“Tomando nuestro territorio”: recurso estratégico de guerra espiritual

“Tomando nuestro territorio”: recurso estratégico de guerra espiritual

“Tomando nuestro territorio” es una consigna de avanzada que forma parte de la estrategia evangelística y misionera de una corriente que los evangélicos han llamado guerra espiritual, que montada en la ascendente ola del neo-pentecotalismo comenzó a configurarse y a tomar impulso a partir del 1989, bajo el liderazgo de Peter Wagner, profesor del Seminario Teológico de Fuller, quien, además, tiene una larga experiencia como misionero en América Latina.

La guerra espiritual surge como un recurso renovador de la iglesia que acentúa con nuevo énfasis y vitalidad la oración, al pasar de una súplica que implora y espera, a un grito que proclama y avanza hacia espacios espiritualmente no explorados y atacando al enemigo hasta ponerlo en retirada.

Partiendo de esto se habla de oración de guerra, identificación y confrontación de espíritus territoriales, cancelación de maldiciones ancestrales y uso de la cartografía espiritual como una estrategia que permite identificar los espíritus que gobiernan determinados territorios para emprender acciones orientadas a destruir sus fortalezas, sumando así frases y términos al lenguaje que pasan a ser parte del hablar común de muchísimas personas.

Además de Peter Wagner, este movimiento tiene otros ideólogos, y muchos activistas de alcance internacional y multitudinario como Omar Cabrera, Carlos Anaconndia, Claudio Freidzon, Cindy Jabobs y otros, que lo promueven a través de redes con abundante literatura, seminarios, talleres, cruzadas, concentraciones multitudinarias, marchas y movilizaciones de grupos, lo que le ha ganado notable aceptación, no solo entre los neopentecostales, sino también entre los pentecostales clásicos y otras denominaciones evangélicas.

En sus concepciones más refinadas, esta estrategia se configura con el estudio de la historia, la antropología, además del análisis de prácticas ocultistas y esotéricas, como el espiritismo y el fetichismo, las cuales aborda desde las ciencias sociales y la sicología para procurarle, en definitiva, una explicación bíblica y teológica consistente y aceptable.

La guerra espiritual surge, precisamente en 1989, año en que cae el emblemático muro de Berlin y el mundo se abre a nuevos paradigmas que se expanden al ritmo de un galopante proceso de globalización, en medio del acentuado subjetivismo que caracteriza esta era posmoderna, marcada por un desplazamiento del ateísmo racional y materialista por doctrinas esotéricas y la búsqueda espiritual de mundos ocultos y otras percepciones del más allá.

Los pensadores evangélicos han definido la guerra espiritual como una corriente dentro del ciclo de los grandes movimientos renovadores que han matizado con nuevos impulsos la gran diversidad que a lo largo del tiempo ha caracterizado la práctica del evangelio. Este avivamiento que experimenta la iglesia evangélica en todo el mundo, responde, en su estilo y forma dentro del espíritu de la época, a las exigencias de muchas personas que necesitan de estos recursos para entregarse y vivir su fe con entusiasmo y pasión.

Otros creyentes, sin negar que las fuerzas de Satanás son un ejército organizado en pie de guerra permanente contra el Reino de Dios, viven su fe sobre los fundamentos bíblicos de siempre, reconocen que la vida cristiana es una guerra y la asumen de forma más reflexiva, más racional y práctica, sin evasiones y sin alharacas, aunque sin la espectacularidad y el sensacionalismo de la guerra espiritual. Estos cristianos no gastan sus energías identificando demonios, trazando rutas, diseñando cartografías espirituales o desarrollando estrategias para ataques espirituales espectaculares y resonantes.

Apoyados en la victoria conquistada por nuestro Señor Jesucristo en la cruz, estos cristianos se centran en fortalecer su fe combinando su espiritualidad con acciones más prácticas y directas. Oran con intensidad, viven su fe con entrega y pasión, pero recelan de no caer en las prácticas mágicas y animistas a las que han sido arrastrados algunos creyentes en su obsesiva fiebre por la guerra espiritual.

Ojalá que la alarma de “tomando nuestro territorio” que despertó todos los mecanismos de seguridad de la República Dominicana, resuene nueva vez en todas las iglesias cristianas para desplazar con la fuerza de la oración solidaria y de la práctica del bien y la justicia todos los males que azotan nuestra nación.

 

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