Siempre fascinado con nuestra historia, esa que no hemos querido contar o no sabemos cómo hacerlo.
Siempre hurgando en nuestros archivos. La ristra de asesinos, estupradores, torturadores dominicanos la tiene presente, conoce el detalle. Se ha atrevido a develar la complicidad femenina, la saga de mujeres al servicio de la concupiscencia, durante la tiranía, aunque la sangre tocara sus zapatos y la indiferencia les permitiera continuar bailando el merengue atroz del horror.
Los paseos frente al mar durante su estada en el país permitían descubrir en lontananza los palotes para la redacción del espanto. Hizo suyos algunos pedazos de arena y mar mientras evaluaba testimonios, revisaba bibliografía y conversaba con los oficiantes secretos del ritual trujillista.
Para cincelar “La Fiesta del Chivo”, conversó con repulsivos y persuasivos personajes. Intensas jornadas forjaron la novela con más realidad que ficción. Visitó amanuenses, nostálgicos notarios de la infamia, víctimas de su propia cobardía y así gestó el texto más completo de la degradación, con todo incluido.
Diecinueve años después, vuelve la seducción dominicana a marcar la ruta de Mario Vargas Llosa. Fue acicate el posible involucramiento del sátrapa, Trujillo Molina, en el asesinato del presidente de Guatemala, Carlos Castillo Armas, el 26 de julio de 1957 y la participación directa de Johnny Abbes García, el más que siniestro mensajero fúnebre, urbi et orbe, del “Jefe”, en la urdimbre para eliminar al líder “liberacionista”.
De nuevo la interminable discusión y descalificación, la lucha entre invención, realidad, historia, entre crónica y fantasía. Porque “Tiempos Recios”, la más reciente novela del marqués peruano-español, está precedida de “La Rapsodia del Crimen: Trujillo vs. Castillo Armas”-Grijalbo 2017- de la autoría de Tony Raful, quien, además, confiesa Vargas Llosa, es la persona que le menciona, en el año 2016, el lance de Trujillo en Guatemala, el desencuentro del tirano con su supuesto aliado, como material idóneo para novelar.
A partir de ese momento comienza la indagación y el producto es el intenso relato que para algunos críticos guatemaltecos es estupendo, para otros un bodrio. Igual sucedió aquí con “La Fiesta del Chivo” en el 2000.
Uno de los más fieros objetores de la atrayente narración es el premio Nacional de Literatura de Guatemala -1999- Mario Alberto Carrera, además de subrayar inexactitudes históricas califica “Tiempos Recios” como “una novelita.”
El premio Nobel detalla el tinglado de amores y desamores que se entrecruzan en los pasillos de la Casa Presidencial, la influencia de amantes y esposas, las debilidades de los mandatarios. Describe las sombras de esa Guatemala violenta, la deuda social, la dramática exclusión de la indiada, desde antes y hasta ahora. Comunidad diversa y preterida de indígenas, ausente en las agendas de las élites.
En el libro está esa manera de intervenir en los asuntos de las repúblicas bananeras que tuvo Estados Unidos de América, tan frecuente y descarada durante la guerra fría, el inmenso poder de la United Fruit. También el admirable trabajo de manipulación a la población que hacen los expertos en demagogia.
Menciona la contratación de Edward Bernays para crear en el imaginario colectivo-nacional e internacional- un problema que nunca existió, un peligro que jamás fue probable. Es así como convierten en comunista a un demócrata y en héroe a un sedicioso porque, tal como expone Bernays en “Propaganda”: “el Gobierno invisible es de quienes saben manipular los hábitos organizados y las opiniones de las masas”.
Está la fascinante recreación de Gloria Bolaños Pons transmutada en Marta Borrero Parra, la jovencita repudiada por la familia, luego de haber sido estuprada por un amigo íntimo de su padre, convertida después en la influyente amante de Castillo Armas.
Colaboradora de la CIA, amiga de Johnny Abbes García, asegura que el asesino sobrevivió al atentado de los sicarios haitianos-1967- y disfruta su longevidad. Estuvo refugiada en Ciudad Trujillo.
El sicalíptico Negro Trujillo la invitó a Palacio, mordió una oreja del hombre cuando intentó violarla. Desvaría a voluntad, afirma Vargas Llosa, empero, comenta, que Johnny ya no se esconde. Sus enemigos están muertos y sus crímenes prescritos.