No soy socialmente invidente, por eso tengo que decir la verdad; debo decirla porque amo y realmente deseo lo mejor para mi “país temporal”. ¿Mi país temporal? Es que sólo estaré disfrutando de mi Quisqueya hasta el momento que parta hacia la perpetuación. Tomando en cuenta esa realidad temporal y corporal, estoy obligado y deseoso en dejar un legado para los que pisen mis huellas impregnadas en el camino abstracto pero perceptible y leíble.
Realmente tengo que decir la verdad, nos han vendido un sesgo que nos ha desvirtuado la capacidad de pensar de forma objetiva, hemos permitido que nos inserten los prejuicios cognitivos para validar las expectativas de unos cuantos, pero borrando el resto de la información y la verdadera objetividad.
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Nos han dicho que ser dominicano es reírse y bailar. Nos han dicho que ser dominicano es ser espontáneo y llamarnos primos y hermanos. Tengo que decir la vedad, nos han dicho que somos el único país que tiene una biblia abierta en el centro de nuestra bandera, creyendo que somos exonerados de muchos elementos maléficos. Nos han dicho que ser dominicano es poseer montañas y ríos y playas y peloteros y carnavales y colores y mangos y caña de azúcar y cocos y larimar y ámbar, creando en nosotros un conjunto de polisíndeton que nos generan energía y fuerza, casi llevándonos al etnocéntrismo irracional e infructuoso.
Es cierto que poseemos todas esas virtudes y regalos del creador; sin embargo, sigilosamente, la sociedad dominicana ha sido usada como depositaria de conceptos y opiniones no objetivas que debilitan la idoneidad para generar una ética de comportamientos colectivos que beneficien la calidad de vida en la mayoría de los dominicanos. Nos han vendido un sesgo social, que nos es más que respuestas que se ajustan a los intereses personales y no contribuyen a las verdades objetivas que generan vida integral, equidad y una verdadera libertad.
Debemos decir la verdad: “La función de un senador o un diputado no es usar el dinero del Estado y de nuestros impuestos para promover su imagen y su posición para perpetuarse en las estructuras del Estado”. Eso es un sesgo político. ¡Es una mentira! Vi en las redes a un joven senador, supuestamente educado y serio, pero en la práctica no le importa la verdad, ni la objetividad, porque distorsiona y trastoca la información correcta para lograr sus metas personales. El sistema cargado de sesgo político lo certifica como un senador que da su barrilito para ayudar a los llamados pobres. ¡Nadie puede dar lo que intrínsecamente no le pertenece! A esto se le suma la payasada de decir que defenderá su país de cualquier agresión de fuerzas extranjeras, como si nuestro peligro fuera Haití o los Estados Unidos; tengo que decir la verdad: Nuestro problema son aquellos que no le ponen los puntos sobre IES, los que permiten que la política sea un carnaval de corrupción, y que usan las estructuras del Estado como empresas privadas y personales, dejando muy afuera la ética y las prácticas que realmente nos distinguen como dominicanos.
Tengo que decir la verdad: El merengue, las playas, los ríos, el mangú, los abrazos, las risas, la Biblia en la bandera, todo esto es muy importante, pero no nos hacen mejores dominicanos, somos dominicanos cuando respetamos la dignidad de los demás, cuando usamos la política para restaurar la democracia que va mas allá de un sufragio manipulado. Debemos crear conciencia y decir la verdad, decir que nuestro país ha caído en una híper corrupción, decir que la mayoría de los políticos, sí , la mayoría, no usan los instrumentos de la democracia para reducir el dolor, las brechas y las inseguridades que nos sorprenden en nuestras bellas playas y ríos. Debemos decir la verdad, que ser dominicano es poner en práctica los valores universales encontrados en aquella biblia que está en el centro de la bandera dominicana. Decir la verdad NO es ver la biblia como un amuleto, ni levantar las manos un domingo por la mañana, o tomar la hostia para luego continuar promocionado y sustentado el sesgo político que nos ha dejado anestesiado y sin sentir el dolor de nuestra propia gente.
El sesgo político, ha afectado nuestra parte cognitiva, porque nos está castrando como sociedad, nos ha nublado la capacidad de decir esto está mal y esto está bien. No podemos procesar de forma recta los detalles y al final nuestras decisiones son influenciadas por pensamiento sesgado. Ser dominicano es desarrollar una cultura de potestad ciudadana y no vernos como individuos, como islas en medio de una isla llamada Quisqueya.