A mis amigos les adeudo la ternura
Y las palabras de aliento y el abrazo
El compartir con todos ellos la factura
Que nos presenta la vida, paso a paso
A mis amigos les adeudo la paciencia
De tolerarme las espinas más agudas
Los arrebatos de humor, la negligencia
Las vanidades, los temores y las dudas
Un barco frágil de papel
Parece a veces la amistad
Pero jamás puede con él
La más violenta tempestad
Porque ese barco de papel
Tiene aferrado a su timón
Por capitán y timonel
Un corazón
A mis amigos les adeudo algún enfado
Que perturbará sin querer nuestra armonía
Sabemos todos que no puede ser pecado
El discutir, alguna vez, por tonterías
A mis amigos legaré cuando me muera
Mi devoción en un acorde de guitarra
Y entre los versos olvidados de un poema
Mi pobre alma… Alberto Cortez
El 17 de junio nuestro amigo Antonio Lluberes Navarro, SJ, mejor conocido como el padre Ton, terminó su tránsito en esta tierra y viajó lejos, al infinito, encontrarse en los brazos del Padre, a quien dedicó toda su vida.
No pude, no tenía fuerzas para escribir este artículo en los días siguientes a su partida. En estos días hemos perdido mucha gente valiosa, historiadores que el COVID-19 y otras enfermedades los vencieron, como fueron los casos del admirado Marcio Veloz Maggiolo y el muy querido amigo Adriano Miguel Tejada.
Ton Lluberes, además de sacerdote, historiador y gran administrador, era muy cercano a nuestra familia nuclear y ampliada. Era mi amigo de mi esposo Rafael desde que eran adolescentes. Cuenta mi marido que en un encuentro que tuvieron con el Padre Arbezú, provincial de los jesuitas. Ton salió convencido de que sería sacerdote, y él de lo contrario.
El nuevo novicio se quedó en el país, y el otro se fue a la aventura a Madrid. Eran los lejanos y convulsionados años 60 del siglo XX. Por mi parte, el amigo sacerdote y yo teníamos otra relación: éramos historiadores, había leído sus obras, pero trabajamos intensamente durante mi época de directora ejecutiva del Proyecto para el Apoyo a las Iniciativas Democráticas (PID).
Cuando Rafael y yo decidimos unir nuestras vidas, Ton concelebró junto al querido Padre Esquivel, ido a la casa del Padre hace varios años. Al cumplir 15 años de matrimonio, Ton vino a nuestra casa para bendecir la unión junto a los hijos, mis hermanos y cuñados y entonces mi único nieto, Rafael Eduardo. Fue una noche maravillosa. Bendijo la unión de nuestros hijos Arancha y Héctor. Celebró la palabra con la familia en los momentos de alegría y de tristezas. Estuvo presente en la partida de nuestro sobrino Julio César y en un acto íntimo que hicimos para recordar a Peng Sien.
Además de hombre culto e investigador incansable, era el hombre más humilde. Sus libros publicados demuestran su extraordinaria capacidad de investigador. Fue de los primeros que habló sobre la producción tabaquera en el siglo XIX. Su libro sobre la historia de la Iglesia Católica en República Dominicana es un verdadero himno a la investigación.
Tenía la capacidad de ganarse a las personas. Dejaba una estela de amigos por donde sus pasos y mandatos lo llevaran: Radio Santa María, Escuelas Fe y Alegría, Instituto Politécnico Loyola, solo para mencionar algunos lugares donde sembró y dejó huellas. Tenía el detalle maravilloso de hacer sentir importante a sus amigos. Por ejemplo, como sabía que estaba leyendo sobre China y su filosofía, dejaba acumular las revistas de los jesuitas en China y me las enviaba. Lo llamaba para comentar su contenido y era feliz de saberme presente en sus pensamientos. He escuchado testimonios similares de otros amigos suyos.
Como contertulio, Ton era maravilloso. Amante de la comida y del vino social, llegamos a celebrar muchos encuentros a lo largo de nuestra amistad. Le encantaba nuestra cabaña de Jarabacoa. Allí sentía paz y tranquilidad. Nos pasábamos noches enteras nosotros tres, Ton-Rafael-yo, hablando de filosofía, de historia y recordando los viejos tiempos. De hecho, nuestra última conversación fue el 1º de junio. Lo llamé por teléfono para decirle que le tenía un ejemplar del libro “La mujer china”. Me dijo que se lo enviara a la casa principal de la congregación. Quedamos de vernos ese fin de semana, pero las lluvias nos impidieron emprender el viaje a Jarabacoa. Dos días después, me enteré de que había caído enfermo. Cuando hablamos, ya estaba infectado con el virus maldito.
Días más tarde, alguien me dijo que Ton había tenido que ser internado. La angustia de mi corazón se hizo más grande. También mi hermano Ping Jan había caído en las trampas de la pandemia y luchaba por su vida. Mi desconsuelo se multiplicó.
Como sabían mi relación con Ton, varios amigos me enviaban los informes detallados de salud, Entonces esperaba con tristeza los partes médicos de mis dos amores abatidos por el enemigo actual de la humanidad: el amigo y el hermano.
Ton se nos fue muy rápido. Recordaré su figura regordeta, su sonrisa permanente, su gesto lateral de la cabeza, su cuadernito rojo donde anotaba sus compromisos y que forraba una y otra vez, su letra pequeñísima que solo él podía entender. Creo que lo hacía a propósito para que nadie supiera lo que estaba escrito. Recordaré sus consejos. Fueron muchas las ocasiones que le pedí cita a Ton para que me rescatara sobre mis dudas existenciales.
A veces de mi Fe se debilitaba por algún acontecimiento inexplicable que la golpeaba. Estos encuentros “tete a tete”, eran maravillosos. El silencio primero. Su paciencia para que yo hablara cuando mis temores me lo permitieran, y luego sus palabras sabias para calmar mis clamores.
Ton no sé si debo estar triste con tu partida. Me harás mucha falta. Extrañaré tus mensajes: “Mukiencita, dime si cuidas a Damares”. O también “Mukiencita dime qué estás escribiendo. Porque siempre tienes que estar escribiendo algo”.
No sé si debo estar feliz, porque después de tantos años batallando por un mundo mejor, quizás ya estés descansando y estés disfrutando el reino de los cielos con el que tanto soñaste y tanto nos hablaste.
“El Manresa te espera.
El Manresa te espera junto al mar que golpea las rocas buscando escapar su llanto.
El camino se hará más corto y los besos más largos en las voces lejanas de los que no pueden estar ahí.
Perdona mi ausencia, pero el lastre de un virus
pega fuerte y estrecha el camino.
Tom, nombre corto que hizo grande tu peregrinación en la tierra.
Hoy has partido dejando la túnica repleta del deber cumplido.
Manresa te espera con los brazos abiertos en el silencio postrero de la mañana de junio.
Lloramos con tristeza tu ida, pero con alegría recordaremos tu vida.
Tom, recuerda que sólo caen los que pasan por el mundo y no aman y sirven desde la pradera de un Cristo vivo.
Dios te reciba, eso pido, como un soldado, jamás vencido.
Para el Padre Tom.
Altagracia Araujo Dipré
Antigua alumna y maestra del Instituto Politécnico Loyola.”