Esta versión de Miguel Ramírez de la obra del francés Bernard-Marie Koltés, nos acerca a nuestro entorno y su cotidianidad, con las actuaciones de Anderson Mojica y Eleccio Caraballo
En el año 2011 asistimos al Palacio de Bellas Artes a ver la obra “La Noche justo antes de los Bosques”, del dramaturgo francés Bernard-Marie Koltés, que presentaba el Teatro de los Oficios, bajo la dirección de Miguel Ramírez.
Diez años después hemos tenido la oportunidad de ver otra obra de este autor francés, dirigida por el propio Ramírez y su Teatro de los Oficios, esta vez en la Sala Otto Coro, del Teatro Guloya.
La obra de Koltés, “En la Soledad de los Campos de Algodón”, nos llega bajo el nombre de “En la soledad de Tierra de Nadie”, versión de Miguel Ramírez, que nos acerca a nuestro entorno y su cotidianidad. Como todo gran artista, Koltés fue reflejo de su tiempo, consecuentemente hay una relación manifiesta entre su teatro y su época.
Su radical e innovador punto de vista ha sido una constante, creando una “Poética de contrarios”, al permanecer al lado de los desplazados, los excluidos, resaltando las diferencias entre individuos.
El público poco a poco fue llenando el aforo de la Sala, y cuando ya estuvimos sentados, miré hacia el escenario, todo allí estaba cubierto de un manto de oscuridad, pero advertimos a dos hombres gesticulando uno frente al otro, aun sin dar inicio formal la presentación, había comenzado el ritual. El espacio, primordial en la dramaturgia de Koltés, es a la vez hábitat y lugar de encuentro, por lo tanto de conflicto.
Miguel Ramírez asimila plenamente el concepto, y en su creativa y contemporánea propuesta, sitúa el conflicto en un andurrial inhóspito, abandonado, cubierto de paja, donde una noche en medio de la nada, se encuentran dos personajes –un emigrante y un vigilante militar.
El espacio es una alegoría “La tierra de nadie”, la frontera. La escenografía recrea el espacio escénico, el negro total, un punto luminoso, una lámpara intermitente ilumina la psicología de los personajes, otro elementos son las puertas colocadas en la superficie o en un lateral, abiertas una y otra vez, símbolos de escape.
Los personajes, dos soledades opuestas se encuentran, se enfrentan una y otra vez, a través de diálogos y monólogos sugerentes, la sexualidad -deseo y seducción, es una constante, son seres definidos por el autor como “seres atrapados en un lugar de donde están deseando salir”.
Pero solo habrá teatro cuando los personajes cobren vida a través de los actores que logran mantener el conflicto, la acción dramática.
Anderson Mojica asume con absoluta propiedad el carácter dubitativo del emigrante, el que percibimos a través de la integración del gesto, los movimientos, las contorsiones y la palabra por momentos, con acentos foráneos.
Eleccio Caraballo interpreta al vigilante, su actuación es sólida, utiliza el estereotipo del personaje a conciencia, con un lenguaje corporal elocuente. Finalmente la dialéctica se transforma en un combate físico que los lleva a un final irremediable.
Miguel Ramírez pauta el ritmo adecuado, no hay concesiones, todo fluye, con pequeños climax. Las luces elemento esencial, con sus matices, recrea una atmósfera, capaces de iluminar la psicología de los personajes, un excelente trabajo de Ernesto López. Otro elemento esencial en esta puesta en escena es la música original de Vadir González, capaz de convertirse en un verdadero decorado acústico.
La trama de la obra, compleja, demanda de una atención permanente, no hay espacio para la risa liberadora, no es una comedia, finalmente el espectador con objetividad, elaborará su propio juicio.
Teatro de los Oficios nos da la oportunidad de disfrutar de un teatro no convencional, lejano de la comedia vacua de evasión, pero no por ello deja de ser entretenido.
Siempre a la espera de los nuevos montajes de este singular grupo teatral.
La escenografía de la obra recrea el espacio escénico, el negro total
Los personajes, dos soledades opuestas que se enfrentan
Los personajes, dos soledades opuestas que se enfrentan.