El reconocimiento de los Derechos Humanos, entre ellos el derecho a la igualdad, forman parte de las luchas entre el modelos político socialistas y el modelo neoliberal.
Los movimientos socialistas buscaban el reconocimiento de los derechos colectivos mientras que los liberales defendían los derechos individuales cimentados en la propiedad privada, la libertad y el consumo.
En estas batallas ideológicas, las estrategias de descrédito contra los planteamientos socialistas (marxistas) impulsadas por el neoliberalismo fueron cobrando fuerza desde la época de la guerra fría.
La visión individualizada de los derechos humanos logró instaurarse en las políticas económicas para fortalecer el consumo individual, configurándose así, un amplio mapa de aliados que se benefician de este modelo económico y estigmatizan los derechos colectivos y las políticas de protección social.
A partir de esta lógica político-económica no todos los ciudadanos y ciudadanas son considerados iguales; según Michel Rosenfeld (1991)[1] para el paradigma liberal “los iguales” son miembros de una misma clase o de un mismo grupo social, existiendo una igualdad de clase y subclase y no tanto de oportunidades.
Dicho de otra manera, la igualdad a partir de este modelo político, es aplicable si y sólo si se comparte el mismo nivel social (los pobres iguales a los pobres, los ricos iguales a los ricos; los pobres diferentes a los ricos.).
A parte de esta “igualdad natural” existe la igualdad formal, que de acuerdo con este modelo, “todas las personas son iguales ante la ley”.
Pero una vez más ese “todas” no se refiere a la universalidad de seres humanos, sino exclusivamente a los blancos, varones y propietarios, dejando fuera a las mujeres, los niños, las personas con discapacidad, los enfermos mentales y los afrodescendientes.
Si bien es cierto que en muchos países de América Latina se ha logrado igualar discursivamente a todos los seres humanos, aún se continúa observando marcadas diferencias afianzadas por la clase, el origen étnico, la cultura, la religión o el color de piel.
En nuestros días, el hijo de un empresario no es igual que el hijo de un vendedor ambulante, la mujer que sobrevive en las calles no es igual que la funcionaria pública y la niña trigueña no es igual a la niña de pelo lacio y ojos claros.
Para vivir en una verdadera sociedad democrática e igualitaria, es necesario superar las barreras impuestas por la diferencia de clase y abrazar el derecho a la no discriminación por encima de las ideologías y tipos de gobiernos.
Los derechos humanos (que nos corresponden por el simple hecho de ser seres humanos) deben aplicarse de manera equitativa para todas y todos los habitantes del planeta, estableciendo límites al poder de los Estados, culturas y grupos de poder.
El derecho igualdad real es una oportunidad para descubrir nuestro nivel de respeto a los derechos humanos y la calidad democrática de nuestra sociedad.