Inicio este ensayo sobre de Te doy una canción, cuentos de la poeta boricua Alinaluz Santiago, publicado por la Editorial Isla Negra, y puestos a circular en la reciente Feria del Libro, dedicada al poeta Mateo Morrison, con letras del bolero Delirio, del “Rey del Filin” Cesar Portillo de la Luz, para presentar los cuentos de Te doy una canción, cuyo libro hubiera sido absolutamente original si hubiera seguido el formato del primer cuento: Gracias a la vida, el cual me asombró cuando integró en los diálogos cotidianos de una repostera los versos de Violeta Parra y su !Gracias a la Vida!, para agradecer que “le había dado tanto” por el nacimiento de su hija Inés, (nombrada así por la poeta mexicana Sor Juana Inés de la Cruz) y de un amor que le había permitido distinguir “lo negro del blanco y en alto cielo el fondo estrellado”.
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Ese formato, inédito en la cuentística que conozco, me ilusionó con la posibilidad de que cada cuento estuviese escrito incorporando, los versos de las canciones, la música, o boleros que anuncian los nombres de los cuentos.
Estas narraciones desafían la preceptiva del cuento, que según don Juan Bosch, deben narrar un solo hecho, porque hay una abundancia de tramas en cada uno, aunque si lo repensamos todos confluyen hacia una denuncia de la violencia de género, el racismo, la explotación laboral, la miseria y sus secuelas de muerte, prostitución y explotación de la infancia, sea en África, con las epidemias de ébola, o la infame extirpación del clítoris, o en su natal Puerto Rico.
Como afirma don Juan, los finales sorprendentes no son una regla, aunque en un cuento como Blue Tango, al final, donde el protagonista Rubén asciende en su concierto al cielo, transformado en una flor de loto, nos remite al realismo mágico de García Márquez.
Evidentemente, estos cuentos han sido escritos por una poeta, de ahí la belleza de las imágenes en Te doy una canción:
“Esa mañana la neblina tardó en levantarse los sueños no querían salir de la cama el pan decidió reposar en el horno tibio un ratito más la orquídea tímida temía que no llegara el tibio sol a besarla y los turpiales confundidos susurraban su canción…
Y esa palabra: “canción”, podía abrir las puertas para introducir las letras de la canción que da nombre al cuento: “Como gasto papeles recordándote, como me haces hablar en el silencio, aunque nadie me ve nunca contigo, y como pasa el tiempo, que de pronto son años, sin pasar tu por mi, detenida”… lo que hubiera continuado el acierto del primer cuento “Gracias a la vida”, intercalando esta vez los versos de Silvio Rodríguez, de cuya canción toma el título de la historia y del libro.
Empero, esto es lo que yo hubiese hecho y cada autor o autora tiene su manera singular de armar sus cuentos. En este libro, Alinaluz, que es una erudita del bolero, quien estudió a 500 autores para escribir su tesis doctoral, cita sin citar a Ernesto Lecuona y Miguel Matamoros (Cuba); y al mayor de todos: Rafael Hernández, invitándonos a leer su tesis doctoral, lectura obligada para aquellos que rastrean la repercusión del bolero en otros géneros literarios, en este caso el cuento.
Con estos cuentos Alina nos invita a familiarizarnos con los boleristas cubanos y boricuas: Manuel Alonzo, Santiago Vilarte, Gautier Benítez, Gilberto Padilla, Pachin Marin, Lola Rodríguez de Tió y Silvia Rexach en Puerto Rico; y José María Heredia, José Jacinto Avilés, Juana Borrero, Nancy Morejón y Martha Valdez, cubanos, entre muchos otros, quienes enriquecieron el Romanticismo con el elemento rítmico negro, como Rafael Hernández con su Preciosa y su Lamento Borincano. Y, Perfume de Gardenias, que hubiera sido el trasfondo ideal para el cuento El Romance de la dulce Espera, donde lo central son los olores y desde luego la letra de alguna canción de Federico García Lorca.
Creo que lo que más se acercaría a este modo de contar es la cuentística de Luis Rafael Sánchez y su La importancia de llamarse daniel santos, donde este denuncia el machismo y falocracia en el lenguage cotidiano de los hombres caribeños, lenguaje “nacional” que norma el bolero y la guaracha. Lenguaje “nacional” porque según Mikhail Bakhtin, filosofo y critico literario ruso (1895-1975): “Todo lenguaje nacional consiste en el fondo, en un una diversidad de voces sociales y estratos linguísticos que en el convergen”.
Dice don Juan que “el cuento no tolera innovaciones, porque es el género más díficil de todos, y solo los autores que lo dominan: Wilde, Mauppasant, Anderson, Quiroga, entre los más reconocidos, en lo más esencial de su estructura pueden escribirlos”. Dominar el cuento es, según él: “Sostener sin caídas la tensión del lector, el interés que deriva, según Quiroga, de convertir el cuento en una flecha que sin desviarse vaya directo al blanco, sin disgregaciones”. Esto hasta Cortázar, claro, y cuentistas boricuas como Ana Lidia Vega y su Falsas Crónicas del Sur; Magaly García Ramis, con su Felices Días Tío Sergio, y Alina Luz Santiago, Torres, con este libro y Llegaron en Guagua, serie de catorce cuentos, sobre 14 personajes de la historia pre-contemporánea de Puerto Rico, así como el libro La Poética del Bolero en Cuba y Puerto Rico, el cual estudia la relación entre la génesis del bolero y la creación poética entre Cuba y Puerto Rico, desde el Romanticismo y el Modernismo, hasta la mitad del Siglo XX.
En su libro de cuentos Te doy una canción, Alinaluz Santiago atisba una nueva técnica: Narrar los cuentos con letras de bolero, con canciones, con Opera, versos, haciendo de la música el tema y trasfondo que complemente los diálogos, y explique el mundo cargado de mitos, religiosidad, tradiciones, violencia cotidiana, sueños y aspiraciones, de los condenados y condenadas de la tierra. Su desafío es ahora encontrar la forma en que esta innovación sostenga todo un libro, sus futuros libros, e inaugure este modo de contar como aporte innovador al género de la cuentística.
Para que podamos preguntar, tarareando el bolero, “como fue, no se decirte como fue”, y saber explicarnos que pasó, cuando de este modo de narrar me enamoré.