura antaño obligada. Ninguna persona pequeño burguesa que se preciara de avanzada eludía“La Mujer Rota”, aunque las corrientes más radicales de entonces, imputaran a Simone de Beauvoir devaneos derechistas y al feminismo claudicación.El texto con sus tres compases: La Edad de la Discreción, Monólogo y La Mujer Rota,recrea desgarros con ficción.
«Mi primer encuentro con la muerte, cómo lloré. Después lloré cada vez menos: mis padres, mi cuñado, mi suegro, los amigos. También eso es envejecer. Tantos muertos detrás de uno, echados de menos, olvidados.
A menudo, cuando leo el diario, me entero de una nueva muerte: un escritor querido, una colega, un viejo colaborador, uno de nuestros camaradas políticos, un amigo perdido de vista. Uno debe sentirse extraño cuando queda, como el único testigo de un mundo abolido.»
Busqué el ejemplar publicado por Editorial Sudamericana y entre las frágiles y amarillentas hojas, encontré la cita. Está en el primer relato y subrayado. Un subrayado cuando la muerte era quimera, y la inminencia de un mundo abolido era imposible. Entre los dictados de la edad y los efectos devastadores del covid-19, la certeza del mundo abolido circunda y determina. Es más que la muerte la incertidumbre.
Convicción de finitud y de impotencia. Hasta en los conflictos bélicos hay certezas. El grito de guerra es de muerte, familias, allegados, esperan el aviso fúnebre. La esperanza aquieta pero saben que el mortero y la granada acechan.
En este momento, la amenaza letal va más allá del ciclo cumplido o de la batalla, está a menos de dos metros, en un saludo, en un intento de cercanía. Y ocurre el adiós no presentido, jamás imaginado y se desmorona el entorno. Pisa la muerte huertos insospechados.
La pandemia ha sustituido la represión, las cruzadas violentas de exterminio. Ni el llanto permite porque el sollozo no se comparte, es inaudible, como el clamor del dolor sin un abrazo. Es la imagen de la fragilidad y la impotencia.
El existencialismo se encargó de decirnos que lloramos la propia muerte en la ajena, así como enseñó que el infierno son los otros. Indemnes, la sensación de eternidad nos perseguía, permitía encubrir la angustia con ayuda de la filosofía y la fe.
Era otro tiempo. La muerte estaba, como siempre ha estado, sin embargo, distinta era la atalaya para la ponderación y el encuentro. Ahora el adiós se multiplica, las despedidas ocurren sin ritual ni espacio para compartir el desconsuelo. Yuval Noah Harari,desacralizador, en “Sapiens De animales a dioses”-afirma que la inmortalidad podría producir descontento.
La publicación fue antes del desastre sanitario, de la humanidad rendida ante un virus, sin posibilidad de enfrentarlo disparando o con una emboscada exitosa. Si las elites obtuvieran la fórmula de la eterna juventud-escribe-habría una epidemia de rabia y ansiedad.
La epidemia es otra, con otros efectos. Agrega,“los pobres y los oprimidos se han confortado al pensar que al menos la muerte es justa, ricos y poderosos también mueren.” Hoy, más que nunca, esa justicia tenebrosa impera. Y el homo sapiens está frente a la puerta del porvenir, temeroso, como la protagonista del libro comentado de la Beauvoir, sola, aterida y sin saber qué hay detrás de la puerta.