Tareas pendientes

Tareas pendientes

Carmen Imbert Brugal

Las primeras semanas del mes de la patria, del carnaval, fueron dedicadas a la campaña electoral. Todavía queda un trecho importante con el día 27 como meta. Después de las elecciones municipales, celebradas ayer, el órgano electoral concentra su trabajo en la preparación de las elecciones presidenciales y congresuales, pautadas para el tercer domingo de mayo, con el presidente candidato. El proceso comicial permitió pausas, omisiones, pero los pendientes siguen y son muchos. La narrativa oficial encubre, convence a ratos, aunque no resuelva. El triunfalismo ayuda, pero el dinosaurio todavía está ahí, como en el cuento de Monterroso.

A pesar de la suma de áulicos, de la genuflexión de una vocería que antes denunciaba y ahora se cotiza en la subasta de la indignidad, el recuento de desaciertos y desafíos, el reclamo de soluciones, apenas audible, debe continuar o comenzar. El retorcimiento de la realidad, el humo que pretende ocultar aquello imposible de justificar, amerita contradicción. El paraíso de la patria nueva apadrina a los buscadores de adscripción al proyecto presidencial a través de plataformas virtuales con la delincuencia como protagonista. Es la nueva casta de impunes, promotora del desfile de asesinos por sus pasarelas mediáticas, sin reacción de autoridad competente. Es el colapso de instituciones que solo se validan con la persecución de los corruptos del pasado régimen, condenados por aclamación. Mientras tanto, el microtráfico es dueño de esquinas y callejas, los pandilleros controlan los barrios. Alarmante que el delito que pretenden combatir afuera ha sido imposible controlar adentro, en las cárceles convertidas en cotos invulnerables del crimen. Los funcionarios mencionan el problema como si no les correspondiera impedir y sancionar las acciones dirigidas desde esos recintos. Es ahora, al término de su aséptico mandato, que el jefe de gobierno declara que no ha hecho lo suficiente para mejorar el sistema carcelario. Y no pasa nada.

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Los apóstoles de la ética, fieles al Cambio, empeñados en mantener su influencia y la vigencia de la agenda contra la corrupción, que excluye el presente, no se inmiscuyen con la violencia, menos con el antro carcelario. Transitar por esa ruta obligaría denuncias incómodas. Por eso fueron parcos cuando la Oficina Nacional de Defensa Pública, publicó aquel “Informe de las Condiciones de Detención y de Prisión”. Saben como mantener un tema en los medios y como lograr que desaparezca. Desde aquella publicación que reiteró lo sabido, pero con la contundencia del dato, la situación empeoró. No es especulación, el presidente no puede sorprenderse con las órdenes para matar, secuestrar, estafar, emitidas desde el encierro. Él promulgó la ley que regula el Sistema Penitenciario, se presume que conoce la necesidad de afrontar la delincuencia que anida en las prisiones.

El horror no indigna a una sociedad envilecida, quizás el miedo obligue actuar. Existe un cogobierno en las cárceles lejos de las maravillas que repite el gobierno. El drama trasciende el hacinamiento, las órdenes para delinquir confirman el poder de un colectivo que no teme el encierro porque está confinado. Si no se enfrenta el crimen, además de contar turistas contaremos víctimas.

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