En sociedades como las nuestras, acceder a una posición pública en el ámbito congresional, municipal y en el tren administrativo, produce la falsa sensación de todopoderoso. Desde siempre, el ejercicio del poder genera niveles de desbordamientos inimaginables que se profundizan en la medida en que los beneficiarios de la voluntad popular o decreto no poseen la dosis de ponderación y equilibrio interno capaz de sobrevivir la oleada de colaboradores, miembros de la organización y nuevos amigos, siempre dispuestos a endiosarte.
Y el ritual les aleja de la cordura. Jeepetas, espalderos, plumas alquiladas y la estructuración de todo un ambiente melcochoso en capacidad de hacerte líder, aderezando nuevos comportamientos, impulsados a golpe de nómina. De ahí, que nos creamos la película.
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Desafortunadamente, no atinan a percatarse del tránsito imperceptible al mundo de la ridiculez. Por eso, insisten en comportamientos asumidos en circunstancias de gracia política sin darse cuenta de los efectos negativos. Asisten al gimnasio con seguridad, llegan a restaurantes adornados de auxiliares de protocolo, entienden necesario blindar su vehículo, el elevador de la institución es detenido al iniciar la jornada laboral y ningún empleado puede usarlo hasta llegar al piso de su despacho y se desplazan en las horas pico por las áreas de mayor tránsito con franqueadores.
Pocos entienden lo que crispa al ciudadano esos estilos opulentos desde el poder. Siempre pasa, gobiernos van y vienen, reproduciendo los mismos esquemas. ¡Qué pena! Soy testigo de las reprimendas públicas y privadas del actual mandatario respecto de esos excesos. Intuyo que, irónicamente, parece registrarse en el ADN de algunos funcionarios que olvidan el carácter pasajero del ejercicio del poder. Una vez, desaparecida su gracia oficial, inicia la etapa de retorno a una realidad que los remite a la frustración personal y amargura.
Ojalá, esos alardes y posturas fantasiosas desaparezcan del comportamiento de quienes estamos llamados a servir a nuestros conciudadanos. Fundamentalmente, en una etapa caracterizada por reformas que generan reacciones adversas en amplios núcleos ciudadanos.
No nos damos cuenta, pero la auténtica trascendencia del servidor público reside en su vocación de servicio, compromiso con el bienestar común y el manejo transparente y responsable de los recursos públicos. Históricamente, los que tomaron la vereda de los excesos, han terminado bajo la sombra del desprecio ciudadano y/o marcados por procesos penales.
¡Aprendamos la lección!