Las celebraciones navideñas no pueden ser “disminuidas” por ningún argumento racional. Están profundamente arraigadas en nuestra niñez. Algunos psicólogos estiman que no es conveniente “engañar” a los niños con el mito de los tres reyes magos. Recuerdo que varios de mis amigos escribían cartas a los Reyes Magos y las echaban en un buzón que había en la calle José Reyes, esquina Mercedes. La dirección de los “magos de Oriente” era: “El Cielo # 5”. No sé qué harían los administradores de correos con esa correspondencia de tan difícil entrega. Tal vez se quemaba en febrero, después de levantar una acta notarial.
La mayor parte de los padres del mundo son pobres; deben hacer grandes esfuerzos económicos para comprar regalos a sus hijos; algunos son capaces de endeudarse para comprar velocípedos o bicicletas. Una vez conseguidos los regalos, el mérito corresponde a Melchor, Gaspar o Baltasar. Los padres, permanecen en el anonimato. Los niños, que crecen y dejan de serlo, caen en la cuenta de los sacrificios de sus padres para intentar complacerlos en “la noche reyes”. Sin la fiesta de la Natividad, no podría haber “día de reyes”. Creo que los padres limitan su egoísmo por efecto de una fiesta religiosa; los hijos, continúan una tradición hermosa, que no daña a nadie.
No sé de ningún niño traumatizado por haber recibido regalos de los “Santos Reyes”. En un país con una población de negros, blancos y mulatos, los tres reyes magos constituyen un símbolo de integración racial, tolerancia y amor a los jóvenes. Los psicólogos, como cualquier otro tipo de profesionales, son capaces de “partir un pelo en cuatro” y ver problemas donde no los hay. La “época de los villancicos” es un tiempo encantador por muchos motivos.
El primer motivo es gastronómico, el segundo musical, el tercero familiar e interpersonal. Los motivos religiosos o es espirituales son, cada año, suficientemente subrayados por sacerdotes y educadores. Me gustan todas las comidas navideñas dominicanas: pasteles en hojas, piernas de puerco asadas, teleras, ponches de fabricación casera, dulces y turrones. La música navideña popular es, por supuesto, maravillosa; las “arandelas de mi corazón” y hasta las tuercas, se estremecen al oírla ¡Vivan las teleras y los puercos asados!