Tenemos que levantar un vallado

Tenemos que levantar un vallado

Pastora Montserrat Bogaert

Busqué entre ellos alguien que hiciese vallado y se pusiera en pie en la brecha delante de
Mí. Ezequiel 22: 30

Tenemos que levantar un vallado. Tenemos que levantar un vallado para impedir que el mal se acerque a nosotros y a nuestra casa. Cuando oramos este cerco se forma, y levanta un muro espiritual de protección donde los dardos del enemigo no pueden penetrar. Este cerco no permite que cualquier enfermedad, miseria, accidente, etc. nos toque. Podemos estar seguros de que estamos a salvo, porque hemos establecido límites, los cuales nuestro enemigo no podrá quebrantar.

Tenemos que hacerlo, ya que nadie está exento de sus maquinaciones; su deseo es destruirnos para que el plan de Dios no se cumpla, queriendo acabar con todo lo que Él nos ha dado. Por eso vemos tantas familias destruidas: hijos en drogas y/o alcohol, divorcio. Es así porque no oraron para que su casa no fuera tocada.

No hay alternativa. Tenemos que orar para no ser vulnerables a algún ataque; que todo lo que quiera destruirnos quede sin efecto, como el caso de Daniel cuando fue echado al foso de los leones. Estos nada pudieron hacerle, porque la protección espiritual que tenía era tan grande que no pudieron tocarlo.

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Por: Montserrat Bogaert
Todo tiene un principio y un fin. Nada es eterno en la tierra; un día nacemos, pero un día ya no estaremos más. Esa es la ley de la vida y nada podrá quebrantarla, porque así lo dispuso Dios en Su soberanía. Pero pocas son las personas que entienden que el tiempo en la tierra es limitado. Por tanto, viven una vida desordenada, sin pensar que en cualquier momento dejarán de estar. El bien que pudieron haber hecho, no lo hicieron, ni se preocuparon por dejar un legado en las generaciones venideras, como ejemplo a seguir.

Esta realidad la viven muchos a diario, porque piensan que la vida en la tierra es eterna. Y sí hay una vida eterna, pero es la que se alcanza cuando aceptamos a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador, lo cual nos cambia y nos transforma. De no ser así, todo lo que hacemos no tiene valor y nos quedaremos sin galardón. Solamente con decir “Pude, pero no lo hice; cuando me predicaron no acepté” el tiempo no puede volverse para atrás.

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No seamos duros de corazón y entreguemos nuestras vidas al Salvador, diciendo: “Yo voluntariamente decido entregarte mi vida y mi corazón a ti, Jesús. Perdona mis pecados, conscientes o inconscientes. Quítame todo lo que me aparta de ti. Quiero servirte desde ahora y para siempre. Escribe mi nombre en el libro de la vida, para que alcance el galardón más grande y precioso, la vida eterna”.